XIII.

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Levanté la mirada de mi teléfono móvil para fijarla en Max, que entraba de cabeza en el agua de la piscina, salpicando levemente mi cuerpo

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Levanté la mirada de mi teléfono móvil para fijarla en Max, que entraba de cabeza en el agua de la piscina, salpicando levemente mi cuerpo. No me desagradó. Lo cierto es que, después de un buen rato mirándole, necesitaba refrescarme.

–¿No crees que es mejor que disimules un poco? –la voz de Lando me sacó de mi ensoñación. Estaba a mi lado, en una tumbona justo al lado de la mía. Me miraba con una ceja enarcada y los labios torcidos.

–No estaba haciendo nada –intenté defenderme, pero su ceja continuó igual de arqueada que antes.

–Lo estás devorando con la mirada –contestó con una pequeña sonrisa.

–No es cierto –me excusé de nuevo.

–Claro que sí. Y como no disimules, tu hermano terminará enterándose y os matará a los dos, así que haz un esfuerzo –pidió cuando Max salía del agua y toda mi atención estaba sobre su cuerpo.

Me parecía realmente increíble la capacidad que tenía de hacerme perder el sentido; era como si todo desapareciese a mi alrededor en cuanto se trataba de Max. Solo tenía ojos para él y para su cuerpo, que era absolutamente perfecto. Los músculos en su pecho se marcaban ligeramente, así como su abdomen, que le haría babear a cualquiera.

Me puse las gafas de sol para intentar disimular, a pesar de que cualquiera que estuviese a nuestro alrededor se habría dado cuenta al instante de lo que estaba pasando. Por suerte, Daniel se encontraba en la cocina preparando algunas bebidas para ir preparando la que sería, según él, la mejor noche de nuestras vidas. Se trataba de nuestra primera vez en el nuevo local que había abierto y que prometía ser una auténtica experiencia.

–Dios... estáis jodidos –murmuró Lando al darse cuenta de que, bajó las gafas de sol, mi mirada seguía clavada en Max.

Y lo cierto es que tenía razón.

Aquella noche todo se volvería más difícil.

Esa noche saldríamos todos juntos, y yo decidí ponerme uno de los vestidos más cortos y más provocativos que tenía en el armario. Se trataba de un vestido azul cielo de seda; con el torso ligeramente ajustado y una minúscula falda que se ondeaba por la ligera brisa de la noche.

Los ojos de Max se clavaron en mi cuerpo en el mismo instante en el que bajé las escaleras de casa para llegar hasta el salón, allí donde todos estaban esperando, ya completamente arreglados. Daniel estaba cruzado de brazos, molesto, como siempre que tenía que esperar por mí.

–Genial... Media hora de retraso y encima tendré que vigilarte toda la noche –protestó señalando mi atuendo. Puse los ojos en blanco, porque pocas cosas más molestas existían que tener que soportar a mi hermano actuando como policía.

–Estaré perfectamente. Gracias –contesté con una gran sonrisa.

–Eso es lo que me preocupa –murmuró abriendo la puerta de casa, pues el taxi ya nos estaba esperando.

Lust | Max Verstappen (+18)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora