Capítulo XI

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El rey Daemon convocó a sus más leales consejeros en una reunión secreta, consciente de que el reino enfrentaba tiempos turbulentos y que necesitaba aliados confiables para restaurar la estabilidad y evitar futuras rebeliones. El maestre Gerardys, Harwin Strong y Corlys Velaryon acudieron al llamado del rey, listos para discutir los asuntos urgentes que requerían su atención.

Había un plan ambicioso que el rey debía llevar acabo, pero para eso, necesitaba el apoyo de sus consejeros más leales. 

Ellos por supuesto, lo apoyarían sin dudarlo. Ellos ayudarían a que el reino tuviera grandeza nuevamente.

La atmósfera en la sala era tensa pero cargada de propósito, ya que cada uno de los presentes comprendía la gravedad de la situación, el reino cada día enfrentaba más rebeliones, y debían trabajar todos juntos para evitarlas. 

Un poco más tarde, el rey invitó a desayunar a sus leales consejeros, pero percibió de inmediato la ausencia de Rhaenyra.

Su mirada buscó rápidamente por si ella estaba cerca, pero ella no aparecía por ningún lugar.

Daemon miró a a una doncella, y la envió a por su esposa.

Una septa que escuchaba, hizo una reverencia y se adelantó a buscar a la joven reina. 

Daemon, cargado de confusión y ligero desconcierto, detuvo a la septa.

- ¿Acaso te envié a ti? Envié a Elinda Massey, no a una septa- dijo Daemon y la septa hizo una reverencia permitiendo que una de las doncellas fuera.

Elinda no miró hacia atrás, las septas no le habían permitido acercarse a la reina la noche anterior, y ella la extrañaba. Se preguntaba si ella estaba bien. Si las septas no habían sido muy duras con ella cuando la arreglaron para la celebración.

Ella sabía que las septas podían llegar a serlo.

La doncella tocó la puerta de la habitación de la reina, y escuchó un débil ''Pase''.

Al encontrar a la reina, vio en su rostro la evidencia de su fatiga y malestar.

 La expresión cansada y enferma de la reina reflejaba el motivo de su retraso, ella no se sentía bien, pero aún así ella estaba haciendo el esfuerzo de levantarse de la cama. 

Mientras tanto, en el comedor, el rey y sus consejeros aguardaban, intercambiando miradas preocupadas y murmullos discretos que reflejaban la incertidumbre ante la ausencia de la reina en el desayuno.


Rhaenyra, envuelta en un manto de malestar y fiebre, se encontraba entre la espada y la pared. La preocupación de Elinda Massey, su doncella de confianza, era palpable en cada gesto, en cada palabra. Sin embargo, la urgencia de la situación no permitía demoras. 

La presión de su deber hacia el rey y el reino pesaba sobre sus hombros, mientras luchaba contra el malestar que la afligía. Si el rey había pedido que ella estuviera allí, compartiendo su mesa con sus consejeros, era importante  y debía ir. No podía dejarlo en vergüenza no presentándose.

No podía fallar otra vez, por más mínimo que fuera el asunto, ella no podía fallar otra vez. 

Con una determinación frágil pero firme, Rhaenyra insistió en su decisión de asistir al desayuno real, a pesar de su evidente estado de salud. 

La responsabilidad y el temor a decepcionar al rey la impulsaban a sobreponerse a su debilidad física, a ocultar su malestar tras una máscara de normalidad.

Llamas rebeldes: La unión de los dragones (Daemyra)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora