Padres e hijos

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Narrador omnisciente.

Desde muy joven, Matthew se adaptó a una rutina forjada por el dinamismo y enfocada en torno a su profesión sus hábitos a los que se apegaba con disciplina eran parte importante de su vida.

Siendo un hombre con muchas obligaciones, rápidamente encontró felicidad en cuestiones que para otros parecerían pequeñas, ínfimos minutos o espacios para él mismo:

Tan sencillas como disfrutar de unos minutos a solas con una taza de café, leyendo el periódico, antes de que sus hijos llegaran a la mesa para el desayuno, sus caminatas por el bosque que hace unos meses despuntó en salir a correr para estar en forma, acudir al club a jugar tenis, escaparse al merendero una vez al mes por una cena alta en carbohidratos a escondidas y en ciertas noches de desvelo subir a su despacho a beber un par de whiskys en compañía de un habano, eran actividades que disfrutaba, pequeños detalles que forman parte de una vida, la suya. Decisiones que, a simple vista, carecen de importancia, pero que en una sola palabra decidir, conforman parte de lo que definimos como libertad. De la que ahora era privado.

Era el sexto día confinado en esa habitación, y aunque podría decirse que contaba como el tercero que experimentaba con plena consciencia, eso no lo hacía más sencillo, por el contrario, el peso de las limitaciones, las imposiciones y reglas inherentes a su actual situación, ya estaban a una más... de reventar su ya de por si eximía tolerancia.

Para colmo, Alice, no pudo estar más en lo cierto, cuando le advirtió que, a partir de ese momento, él más interesado por que sus sesiones tuvieran lugar sería él; aislado del mundo ella era su único nexo con el exterior por lo menos hasta que se ganara el privilegio de una llamada.

Era sábado por la tarde y desde muy temprano, ya no hallaba que hacer, le era difícil, buscar soluciones en ese espacio reducido. Caminó en círculos, entró al baño, se lavó la cara, y se asomó en varias ocasiones por la mirilla de la puerta topándose con un pasillo vació, sin saber que más hacer opto por sentarse en la silla de madera, no tolero tener como vista la cama de hospital, de modo que arrastro la silla y la ubico en una esquina de frente a la puerta y cuando comenzaba a urdir su próximo movimiento en su sesión de ese día con Alice.

Max, entró en la habitación traía consigo la charola con el desayuno.

—La sesión será en la sala de terapías ¿o aquí? —Matthew realizo la pregunta con un comportamiento afable.

—Es sábado, los fines de semana no hay sesiones. No para los enfermos en internamiento, los psiquiatras están ocupados en el segundo piso con los pacientes externos —respondió con media sonrisa de satisfacción.

No pudo disimular el enfado que le provoco enterarse de ese modo. Es que Alice, no podía habérselo dicho, ella misma la tarde anterior, y evitarle el momento desagradable de preguntarle a Max, que era más que evidente que sentía una animadversión por él.

Era como si el respeto, que antes inspiraba a los demás, a partir de que atravesó el umbral de esta habitación y lo despojaran de su bata médica se diluyera como una colonia barata, pronto no quedaría nada.

—¡Qué! Y qué se supone que haga, yo, hasta el lunes ¡Contar las juntas de las paredes! —espeto con las entrañas.

—Los otros pacientes pasan el tiempo en el jardín o en la sala de juegos, pero usted debe quedarse aquí. Hasta que la Doctora Alice, autorice, lo contrario.

—Max, por favor, necesito salir de este sitio, no aguantaré todo un fin de semana confinado dentro de estas cuatro paredes. Sé que tú podrías autorizarme una especie de pase. Hacer una excepción, podría hacerte una compensación económica. Tienen una biblioteca aquí ¿no? Iré leeré un libro y volveré en un par de horas.

La Cuna el finalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora