Cartas marcadas

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EN EL HOSPITAL.

La vida no siempre es una cuestión de tener buenas cartas, sino a veces, de jugar bien una mala mano."

Stephen King.

A la distancia, Adán ubica a Dasha, en el centro de control de enfermeras, una de sus compañeras, que lo observa con curiosidad femenina, le da un codazo, ella alza la vista y sin sonreír, toma el pasillo y se aproxima, la enfermera que la ha puesto al tanto de su presencia, se une a las otras tres que fingen estar concentradas en expedientes, delatadas por ese intercambio de miraditas que intercalan, dándole una inspección de pies a cabeza entre cuchicheos y risitas que hacen que el calor le trepe desde el cuello, Adán comienza a dudar de la efectividad de su desodorante, el corazón se le acelera conforme ella se acerca, pero esa seriedad impropia de la chica dulce y alegre que él recuerda, le hace suponer que Dasha está enfadada, que el mensaje que le envío con el Doctor Matt no sirvió de nada, que apenas la tenga de frente terminará aquel romance que ni siquiera ha dado arranque y que esos tórridos encuentros sexuales con los que se dedicó a fantasear en la intimidad del baño quedarían reducidos a eso; fantasías que solo quedarían en su mente.

«Se reprochó por no tomar con mayor seriedad el consejo de su nana: a una chica le gustan las atenciones, las rosas y que la llamen a diario», pensó que exageraba, que eso eran cosas de las mujeres del siglo pasado.

Además, si tomar consejos amorosos de una madre era patético, como aseguraba Marcus, que pensaría una chica de alguien que los toma de su nana, debía catalogar como lo más bajo en la escala de técnicas para el cortejo, eso le pasaba por escuchar al enano, se dijo, después de todo la nana era mujer y debía saber de lo que hablaba, no debió desestimar su sabiduría; estaba tan abismado por sus inseguridades que cuando topó de frente con Dasha, antes de poder pronunciar una sola palabra, ella lo tomó del brazo y lo arrastró a una habitación, antes de entrar echó un vistazo a ambos lados del pasillo.

—Apresúrate y no hagas ruido —le indicó sin soltarlo.

Fantástico, iba terminarlo, entre camas con pacientes, catéteres y sondas, muy adhoc para un capítulo más de la sátira que es mi vida, pensó con ironía.

A media habitación lo soltó y se dirigió al fondo, solo la cama de la entrada estaba ocupada con un paciente que dormía, las otras tres camas de ambos extremos estaban vacías, Dasha se detuvo a los pies de una de las camas y lo llamó con la mano, bueno, por lo menos tendrían algo de privacidad, pensó, alentó el paso a propósito para ganar tiempo y darle estructura a su explicación.

—Adán, ¿qué esperas? No tenemos tiempo, ven acá —lo apresuró con susurros y señaló al rincón —párate ahí para que nadie te vea.

Avanzó con la cabeza hecha una maraña, ¿para qué retrasar lo inevitable?

Cuando estuvo en esa esquina apoyado en sus muletas, recargó la mochila a su espalda a la pared, para descansar parte de su peso.

Dasha, dio un último vistazo a la entrada de la habitación y corrió la cortina de tela que separaba la cama.

Vaya, sí iba a terminarlo, debía darle el mérito de que lo planeó cuidando cada detalle eso no podía negarlo.

Ella se acercó y cuando la tuvo de frente, el olor de su perfume dulce, lo bonita que lucía con su uniforme lo incitó, a dejarse de tibiezas, si iba a terminar con él, antes debía decirle lo que sentía por ella.

Lo cual horas más tarde, Marcus le diría que era lo peor que pudo hacer, decirle a una chica que la quieres es darle el absoluto control sobre ti, "nunca vuelvas a hacerlo y peor, si crees que te va a terminar, debiste terminarla tú primero, se llama dignidad", a las chicas les gustan los tipos rudos, le aseguró, aunque Adán, tenía sus dudas.

La Cuna el finalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora