Disfuncionales

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EN EL OTRO LADO.

Helen mi madre, siempre ha dicho que: «si rompes algo, tú mismo debes repararlo», lo que para mí se traducía en arreglar tus propias meteduras de pata, de ser posible sin ayuda, y mejor sin que llegue a ser de conocimiento de los mayores.

En mi haber contaba con una amplia lista de malas decisiones que se podrían catalogar de forma alfabética y por grado de gravedad, pero esto era inaudito, ni en mis pesadillas más fatalistas, discurrí que "rasgar la tela cósmica", podría figurar dentro de mi repertorio de errores de adolescencia.

Como resultado, papá se vio obligado a desviar el rumbo de nuestro navío. Embarcamos muy temprano, casi al amanecer, el traqueteo de la quilla sobre la arena me despertó, era una pequeña isla, un escondite ideal al estar inmersa entre miles de árboles llorones que se erigían a lo largo y ancho de la costa.

El plan: esperar a que Antón regresara. Detestaba quedarme al margen, mientras toda la acción se desarrollaba, yo debía esconderme, me enervaba, sin embargo, la mirada seria de papá me advertía que no estaba para una más de mis perspicaces propuestas de «ir y unirnos a Antón en lo que fuera que estuviera haciendo para resolver el lio».

Reconocía esa mirada de "estoy a una más, Dylan", y era la que tenía labrada en el rostro desde la noche de mi llamada con Jeimmy, aunque debía ser porque aguardar, tampoco era lo suyo y lo ponía tenso.

En cuanto a mí, la culpa me mantenía callado y pensativo la mayor parte del tiempo, intercambiábamos monosílabos como forma de comunicación y la tensión en el aire era tal, que para la segunda noche una densa masa de malestar se respiraba en el interior del barco, opte por refugiarme en el camarote, y cuando me informó que saldría a patrullar los alrededores con Boly, me evité una discusión, que era más que probable, terminaría reventando sus nervios y dando como resultado una negativa tajante, y solo contesté con una afirmación seca y sin ánimos.

Esperaba se despejará, tomará aire, estirará las piernas y le cambiará el humor, porque la dichosa plática que papá postergó pendía sobre mi cabeza como una amenaza.

—Ah, y regresando tú y yo nos sentaremos a hablar de lo sucedido —me advirtió y cerró la puerta de la cabina de mando.

Que afán de imprimir suspenso y dejarme rumiando mis culpas.

De inicio me tranquilizó que dijera "nos sentaremos". Sí, por infantil que suene estaba nervioso, era muy improbable, yo ya era muy mayor... ¡maldición a quién engaño!, me va a dar una tunda épica, por eso salió, para calmarse y no asesinarme en el proceso, y ¿cómo alegarle?, ¿qué tipo de defensa se utiliza cuando has provocado una catástrofe entre dos planos? El de la vida y el intermedio, una fractura en la tela cósmica.

Tus ancestros celtas te aplicarían la peor de las penas. Has creado caos no, en uno, sino dos mundos. A eso se le llama joderla en grande.

¿Qué clase de sermón se le da a un hijo por rasgar la tela cósmica?, pensé con una ironía nerviosa.

Peor aún, que argumento me sería de ayuda.

Esas radios de comunicación deberían tener en letras grandes y rojas: no contestar llamadas del lado de la vida, peligro de fisurar la tela cósmica entre los universos.

Decirle «No sabía», eso no funcionaría no con mi padre.

«Exactamente por eso fui claro y puntual, al instruirte en que tú no debías usar el radio comunicador, si Antón llamaba debías hablarme para que yo contestara», hasta me parecía estarlo escuchando.

Por favor, papá debía saber que tan solo al escuchar la voz del bicho, nada «ni él», me habría detenido a contestar esa llamada.

Ese era el principal motivo por el que la culpa no me abandonaba, porque sin importar las consecuencias, así hubiera sonado una sirena o una alarma como la de bomba atómica, tratándose de mi hermano habría contestado.

La Cuna el finalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora