Capítulo 1. El rescaste.

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Las Highlands, Escocia, verano de 1209.

Le dolía la espalda de estar apoyado contra el gélido muro y se esforzaba por levantarse con tranquila dignidad.

Entrecerrando los ojos frente al tenue velo de luz parpadeante de una antorcha, vislumbró la fornida silueta de su carcelero, Sim. Otros dos merodeaban detrás de él, sus caras prácticamente ennegrecidas por la oscuridad. Los estudió por un momento, luego dejó de apretar la pequeña piedra de puntas afiladas que tenía en la mano.

Agust no estaba con ellos.

—Están listos esperándote —anunció Sim—. Además hace un día espléndido para la ocasión —añadió torciendo con malévolo placer la caverna negruzca de su putrefacta boca—. El viento es perfecto.

Luchando contra el deseo de estampar el puño contra su cara, Jimin avanzó.

—Dame las manos —le ordenó blandiendo una larga soga.

Cerró los dedos en un puño, escondiendo su insignificante arma mientras la cuerda se clavaba en sus muñecas. No podía entender el miedo de Agust a que pudiera hacer algo mientras era escoltado hacia la muerte por aquellos fornidos guerreros. Una vez que las ataduras estuvieron aseguradas hasta producirle dolor, los dos hombres lo agarraron por los brazos y lo empujaron hacia el lóbrego pasillo. El hedor corporal, la comida podrida y los excrementos humanos inundaron sus pulmones. Se apresuró por el pasaje embarrizado, sus pies chapoteaban en los oscuros charcos de agua. Una masa de pelo se escabulló huidiza a su paso. Se detuvo sobresaltado.

Los guerreros se rieron.

—¡Un brujo asustado de una minúscula ratita! —dijo con un resoplido uno de ellos— ¿No les arrancáis las cabezas de un mordisco antes de desangrarlas en vuestras pócimas?

—¿Por qué no le echas un maleficio, como hiciste con tu pobre padre?—se mofó el otro.

—Estoy reservando mis poderes para el hechizo que estoy planeando para ti —le contestó Jimin, que sintió una alegría amarga al notar su repentino miedo.

Subieron las escaleras que dirigían a la planta principal del castillo. Allí el terrible hedor de los calabozos daba paso al fuerte olor a cerveza derramada y carne asada. Se estaba preparando una magnífica fiesta para celebrar su muerte; todo el clan había sido invitado a unirse al jefe del clan o laird Min Cedric y a su familia en esta memorable ocasión. El grasiento y fuerte olor a carne chamuscada de venado le revolvió el estómago. Pasó deprisa junto a los guardias que reían con afectación en la puerta y salió al aire cálido de la tarde.

—¡Ahí está! —gritó alguien con voz aguda e histérica.

—¡Brujo! —vociferó una joven con mirada de odio, apretando contra el pecho a su bebé—. ¡Tú le has provocado la fiebre a mi pequeño!

—¡Asesino diabólico! —se desgañitó un joven delgaducho que no aparentaba tener más de trece años—. ¡Fuiste tú quien mató a mi madre el mes pasado! ¿Verdad?

—¡E hiciste que mi pobre hijo se rompiera la pierna bajo aquel árbol —gritó una mujer atormentada de cabello gris—, dejándole lisiado, prostituto de Satán!

Todo el mundo allí reunido comenzó a proferir insultos y acusaciones contra él, tenían las caras contraídas por el odio y sus cuerpos tensos por la violencia. 

Jimin se detuvo asustado.

—¡Vamos, brujo! —gruñó uno de los guardias—. ¡Muévete! —Lo empujó haciéndole dar un traspiés.

La muchedumbre se abalanzó en un instante, agarrándolo del pelo, del traje y arañándole la cara.

—¡Esbirro del diablo!

Mí Hechicero. (Kookmin +18)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora