La fiesta de Matthew III

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Adán

Quedé boquiabierto, miré perplejo a mi padre, por un instante de confusión, no podía dar crédito a lo que escuché, una indiscreción del Opa, y todo cobro sentido.

«La historia de mi padre, estuvo a punto de ser la mía, todo se repitió con una similitud perturbadora, hasta que, rompí el ciclo ¿Valió la pena el precio?,¿En verdad deseaba tanto ser músico o solo fue un arranque?».

No Adán, lo que ansiabas es lo que siempre has pedido y ya es hora de exigir tu derecho a elegir, me contesto mi voz interior

De pronto una idea me estremeció, todas esas generaciones, todas sus vidas repitiéndose como un disco de acetato que daba vueltas sin parar y al terminar el siguiente padre bajaba la aguja y reproducía de nuevo, desde la primera canción hasta la última, de forma infinita.

Matthew se volvió hacia su padre, airado sin ocultar su enfado

—Papá, para, es que has olvidado que los chicos no lo sabían, y no está de más recordarte que fue una sugerencia tuya para no despertarles gustos absurdos, como nombrabas mi inclinación por la música en aquellos años —había un claro reproche en sus palabras.

El abuelo guardo silencio, lo analizo usando sus ojos penetrantes, como un cirujano, haría con su escalpelo para abrir capa por capa de piel, él buscó desentrañar sus secretos o llevarlo a flaquear, con una sola mirada.

Sospechaba, pude evidenciarlo en cada una de sus facciones. Sin embargo, mi asombro era más poderoso y me llevó a catapultar esa pregunta.

—¡¡Eras musico!! —mi tono de voz saltó como una nota discordante —Musico como yo, y no me lo dijiste —mis ojos de asombro, se volcaron en conmoción —¿Por qué?

—Lo mío, solo era un capricho, algo sin importancia, no te lo dije porque, en ese entonces solo hubiera agravado la situación —intento justificarse pobremente.

«Cuantas veces se lo habrá repetido su padre, hasta que abandonó su sueño».

—Ya estarás feliz, papá, te das cuenta de lo que provocas.

El Opa alzo una ceja y no lo dejo terminar.

—Oliver Matthew, más cuidado con el tono que usas conmigo, que sigo siendo tu padre.

—Es que papá...

—Es que papá, nada. En ese entonces eras un jovencito de solo veintitrés años con un bebé, por eso creí que era mejor no le metieras ideas soñadoras que pudieran torcer su camino, los niños son muy moldeables a esa edad, como esponjas y Adán quería parecerse en todo a tí, pero ahora tus hijos ya son adolescentes, y no está de más que se enteren de los dolores de cabeza que me disté, en tu fase de rebeldía —argumento —y en cuanto a ti Adán, no existe razón para que alces la voz, es bueno que hayas encontrado un pasatiempo en la música, en estos meses seguro que ha sido una excelente terapia ocupacional, pero solo es eso. Tu padre se corrigió, más bien, yo lo regresé al camino correcto, quizás, fui duro con él, pero no me arrepiento ni por un segundo, gracias a eso es un hombre de provecho, todo fue por su propio bien y sé que él, los ha criado para ser unos excelentes medicos. ¡¡Somos y siempre seremos una familia de doctores, esa es la tradición!! —decreto.

—Quizás, va siendo hora de enterrar, ciertas tradiciones —en un murmuro convertí ese pensamiento en palabras sin darme cuenta.

—¿Qué has dicho, Adán? No te escuche, es esté oído que ya me falla —se quejó.

—No es nada papá —respondió por mí, Matthew, y me advirtió con una expresión tajante, que no se me ocurriera argumentar más.

No planeaba hacerlo, es cierto que estuve a punto de gritarle que no sería Doctor, que podía tomar su tradición y metérsela por el trasero, pero me frené, suspiré, bajé la mirada y le di un sorbo a mi copa de vino tinto.

La Cuna el finalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora