Ascendió el tramo de carretera con las manos tensas sobre el volante y el pie hundido en el acelerador, en la última vuelta, levantó la mirada, metros adelante en lo alto del acantilado, entre la bruma el faro se volvió visible, como un gigante dormido, que se mantenía en pie, estoico, ante los embates y las inclemencias del tiempo.
Matthew, clavo el pie en el freno de imprevisto, las llantas chirriaron y patinaron sobre el asfalto, la Ford, detuvo su avance a escasos centímetros del enorme roble derribado, que figuraba como un soldado de madera abatido a media carretera, la corteza ennegrecida todavía humeante, al centro el fuego del rayo que debió atravesarlo aún se mantenía con las llamas avivadas como un corazón agonizante, las ramas carbonizadas extendidas, impedían que rodeara el camino.
Al verse solo, maldijo, soltó improperios que reverberaron entre las grietas del risco. Esto lo complicaba todo. Y es que llegar a la cima en la camioneta a la distancia que se hallaba, habría sido tema de unos cuantos minutos, en cambio, la única ruta alterna «por el risco», representaba dar la vuelta y rodear por el muelle, lo que conllevaría el doble de tiempo y distancia.
«Tiempo que no tenía», le susurro su sentido de prontitud.
Tuvo el presentimiento de que el bloqueo de la carretera era un acto deliberado y no una desafortunada casualidad del azar, sería posible que ese ser tuviera el poder sobrenatural de sembrar obstáculos para que no llegará a tiempo, eso abrió la puerta a otra pregunta más inquietante
¿Cedric, estaría observando su avance hacía el faro?
Matthew, abordo su Ford, dio vuelta y la estacionó en el acotamiento del sentido contrario, la temperatura descendió de forma drástica, el camino sería largo y escarpado, por lo que sin perder celeridad se cambió su bata médica por la cazadora y con la lámpara de mano que guardaba en la cajuela, inicio el camino, desde el pie del muelle, el mismo por el que minutos antes vio a Robín, y a quien no alcanzaba a divisar en alguno de los tramos de las interminables escaleras «sin rastro». Solo quedaba esa imagen plasmada en su memoria, al verlo ascender, desde la distancia con pasitos lentos, llenos de aplomo y decisión.
«La idea de que se encontrara dentro del faro con ese ser, lo estremeció».
El mar lamía los pilotes, un fondo negro metálico descendía sobre las olas, del sol solo quedaba un rayón amarillo perdiéndose en la distancia, la marea estaba subiendo, debía darse prisa antes de que el mar devorara el primer tramo de la escalera tallada en la roca del acantilado.
Apoyo un pie y luego el otro en el primer escalón, el viento inflaba su cazadora, desde esta posición el ascenso de pronto pareció adquirir varias decenas de escalones más, comenzó a subir evitando mirar atrás, jamás fue fan de las alturas, mantenía un paso regular y constante, a la mitad, tuvo que detenerse para abrirse la cazadora, estaba empapado, bajo la camisa, gotas heladas resbalaban por su espalda.
El ascenso era difícil, pero peor era la incertidumbre y ese miedo que decidió adherirse a su pecho, dificultaba más su andar.
Miedo a lo desconocido y es que a cada paso que acortaba distancia con el faro, algo en su interior le exigía que diera la vuelta y se marchará, una atmósfera siniestra se instauró en el aire, como un gas tóxico que se esparcía envenenando el lugar, emanaba desde el interior de los muros, donde se percibía una maldad primigenia extendiéndose.
Cómo si una porción de un mundo oscuro anidara en lo alto del faro.
Continúo avanzando, el viento helado le golpeaba la cara, faltando un centenar, escaso para llegar a la cima, de ahí, el faro solo se encontraba a unos cuantos metros. Una parvada descomunal de cuervos revoloteando en círculos alrededor de la cúpula, lo hizo detenerse capturando su atención, todo aquello le parecía surrealista «como sacado de uno de esos cuentos de terror con escenarios tétricos, que Marcus leía de chico».