Capítulo 11. Jeon David.

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Un torrente de luz fluía hasta su cama, irradiando su calor a través de las mantas arrugadas, templándolo.

Jimin suspiró y cerró los ojos, asegurándose a sí mismo que no podía ser tan tarde como sugería el resplandor del sol. Escabullándose más dentro aún de las sábanas, intentó entrar en la reconfortante nebulosa del sueño una vez más. Unos minutos más, y se levantaría para preparar el desayuno de su padre.

El aroma a pan horneándose se filtró en su habitación. Y tras fruncir ceño confundido, abrió los ojos.

La desolación se apoderó de él como una ola fría y negra tragando instantes apaciguadores de la languidez. Su padre estaba muerto. Yacía en lo más profundo de la tierra, atrapado para siempre en las penumbras. Nunca volvería a oír su voz cavernosa, ni a besar sus mejillas cubiertas de barba, ni siquiera encontrar el consuelo de su bondadosa presencia. 

Estaba solo en el mundo, prisionero y rechazado, temido y despreciado porque había sido tildado de asesino y brujo. Durante un momento el dolor se le hizo insoportable. Apretó los ojos y se hizo un oruga, sintiéndose pequeño y atemorizado, como un niño indefenso. Quería dormirse otra vez y despertarse para descubrir que la amarga realidad de su vida no era más que una terrible pesadilla. Sin embargo, sus sentidos estaban agudizados y su cuerpo agitado le impedía dormir. 

El ruido de los Jeon's yendo y viniendo, emprendiendo el día, fue penetrando su desesperación. Tenía que mantenerse fuerte, se recordó. Nunca conseguiría escapar de este lugar y vengarse de Agust si se permitía derrumbarse. Pensar aquello le permitió controlar su angustia mientras echaba hacia atrás los cobertores y cruzaba con paso quedo el frío suelo de piedra hacia la ventana. El sol abrasaba a través de los últimos velos diáfanos de niebla que rodeaban las montañas, indicándole que la mañana estaba avanzada y que prometía ser un magnífico día.

Llenó el aguamanil de piedra esculpido en el muro de la torre con una jarra de agua fría que habían dejado en su habitación y se lavó las manos y la cara. Luego se puso la camisa y el pantalón gris, considerando que el carmesí era una prenda demasiado elegante para llevarlo durante el día. Hasta que llegara el momento de escapar aquella noche debía actuar como si hubiera aceptado su situación, y eso significaba asumir sus deberes como curandero de David.

 Aunque sin mangas y chamuscado, su traje gris servía todavía y parecía una elección más propia para la tarea de atender a un niño gravemente enfermo. Buscó en el arcón al pie de la cama y encontró un cepillo que pasó con impaciencia por su enmarañado cabello, no tenía ningún lazo ni trozo de cordón para recogérselo hacia atrás, así que dejó que cayera a su antojo, indiferente respecto a su aspecto.

Descendió por las estrechas escaleras de la torre y se dirigió directamente a la habitación de David, rezando porque su enferma carga no hubiera muerto durante la noche. 

El olor hediondo de las hierbas quemándose le llenaron las fosas nasales al acercarse, el aire se hizo más cargado y cálido. A la altura de la puerta, vaciló, preparándose para la confrontación que habría con seguridad si Elspeth estaba con el niño. Recordándose que se hallaba al cargo del chico por orden de Jeon, dio varios golpecitos con firmeza a la puerta. Nadie le contestó, pero escuchó una tos amortiguada. Alentado por el hecho de que David pudiera estar solo, levantó el picaporte y entró en la habitación oscura.

El fuego estaba ardiendo con intensidad y los recipientes de las hierbas despedían un humo más denso que nunca, convirtiendo casi en pernicioso el aire húmedo y caliente. Era obvio que alguien había estado allí por la mañana temprano atendiendo aquellas cosas, pero David estaba solo en ese instante, tumbado allí, abandonado bajo esa multitud de mantas y pieles de animal. Estaba tosiendo y expectorando contra la almohada, daba la sensación de que cada jadeo ronco podría ser el último. La cólera le traspasó como un rayo, haciéndole olvidar su propia tristeza. Podría no tener mucha experiencia en curar, pero con toda certeza podía ver cuando un niño sufría. Pestañeando contra el humo picante, se las arregló para sonreír.

Mí Hechicero. (Kookmin +18)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora