El faro

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Una jornada extenuante y convulsiva esa era la mejor forma en la que el Doctor Matthew, pudo catalogar ese día en el hospital.

Despego con la reunión de la junta médica y la solicitud de la presencia de aquellos medicos que por su experiencia se consideraba contarían con la capacidad de lanzar una luz sobre el porqué:

Seis pacientes con diagnósticos disimiles ente sí, de un momento a otro les subiera la fiebre sin razón aparente y terminaran cayendo en estado de coma.

No sería hasta bien entrada la tarde, que la reunión daría termino con más interrogantes que respuestas; arrojando como resultados las típicas frases que se usaban cuando una nueva enfermedad dejaba a la ciencia de la medicina recelosa y replegada en un rincón al no contar con un diagnóstico certero.

Necesitamos recabar más datos, se les deben hacer más pruebas para llegar a un diagnóstico concluyente. De momento la acción que se tomó fue aislarlos y estar al pendiente de los cambios y síntomas que presentaran.

Al momento que Matthew salió de la sala en compañía de Matt, se percato de que no eran los únicos con el sentimiento de inquietud implantado en el pecho.

Nada más al ingresar en la sala de doctores para tomar un café, tuvieron que sortear y abrirse paso entre varios grupos de medicos que en parejas, en grupos de tres o hasta cinco intercambiaban opiniones e hipótesis envueltos por una atmosfera de desconcierto, algunos «los adictos al café», se congregaban alrededor de la cafetera como mosquitos atraídos por la luz, entorpeciendo el acceso a los anaqueles con las tazas; otros tantos distribuidos en los sillones aprovechando un espacio en su agenda debatían las posibles causas del estado de los seis pacientes.

Al identificarlo, no falto quienes alzarán la vista con discreción, le dedicara una mirada de escrutinio o bajaran su tono llevándolo al nivel de secretismo, y cuando ya se preguntaba que tanto se habría corrido la voz del espectáculo que monto su hijo, al final de su inolvidable fiesta de cumpleaños, un enfermero que venía caminando de frente hacia él, con su taza en mano, se detuvo, lo miró directo a los ojos y luego dirigió su mirada dubitativa al centro de la mesa, fue solo una fracción de minutos, pero con eso basto, «como un niño indiscreto que señala por impulso, el origen de los rumores» nervioso por su imprudencia dio la media vuelta y salió a toda prisa de la sala sin siquiera haber llenado su taza con café.

Matthew devolvió la vista al centro de la mesa donde el periódico reposaba abierto en la primera plana de sociales con la fotografía de Marcus «ojos vidriosos y expresión embrutecida» y esa nota roja, si bien era cierto, que los acontecimientos previos de «los extraños casos de coma dentro del hospital», fungieron como un acontecimiento que cautivo la atención de sus colegas, eso no borraba el hecho de que el escándalo protagonizado por su hijo, la noche anterior, siguiera demasiado fresco y se extendiera con la ferocidad de una llama viva.

Antes de que fuera capaz de inclinarse y sujetar el diario entre sus manos, sin definir si era para leer ese artículo de principio a fin o para lanzarlo en el cesto de la basura, Matt, llegó en su auxilió, tomó el diario, lo doblo y se lo guardo debajo del brazo. Y como una manera de ignorar el tema hizo mención de estar famélico, debido a lo prolongado de esa junta invitándolo a comer al restaurant del hospital, sin embargo, opto por elegir una de las salas privadas, para evitar a los compañeros, y fue ahí donde al terminar de apurar el último bocado de una tarta de manzana y bajar la taza de café de sinceró con él.

—Hay algo de lo que no te he hablado, respecto a tu hijo Marcus, porque Robert me pidió discreción, dijo que él lo manejaría y es que sucedió el mismo día de la cirugía de Adán. Recuerdas que ese día creíste que tu chico tenía fiebre y lo enviaste conmigo.

La Cuna el finalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora