La medicación de Marcus

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Adán.

En el interior de la residencia, Jeimmy enfiló rumbo a su habitación pensativo, apenas deseándome buenas noches de forma automática, tomé el elevador, y al no encontrar a Marcus, con el pijama en manos en una carrera frenética hacia el baño, deduje que el enano, de nuevo me había ganado el primer turno

«Esto ya se estaba convirtiendo en una costumbre de todas las noches y las mañanas».

Marcus tomaba posesión del baño y en cuanto a mí, debía esperar, el problema residía en que mi hermano era un narciso, que tardaba siglos dentro del baño y ya fuera para presentarnos a desayunar o para ir a la cama, el tiempo apremiaba.

Por lo que comencé a colarme en la habitación de mi padre a dos puertas, para usar su baño y su ducha, en las mañanas la idea no me desagradaba, ya que la tina de la habitación de Matthew era de hidromasaje y después de que Robert, me ayudaba a entrar y me dejara a solas para bañarme.

«Sí, escucharon bien: hace dos semanas que me bañaba solo, la única asistencia que recibía era para entrar y salir de la tina, un logró más, debido a mi esfuerzo en las terapias mis brazos eran lo suficiente fuertes para que ya no corriera el riesgo de ahogarme en la tina, el siguiente paso a conquistar sería volver a ducharme en la regadera, de pie».

Aunque al descubrir la tina de hidromasaje, ya no tenía tanta prisa por usar la regadera, ya que en cuanto Robert se daba la vuelta, aprovechaba unos minutos para encender el sistema de chorros de agua caliente, entregarme a las caricias invisibles y a disfrutar de ese masaje con burbujas, sin embargo, cuando era de noche la historia era otra

Tardaba tiempo vital para llegar a la cama con el pijama puesto, a las siete treinta, antes de que el abuelo llegara «andar con muletas por mucha experiencia que se tenga siempre es más lento que andar con la soltura de alguien sano», ese pensamiento me rondaba, pero como tantos otros me lo guardaba, jamás aceptaría un trato especial de conmiseración, así que no me quejaba ni le reclamaba a Marcus «lo injusto que era que llegada la hora solo echara a correr, sabiendo que era imposible que lo alcanzará».

En un inicio creí que era cuestión de darle tiempo, para que notara que con ese par de muletas mi desventaja era clara, además la cama de Marcus estaba a unos cuantos pasos de la puerta del baño «literalmente podía saltar de la cama al baño», en comparación con la mía que se encontraba a la entrada de la habitación.

A la semana de compartir habitación dejé de esperar que Marcus, me cediera el lugar o me brindara cierta ventaja, eso era lo que un hermano con un poco de consideración haría, pero no el enano, que nunca se caracterizó por ser empático y mucho menos solidario.

Con el tiempo sobre mi cabeza, y vaticinando que Marcus se tomaría su tiempo «con su rutina de belleza nocturna o vaya a saber qué diablos se hacía dentro del baño, para tardar tanto». Decidí que la vía más corta era tomar asiento al borde de la cama, y aquí mismo quitarme la ropa y enfundarme en el pijama.

El silencio en el que se mantenía el baño se tornó sospechoso.

—Marcus, ¿estás en el baño? —elevé la voz.

No obtuve respuesta.

Me tiré en la cama con la mirada puesta en el techo.

«Por fin podré volver a dormir de noche, no montar más guardias», pensé aliviado.

La quietud fue rota con esos pasos acelerados y la entrada encarrerada de Marcus

—¡¡Son míos!! No te los daré, aléjate de mí —repetía gritoneando, al atravesar el marco de la puerta.

La Cuna el finalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora