XIX

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Teníamos una competición dentro de poco y los nervios en nuestra sala eran notorios.

Las chicas se mataban en el tapiz del gimnasio y después cada una se separaba para irse a pasar la noche con sus chicos. Menos yo, que me quedaba hasta muy tarde para perfeccionar todos los pasos.

Normalmente cuando llegaba a La Masía me duchaba y caía rendida, pero todavía no había salido del gimnasio cuando Tania se acercó a mí.

– Deberías ir a casa y dormir un poco.– dijo.– Va a venirte muy bien.

Yo asentí y entonces solté un suspiro sentándome en el suelo para beber agua.

Tania se despidió de mí y se marchó dejándome sola.

O eso creía.

– ¿Ese último paso es el más difícil?

Reconocí esa voz y la reconocería a kilómetros.

– Lo suficiente.– respondí.

Me levanté del suelo y me giré mirando a Gavi acercarse a mí.

– ¿Qué haces?– pregunté.

– Venir a por ti.– murmuró.– Cámbiate, vamos a un sitio.

Bufé y me fui a la ducha y después salí acercándome a él.

Al salir del gimnasio vi un Audi negro aparcado delante de mí.

– ¿Te gusta mi nuevo bebé?– preguntó.

– ¿Es tuyo?– pregunté asombrada.– Es increíble.

Sonrió orgulloso y entonces abrió la puerta del copiloto para que pudiera entrar, me monté y después se montó él y arrancó.

Dejamos el gimnasio atrás y entonces tragué saliva. No podía reconocer que silencio era este; uno cómodo o uno incómodo.

Cuando aparcó vi un edificio blanco enorme.

– ¿Qué es esto?– pregunté.

– Mi casa.– respondió.– Venga, vamos.

Me desabroché el cinturón a toda velocidad y le seguí yendo hasta la puerta para entrar al portal, después nos montamos en el ascensor y cuando llegamos a la última planta las puertas se abrieron dejándonos salir.

Gavi fue hasta una puerta y abrió con las llaves que acababa de sacar de su bolsillo.

Por dentro era aún más bonita y cálida.

– ¿Qué quieres cenar?– preguntó yendo a la cocina.

– No tengo hambre.

– Laia, llevas días sin comer porque me lo ha dicho Aixa, así que dime que quieres.

Lo miré fijamente y me acerqué a la cocina.

– ¿Espaguetis?– pregunté.

Él asintió y entonces empezó a sacar trastos que ni siquiera sabía cómo cabían ahí.

Me arremangué y me acerqué para ayudarle.

– ¿Qué tal tus padres?– pregunté.

– Muy bien, algo ocupados como siempre.– respondió mientras miraba los espaguetis cocerse dentro de la cacerola.– ¿Y tú?

– Algo cansada, tenemos una competición y quiero que salga perfecta.– murmuré.

– ¿Crees que lo haces mal?– murmuró.

Negué con la cabeza parándome a pensar por un momento.

No me consideraba mala en lo que hacía, pero era consciente de que la perfección requería sacrificios.

𝐇𝐎𝐖 𝐃𝐄𝐄𝐏 𝐈𝐒 𝐘𝐎𝐔𝐑 𝐋𝐎𝐕𝐄 +18 | Pablo GaviDonde viven las historias. Descúbrelo ahora