VIII.

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Me estiré todo lo que pude en aquella cama gigantesca cuando los primeros rayos de sol se colaron por la ventana

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Me estiré todo lo que pude en aquella cama gigantesca cuando los primeros rayos de sol se colaron por la ventana. Tenía la sensación de haber dormido diez horas seguidas, porque para ser sincera sentía que estaba más descansada que nunca. Igual también tenía algo que ver el hecho de que había pasado la noche en la cama más cómoda en la que había estado nunca.

Miré a mi alrededor, fijándome en lo extremadamente ordenada que estaba la habitación. No me sorprendía para nada. Max siempre había sido así; perfeccionista hasta en los más pequeños detalles. Me pregunté si toda su casa estaría así; ordenada hasta el más mínimo detalle.

Fue entonces cuando me entró la curiosidad. ¿Qué se escondía bajo esa fachada de perfección? ¿Sería así en todo? ¿Habría algún recoveco en el que escarbar? Sé que no está bien lo que hice, pero no pude resistirme.

Abrí con cuidado uno de los cajones de la mesita de noche que había al lado de la cama. Allí estaba de nuevo la perfección que desprendía Max. Toda su ropa interior ordenada con exactitud. Abrí el segundo cajón, encontrándome con los calcetines bien doblados y organizados por colores. Sonreí tontamente, pensando en cómo reaccionaría si le cambiase algo de sitio. Tratándose de Max, podría darle un mini-infarto.

Después de debatirme un buen rato entre si hacerlo o no, pasé al siguiente cajón, y lo que encontré allí no pudo sorprenderme más. Boquiabierta, lo cerré rápidamente por miedo a que Max entrase y me encontrase espiándole.

Intenté tranquilizar mi respiración agitada, pero era imposible. Al fin entendía a qué se refería Jimmy cuando hablaba de los gustos "especiales" de Max. Al fin lo sabía, y ya no había nada que pudiese hacer para olvidarlo.

La imagen de aquellas esposas y la mordaza me perseguirían el resto de mi vida.

Y puede que fuese la curiosidad, el ver algo nuevo para mi, algo que jamás había experimentado, pero un leve cosquilleo comenzó a formarse en mi interior. Era una especie de calor que me recorría de pies a cabeza y que me impulsaba a abrir de nuevo aquel cajón para poder ver más de cerca aquello que, de pronto, me parecía fascinante.

Así que, con las manos temblorosas, volví a abrirlo. Aquellas esposas de cuero estuvieron de nuevo frente a mi, pero esta vez las tomé entre mis manos. Pasé la punta de mis dedos por ellas, acariciándolas lentamente, pensando en cómo las usaría Max. Aquella calor en mi interior creció y creció, y fue descendiendo hasta mi sexo. Podía notar a la perfección cómo se mojaba poco a poco mientras en mi mente comenzaban a sucederse las imágenes del rubio manipulando las esposas, poniéndolas alrededor de mis muñecas hasta dejarme completamente inmovilizada.

Y, de pronto, la puerta de la habitación se abrió, y al otro lado de esta apareció Max. Su mirada se clavó en mi, en lo que tenía entre mis manos, y en cuestión de segundos su rostro palideció.

–¿Qué... qué estás haciendo? –preguntó con un hilo de voz temblorosa. Solté rápidamente las esposas, dejándolas sobre la mesita de noche en un intento por pretender que nada había sucedido a pesar de que era más que obvio.

Lust | Max Verstappen (+18)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora