Insomnio o supervivencia

82 12 16
                                    


Adán

Permanecer en vela, todas las noches, vigilando el sueño de mi hermano, no tardó en instalar dos medias lunas azuladas debajo de mis ojos, mi fatiga ceñía garras de plomo alrededor de mis rodillas y me mordía los antebrazos, lo que me obligaba a pasar más tiempo sentado, sin fuerzas para asirme a mis muletas por periodos largos de tiempo.

El cansancio, era más difícil de disimular después de la hora de la comida, que mi cuerpo se relajaba. Al apurar el último bocado, los parpados literalmente se me cerraban y los bostezos se me escapaban de la boca con descaro, sin que pudiera frenarlos o ser capaz de presagiar en qué momento se abrirían paso por mi garganta, intentaba disimular cubriéndome la boca con presteza, aunque por lo visto no tanta, como para que pasara desapercibido por Robert, que siempre parecía tener parte de su atención, puesta en mí, pues más tardaba, en abandonar el comedor que, él, en seguirme de forma disimulada por el pasillo.

—Te veo cansado, seguro ¿qué estás durmiendo bien? —tanteó.

Tragué saliva y sin voltear para que la verdad en mis ojos, no me delatara

—Sí, sólo es que comí de más —contesté echando mano del primer pretexto que se me ocurrió.

Antes de que siquiera pudiera, intentar apresurar el paso para salir de su perímetro, asió mi hombro, volteé a verlo.

—Una siesta, no te caería nada mal —con media sonrisa y una ceja en alto mencionó a modo de sugerencia.

—¡Mmm!, pero de verdad, que no estoy cansado.

Al recibir esa negativa por mi parte, cambió de estrategia a una, un poco menos amigable.

—Andando, vas a tomar tu siesta, —se colocó a mi costado, dándome a entender que me escoltaría.

—Robert, es que... —intenté protestar.

—Es que nada, no busques pretextos, no es una negociación, tu padre jamás autorizó el término de tu hora de la siesta y no quiero que cuando vuelva del Hospital, crea que te he descuidado, así que camina, que vas directo a la cama.

Resoplé, puse los ojos en blanco y fingía enojo, aunque desde la segunda tarde, comprobé que Cedric no se hacía presente en mis sueños cuando era de día, «la luz no se lo permitiría», esa fue la conclusión a la que llegué, aunque no podía estar seguro, sin embargo, me arriesgaba, ya que esa siesta se convirtió en mi única salida segura para recargar baterías.

Si era así, Entonces, ¿por qué hacerme el indignado y enfadado con Robert?

Sencillo, lo conocía bien, y si comenzaba a portarme del todo dócil con él, pronto no habría como negarme a ninguno de sus mandatos, por eso era mejor que siguiera teniéndome en el concepto de respondón, insurrecto y hasta en ocasiones berrinchudo, ya no me afectaba.

Mi supuesta siesta se prolongaba entre tres y hasta cuatro horas cada tarde, en ocasiones solo despertando para bajar a cenar y volver a mi habitación, en teoría a dormir, en la práctica a preservar el sueño de Marcus, sin embargo como siempre para el enano, mi sacrificio parecía valer menos que medio pepinillo, al principio no le dije que pasaba la noche entera alerta de que Cedric no se colara en nuestra habitación o en sus sueños, me mantenía pendiente de no detectar alguna perturbación en su rostro, o algún movimiento agitado de su cuerpo que marcara un indicio, de que estaba teniendo pesadillas, fue hasta la segunda noche que se despertó para ir al baño.

—¿Tú que haces viéndome dormir? —me reclamó con el ceño fruncido «como si fuera un fisgón o un acosador».

—Cuidarte —respondí en un exabrupto de irritabilidad.

La Cuna el finalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora