XXXVI.

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No había estado nerviosa los días anteriores

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No había estado nerviosa los días anteriores. En absoluto. Pero cuando me levanté esa mañana sentí cómo el estómago me daba un vuelco y las ganas de vomitar eran cada vez mayores.

Jamás me había gustado exponerme; que la gente hablase de mi como si conociesen mi vida a la perfección. Pero esta vez se trataba de Max y de mi hermano, y si podía ayudarles de alguna manera, lo haría sin dudarlo.

–Mierda, Meghan... Estás temblando –murmuró Max cuando aparcó el coche en el aparcamiento destinado a los pilotos en el circuito de Imola. –Esto es una locura... Te llevo al hotel –agarré su mano justo en el mismo instante en el que se disponía a arrancar el coche de nuevo.

–No. Quiero hacerlo –dije para convencer a Max, pero también a mi misma. Lo cierto era que no estaba tan segura, que tenía ganas de vomitar y sentía que me faltaba el aire hasta el punto de asfixiarme.

–No tienes que hacerlo si no quieres, ratoncita... No me importa que me pregunten por la denuncia –estaba mintiendo. Le incomodaba. Y no solamente por él, sino por el equipo. Tenía miedo a las represalias que pudiesen tomar contra él. No lo decía, pero se le notaba en la mirada que estaba tan nervioso como yo.

–Quiero ayudarte –susurré posando mi mano sobre la suya.

–Pero, ¿a qué coste? –preguntó, liberando después un gran suspiro. –Mírate, Meghan... No quiero que salgas ahí, sabiendo que estás pasándolo mal por mi culpa. No tienes que hacerlo.

Suspiré profundamente, dejándome caer sobre el respaldo del asiento, pensando en todo lo que podía pasar a partir de aquel instante. En el mismo momento en el que pusiese un pie fuera de aquel coche, empezaba una nueva vida para mi. Dejaba atrás prácticamente toda mi privacidad para dar paso a una locura a la que no sabía si lograría acostumbrarme.

Pero, ¿qué opciones tenía? Tarde o temprano tendría que enfrentarme a mi nueva realidad. Estaba con Max, y gran parte del planeta ya lo sabía gracias a aquella fotografías nuestras en la cala. Al fin y al cabo, era todo cuestión de tiempo.

–Meghan, puedo llevarte al hotel si quieres...

–No. Lo haré –afirmé tomando su mano, apretándola con fuerza, quizá para dejar salir los nervios del momento.

–Pero...

–Déjalo. Estoy segura –dije tragando saliva con fuerza, quizá intentando disipar las náuseas que estaba sintiendo en aquel instante.

Max tomó mi mano con fuerza, como si a través de aquel gesto quisiese decirme que estaba conmigo. Eso era lo único que necesitaba; saber que estaba a mi lado, pasase lo que pasase. Estaba a punto de lanzarme a una piscina que parecía no tener agua; al menos aquella era la sensación de angustia que yo tenía.

–Vamos, ratoncita. Será solamente unos minutos –fue como una especie de promesa; una de la que no me fiaba mucho, porque sabía perfectamente cómo funcionaba aquel mundillo.

Lust | Max Verstappen (+18)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora