DELIRIO COMPARTIDO.
Matthew.
Era lejano y se presentó de forma ambigua, como un recuerdo distante, sin embargo, en un flashback, emergió de los días que estudie en la facultad, se incluía en el plan de estudios lo básico respecto a salud mental, conocimientos necesarios para detectar y canalizar a un paciente cuyo problema no era físico.
No lograba recordar cual era el término con el que se definía, pero que más daba si la sensación me prensaba de mis cuatro extremidades, se metió dentro de mis neuronas: era un sentimiento de no estar conectado con la realidad, suspendido en la nada.
Ausente y como si fuera un observador detrás de un cristal así era como me sentía.
Despersonalización.
La palabra saltó al frente de mis ideas, revueltas y confusas.
—¿Cuántos miligramos le suministraron de haloperidol? —pregunto una voz femenina que me resulto extrañamente conocida.
Con los parpados a media altura y la vista desenfocada en un inútil intento de abrir mis ojos que pesaban como un par de diques, agite las pestañas, solo pude percibir una línea de luz, después mis ojos volvieron a cerrarse, me aferre a esas voces para no dejarme llevar por la inconsciencia, necesitaba captar más de esa conversación.
—Reconozco que le suministre una cantidad mayor a lo recomendable, pero no tuvimos opción —contesto una voz juvenil.
—Es cierto —apoyo una tercera voz un tanto más grave —Cuando entre, estaba al acecho, detrás de la puerta, me salto encima, estaba irreconocible, me ha pegado un susto de muerte.
—Y no solo eso, vea como le ha dejado el labio, sino es por Max que tiene experiencia y logro someterlo, no sé qué hubiéramos hecho, debimos contenerlo entre cuatro, jamás creí que el Doctor Matthew fuera tan fuerte, hasta el último segundo que logre inyectarlo, forcejeo por arrebatarme las llaves, parecía un toro de lidia embravecido—expreso asombrado.
Usaban mi nombre en su narración, aunque no existía lógica para mí, en lo que decían, mis pensamientos se esforzaban por abrirse pasos entre las tinieblas de mi mente, sin éxito.
—No quería hacerte daño, —argumento la voz más joven que reconocí como la de Aiden un estudiante de los primeros años —estaba desesperado, no dejaba de repetir que debía ir a casa para proteger a sus hijos de un tal Cedric, anoche ustedes no estuvieron ahí, el Doctor veía algo que los demás no podíamos ver, pero se sentía a nuestro alrededor —argumento.
—Estaba delirando eso es todo, no se dejen impresionar, y tú Aiden, sino vas a aportar nada de índole científico, guárdate tus comentarios —reprobó la voz femenina y continuó —Venía a realizar la entrevista inicial, pero de momento es inútil intentar interactuar con él, está completamente ido, de momento se suspende el suministro de cualquier medicamento, hasta valoración, con lo que le han dado seguro dormirá hasta mañana. Max, quiero que estes al pendiente y me avisas en cuanto despierte.
Mis ideas se agolpaban, imposibles de deshilvanar, esas voces y mi entorno me resultaba como una especie de sueño incoherente, el coctel de narcóticos con los que me embotaron ganó la batalla, con rapidez mi consciencia se diluyo con la confusión impuesta en mi psique por bandera, un sueño profundo me engulló.
La incomoda sensación de la funda de la almohada mojada y adherida a mi mejilla es lo primero que recuerdo, lo segundo, el instante en que intente levantar mi mano para llevarla a la comisura de mi boca desde donde un hilillo de saliva descendía, «de cuando acá babeaba al dormir», ese pensamiento perdió importancia, al momento que a medio camino algo tiró de mi brazo impidiendo que llegara a mi rostro, enfoque mi muñeca, quedé estupefacto al ver que estaba sujeta por una correa, con la vista aun un poco enturbiada, giré la cabeza sobre la almohada, levanté el otro brazo solo para comprobar que también estaba ceñido a una correa, ambas me sujetaba a una cama de hospital, como pude me incorpore un poco y con agudeza analice mi entorno, no hubo mucho que observar para determinar donde me encontraba: una habitación sin ventanas, la puerta blanca con la mirilla recubierta por una cuadricula metálica, el esfuerzo de estirar el cuello y apoyarme solo con los codos, cobro un ardor en mi espalda, exhausto me derrumbe sobre el colchón y deje caer la cabeza en la almohada, y antes de preguntarme