VII

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En la habitación no había nada que no hubiese visto antes: una cama, un escritorio, una silla giratoria y poco más.

– ¿Ves algo interesante?– preguntó Gavi detrás de mí.

– ¿Por qué me has seguido?– pregunté.

– Buena pregunta. He visto la curiosidad en tus ojos, así que he querido venir hasta ti.

Me giré para mirarlo y tragué saliva observándole: llevaba una sudadera beige, unos vaqueros de color negro y unas Air Force blancas. La verdad es que tenía buen gusto vistiendo, aunque no pensaba decírselo. No quería subirle el ego.

– Voy a bajar, ¿vienes?– preguntó.

– Espera.

Me miró fijamente y entonces se cruzó de brazos delante de mí, esperando por lo que tuviera que decirle.

– ¿Te gusta mi amiga?– solté.

Le vi esbozar una sonrisa y quise borrarsela de un guantazo.

– No, Laia, no me gusta ninguna de tus amigas.

– ¿Entonces por qué quedaste con ella?

– ¿Estás celosa?– murmuró.– No te preocupes, no pasó nada entre nosotros, estuvimos hablando sobre cómo dividirnos el gimnasio. Si quieres una cita, dímelo.

Lo miré sonreír y puse los ojos en blanco.

– ¿Yo? ¿Celosa? Para eso tendrías que atraerme al menos, y lo siento, pero no siento ni una cosa ni la otra.– espeté mirándole.

– ¿Ah sí?– preguntó y entonces dio un paso hasta mí.

Lo miré y retrocedí a la vez que él se acercaba hasta mí, arrinconándome con la pared.

Puso sus manos en la pared, sobre mi cabeza y pegó su cara a la mía.

Podía sentir su aliento cálido golpear en mi nariz. Tenía que salir de allí ya, pero estaba inmovilizada.

– Me da que me has mentido, Laia. Siento tus nervios.

– Es mentira.

Me sonrió y entonces besó mi mejilla.

– Cuando vayas a ser sincera, hablaremos.– murmuró saliendo de allí y dejándome respirar.

Volví a bajar intentando no mirarlo.

Aixa estaba hablando con Fermín, ambos se reían y se miraban de una manera peculiar.

Fui hasta ellos y carraspeé.

– Chicas, es hora de irnos.– murmuré.

Ellas me miraron sorprendidas, aunque ninguna puso quejas y se levantaron del sofá.

Miré a Gavi, quien me dio una sonrisa.

Me hizo sonreír y entonces me di la vuelta para abrazar a Pedri. Después de aquello llamamos a un Taxi y volvimos a La Masía.

Estaba lavándome los dientes cuando llegó Claudia dándome una sonrisa.

– ¿Qué? ¿No vas a decir nada?

Solté un suspiro y la miré.

– Es intimidante, y de cerca todavía más.

– ¿Cómo de cerca?– preguntó.

– No nos hemos besado, Claudia.     

– Joder, yo quería el beso.

– No. Los deportes y el amor no salen bien cuando los mezclas.– murmuré y después me enjuagué la boca con agua.

– ¿Quién dice eso?– preguntó haciéndose una trenza.

– Yo.– respondí

Ella me miró fijamente y entonces negó con la cabeza.

– Oye, ¿has hablado con Aixa?– preguntó.

Negué con la cabeza y me sentí mal al instante.

Salí del baño y toqué a la puerta. Esta se abrió y Aixa me miró fijamente.

– Lo siento.– murmuré.

– Yo también.

Así era la amistad entre Aixa y yo. Tenía claro que íbamos a durar muchos años, y ella también lo pensaba. Claramente habría discusiones, pero ¿qué sería de una amistad bonita sin discusiones?

– Creo que le gustas a Fermín.– murmuré mirando a mi mejor amiga sonriendo.

– Es buen chico. Quizás mañana le escriba.

– ¿Qué? ¿Cómo vas a escribirle?

– Laia, la única que se está resistiendo eres tú. Claudia está tonteando con Pedri, Patricia con Ferrán y yo con Fermín. Aunque creas que no, hay sitio para el amor siempre.

La miré fijamente y tras negar con la cabeza, le di un beso en la frente y salí de la habitación para ir a la mía.

Al día siguiente teníamos el campeonato y como siempre, teniendo los nervios a flor de piel. Llevaba meses esforzándome para que saliera bien, no podía dejar que todo se fuera por la borda por cualquier tontería.

O por cualquier chico.

Gavi sabía gustar. Era obvio.

Pero dependía de mí, dejarle con la palabra en la boca. Aunque no era fácil. Tenía un gran poder para persuadir.

Pero mi futuro iba primero que todo. Quería hacer sentir a mis padres orgullosos, tal y como venía haciendo desde hace años.

Era cierto que había tenido mis líos con hombres, pero ninguno había logrado tener toda mi atención.

La gimnasia era el noventa por ciento de mi vida y como no lo entendían, se marchaban.

Mis amigas lograban quedar con ellos, pero yo no encontraba el tiempo y mucho menos las fuerzas.

Me miré en el espejo y solté un suspiro. Normalmente no me fijaba, pero los días antes de los campeonatos y competiciones me fijaba en mi cuerpo, y podría asegurar que había engordado un poco.

No era una mujer obsesionada con el peso, porque la verdad es que tenía una genética envidiable. Comía cualquier cosa y nunca engordaba.

También se debía a la cantidad de ejercicio que hacía. Aunque no es que comiera en exceso.

Terminé de preparar mi bolsa para la mañana siguiente y me tumbé en la cama.

Aunque de repente recordé que debía tomarme un relajante para dormir. Siempre lo hacía antes de los campeonatos.

Me tragué la pastilla y miré el techo fijamente. No se escuchaba nada desde los otros lados de la casa.

Me removí un poco y pensé en él.

En lo que habíamos hablado en la habitación aquella. En su manera de mirarme y de acercarse a mí.

Había sido uno de los momentos más intensos que había vivido en mi vida, y la verdad es que me había encantado sentirlo.

Era como saltar a un precipicio sin saber si iba a haber una colchoneta al final. Sientes la adrenalina, el miedo y la alegría a la vez.

Aquella sensación de vértigo que te hace quedarte por mucho que quieras.

¿Cómo de profundo era el amor? ¿Más que el océano? No sabía la respuesta, aunque no estaba segura de querer averiguarla.

Tras divagar un rato más con mi mente, mis ojos empezaron a cerrarse y me quedé profundamente dormida.

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HOW DEEP IS YOUR LOOOOVEEE LAIA?

𝐇𝐎𝐖 𝐃𝐄𝐄𝐏 𝐈𝐒 𝐘𝐎𝐔𝐑 𝐋𝐎𝐕𝐄 +18 | Pablo GaviDonde viven las historias. Descúbrelo ahora