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PRISIONERA DEL DOLOR

(ELOWEN)

En medio de la oscuridad de la noche, mi mente estaba plagada de preocupaciones y temores sobre lo que el rey de Arcanum podría querer de mí. Cada pequeño ruido me hacía saltar de nervios, y el miedo se apoderaba de mis pensamientos, dejándome sin consuelo ni descanso.

Repasaba una y otra vez las palabras del rey, tratando de encontrar alguna pista sobre sus intenciones, pero todo lo que conseguía era un torbellino de incertidumbre y ansiedad. ¿Por qué me habría llevado de vuelta a Arcanum? ¿Qué podría querer de mí ahora que estaba bajo su poder?

Cada hora que pasaba se sentía como una eternidad, y mi angustia solo crecía con el paso del tiempo. Me preguntaba si Lysander estaría buscándome desesperadamente, si se habría dado cuenta de mi ausencia y qué estaría pensando en este momento. Mis lágrimas se mezclaban con mis temores, y solo anhelaba la luz del nuevo día como una esperanza de encontrar una salida de esta pesadilla.

Cada vez que alguien entraba en la habitación, mi corazón latía con la esperanza de que fuera Lysander, pero cada vez mis esperanzas se desvanecían al ver a un guardia o a algún sirviente del rey. Estar separada de él era como estar en un abismo oscuro y solitario, donde solo su presencia podía traer algo de luz y consuelo.

Me aferraba a los recuerdos de nuestros momentos juntos, cada risa compartida, cada mirada cómplice, cada gesto de cariño. Esos recuerdos eran mi refugio en medio de la oscuridad y el miedo, y me daban la fuerza para resistir y mantener la esperanza de volver a estar junto a él algún día.

Sentía en lo más profundo de mi ser que Lysander también debía estar sufriendo por mi ausencia. Sabía cuánto me amaba, y el pensamiento de que él también estuviera angustiado y desesperado por encontrarme me partía el corazón. Pero también me daba fuerzas para resistir y luchar por nuestro reencuentro, sabiendo que nuestro amor era más fuerte que cualquier adversidad.

Con cada latido de mi corazón, con cada respiración, con cada pensamiento dirigido hacia él, seguía aferrándome a la esperanza de que pronto volveríamos a estar juntos, superando cualquier obstáculo que se interpusiera en nuestro camino.

La puerta se abrió una vez más, y un guardia entró en la habitación. Me puse de pie con determinación, preparada para enfrentar lo que fuera que estuviera por venir.

-Venga conmigo-me dijo el guardia, y me llevó fuera de la habitación. No tenía fuerzas para resistirme, solo quería que esta pesadilla terminara de una vez por todas. Caminamos por los pasillos del castillo hasta llegar a un patio, donde me encontré rodeada por mis compañeros, todos observándome con expresiones que oscilaban entre la curiosidad y la preocupación.

En ese momento, el rey apareció en un palco, mirando en mi dirección con una expresión fría y despiadada.

-Hoy estamos aquí reunidos para que vean qué sucede cuando te alías con el enemigo- declaró, y un escalofrío recorrió mi cuerpo. No entendía qué estaba pasando, pero mi corazón comenzó a latir con fuerza, presagiando el peligro inminente.

Fui arrojada al suelo con fuerza, y mis manos fueron atadas con firmeza. Mis ojos se abrieron de par en par, llenos de temor, mientras me rompían la camisa con brutalidad. El miedo se apoderó de mí, pero antes de que pudiera protestar, el primer azote en mi espalda hizo estallar el dolor, quemando mi piel y dejando una sensación de agonía.

Los azotes continuaron uno tras otro, cada uno más doloroso que el anterior. Mis gritos llenaron el aire, resonando en el patio, pero caían en oídos sordos. Solo podía ver a los demás mirándome, algunos con expresiones de horror, otros con indiferencia, y entre ellos, a mis amigos, cuyos rostros reflejaban la angustia y la impotencia.

Cerré los ojos con fuerza, esperando que el próximo azote no llegara, pero cuando sintió el látigo cortar el aire y desgarrar mi piel una vez más, un gemido de dolor escapó de mis labios. La tortura parecía interminable, y cada golpe era como un martillazo en mi espalda, rompiendo mi resistencia y dejándome al borde del colapso.

Mis fuerzas se desvanecían mientras me arrastraban hasta mi celda, golpeándome cruelmente en el proceso. Al llegar, caí al suelo hecho un ovillo, incapaz de contener el dolor y la angustia que me consumían. Los sollozos se mezclaban con los gemidos de dolor mientras anhelaba desesperadamente la llegada de Lysander, mi única esperanza en medio de esta pesadilla.

Mis días se volvieron un tormento constante, cada jornada traía consigo una nueva forma de tortura que me desgarraba física y emocionalmente. Ya no tenía fuerzas para soportarlo, cada golpe y cada humillación me empujaban más cerca del abismo del desespero.

Un día, el rey se acercó a mí con su despiadada presencia. Su voz resonaba detrás de mí, llenándome de un escalofrío de terror. Su propuesta retorcida resonaba en mis oídos, pero no cedí ante su manipulación.

- No lo haré - respondí con firmeza, aunque mi voz temblaba de agotamiento y dolor. No importaba cuánto me golpearan o humillaran, no permitiría que me arrebataran mi dignidad y mi integridad.

Con cada día que pasaba, mis condiciones empeoraban. La falta de agua y comida me estaba consumiendo lentamente. Sentía que me estaba desvaneciendo, mi fuerza menguaba y la esperanza se desvanecía junto con ella. Ya no tenía la energía para mantenerme firme, ni siquiera para comunicarme con Lysander y pedir ayuda.

Otra noche más descendía sobre mí y con ella se desvanecían las pocas esperanzas que aún mantenía. Lysander no sabía dónde me encontraba ni qué atrocidades estaban cometiendo contra mí. Me consumía la preocupación de que él estuviera sufriendo por mi ausencia, sin saber si estaba viva.

Me acurruqué en el suelo, tratando desesperadamente de recordar su olor familiar, como si ese recuerdo pudiera darme la fuerza para sobrevivir otra noche más en este infierno.

Llamas de devoción la historia de amor de dos Dragones Donde viven las historias. Descúbrelo ahora