Vacaciones

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-Bueno, profe, ¿Qué te parecen las vistas?

-Impresionantes, la verdad...- reconocí.

Estábamos en la terraza de nuestra suite, en la última planta del hotel, respirando la brisa marina y disfrutando del momento.

Acabábamos de llegar, y estábamos investigando el que iba a ser nuestro nuevo hogar durante los próximos días.

Este edificio formaba parte de las múltiples posesiones del señor De Prada, un lujoso complejo de seis plantas, situado en primera línea de playa, en una exclusiva y reservada zona, lejos del ruido y la aglomeración habitual de los lugares turísticos.

El mar Mediterráneo, de un hermoso color azul, brillaba a nuestros pies, con tanta intensidad que parecía que pudiéramos tocarlo desde allí.

Me costaba creer que apenas unas horas antes aún estuviéramos en Madrid.

Esa misma mañana, sobre las nueve, una berlina negra nos había conducido a toda velocidad hasta el aeropuerto. Allí nos esperaba un jet privado, que después de un breve vuelo en dirección sur, nos había dejado aquí...en este paraíso.

Y todo sin estrés, sin esperas interminables ni problemas para facturar el equipaje.

Nunca había viajado con tanta comodidad.

Podría acostumbrarme a esta vida...

Miré de reojo a Jess y ella me devolvió la mirada, sonriendo.

Este era otro motivo de satisfacción.

Por fin había recuperado su alegría, lejos de la mansión y de la opresiva mirada de su padre.

Tal y como había imaginado, este viaje suponía una oportunidad de olvidarnos de todos los malos rollos de los últimos días.

Además, desde que comenzamos a organizarlo, no había vuelto a entrar en esas dinámicas autodestructivas que tanto me preocupaban.

-Estoy muy contenta, profe...- anunció, como si no me hubiera dado cuenta.

A continuación, y para mí sorpresa, extendió su mano hasta mi mejilla y la acarició con suavidad, mirándome fijamente y sonriendo mientras lo hacía. Pude sentir como toda mi piel se erizaba con su contacto.

Después, se apartó con rapidez.

-Bueno, ¿Seguimos explorando este sitio?- dijo, como queriendo cambiar de tema.

Tras un momento de desconcierto, respondí:

-¡Sí, claro!

Nuestra suite se dividía en realidad en dos enormes dormitorios, separados aunque comunicados por una puerta. Jess la había elegido expresamente así.

-Mejor que cada una tengamos nuestra propia habitación, ¿No? Además, hay que guardar las apariencias...¡No vayan a pensar que estamos liadas!- Bromeó.

-Desde luego, Jess, lo que tú digas- respondí sonriendo. Me parecía curioso ver cómo, de esa forma, me apartaba de su lado. Por lo visto, necesitaba su intimidad, su propio espacio; me quería tener cerca, pero no demasiado cerca.

Curioseamos un poco más por las instalaciones.

Había un solarium en la terraza, jacuzzi, spa...

Todo el lugar transmitía una atmósfera lujosa y sofisticada, muy diferente de los sencillos hoteles costeros donde yo había veraneado a veces cuando era pequeña.

Finalmente bajamos hasta la playa, de fina arena blanca, y casi desierta. Apenas se veían personas tomando el sol o bañándose.

-Me encanta esto...-dije- qué tranquilidad.

Jessica y BeatrizDonde viven las historias. Descúbrelo ahora