Daemon se sentía como si un aguijón de angustia se clavara en su pecho cada vez que dirigía su mirada hacia el asiento vacío que debería ocupar su esposa en la mesa. La ausencia de Rhaenyra era como un eco ensordecedor que resonaba en la habitación, recordándole constantemente la brecha que se estaba formando entre ellos.
O que tal vez siempre había estado.
Cada vez que se sentaba a comer y veía el espacio vacío a su lado, un torrente de frustración e impotencia lo inundaba. El dolor de tener a Rhaenyra encerrada en esa habitación lo atravesaba como una daga afilada, pero lo que más lo perturbaba era su negativa obstinada a hablar, a compartir lo que la atormentaba.
Ya no podía soportar verla sufrir en silencio, pero sus intentos de acercarse a ella habían sido en vano. Sus súplicas, sus ruegos, sus intentos desesperados de entenderla y ayudarla habían sido rechazados una y otra vez. Rhaenyra se aferraba a su silencio como un escudo, como si temiera lo que su confesión pudiera desencadenar.
Él necesitaba desesperadamente saber qué la atormentaba ¿Qué podía ser tan grave para que ella sufriera en silencio? ¿Por qué se lo ocultaba?
¿Por qué insistía en no hablar? ¿Qué secreto tan grave podía ocultar?
La frustración y la impotencia se mezclaban en un torbellino de emociones dentro de Daemon. Si ella no estaba dispuesta a abrirse a él, a confiar en él, entonces ¿Qué más podía hacer? La idea de encerrarla era dolorosa, pero ya no podía soportar que ella se negara a confiar en él.
Con un suspiro pesado y el corazón lleno de dolor, Daemon tomó una decisión. Si Rhaenyra no estaba dispuesta a hablar, si persistía en ocultar la verdad que la atormentaba, entonces él tendría que tomar medidas drásticas.
No era lo que quería hacer, pero el reino era un caos, el gobierno de Viserys ya había sido un caos antes de que los Hightower le quitaran el poder, ahora que él había recuperado el caos, el reino avanzaba, pero demasiado lento para su gusto.
El septo seguía teniendo gran influencia en el reino, y por más que quisiera seguir los pasos de Maegor y quemar el septo si seguían exigiendo cosas de la corona, no podía hacerlo o perdería a más de un reino y eso solo traería guerra y sufrimiento a un reino ya asolado por el sufrimiento.
Corlys estaba al tanto de su plan, Rhaenyra estaba al tanto de su plan de quitar los poderes al septo, pero aún faltaba demasiado para eso.
Por ahora debería seguirlos soportando incluso en su palacio, por más que le desagradara la idea.
Al segundo día de tenerla encerrada, Daemon entró en la habitación con un peso en el pecho, sintiendo el aguijón de la culpa punzándole el alma mientras observaba a su esposa, tan triste y sola frente a la ventana.
Rhaenyra estaba sentada en silencio, con la mirada perdida en los exuberantes jardines que solían ser su refugio, su escape del mundo.
Por un momento, Daemon consideró ceder ante la angustia que veía reflejada en los ojos de su esposa. Quería liberarla de esa habitación opresiva, quería borrar la distancia que había crecido entre ellos.
Pero si la dejaba ir, ella seguiría sufriendo en silencio, ella seguiría enfrentándose a algo que él desconocía, y no quería que ella saliera lastimada.
Con determinación, Daemon se acercó a las ventanas y las cerró de golpe, dejando la habitación sumida en la penumbra.
Ella lo miró a los ojos, y se apartó de la ventana, sabiendo lo que él hacía, sabiendo que ni siquiera ese consuelo le permitiría.
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Llamas rebeldes: La unión de los dragones (Daemyra)
Romance"En un mundo de poder y tradiciones implacables, Rhaenyra Targaryen lucha contra un destino impuesto mientras es obligada a casarse con el rey, Daemon. Mientras ambos se enfrentan a sus propios demonios internos, la rebeldía de Rhaenyra choca con el...