El vagón de los recuerdos perdidos.

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Luke.
*Apellido desconocido*

Suspiré nerviosamente girando la cuchara en círculos dentro de la taza, el olor al café mezclado con chocolate inundó mis fosas nasales. El leve sonido metálico chocando contra los bordes de cerámica canturrearon en las delgadas paredes de mi habitación.

Los recuerdos parecían estar sumergidos en el líquido que la cerámica estaba atesorando. Mi respiración se descontroló, el animal aulló en silencio, en mi mente. Luego vino el dolor, miré la ventana a lo lejos.
Mis ojos, sonreí con lágrimas humedeciendo mis mejillas.

Ya no era un Beta, ya no era un Mate, ¿qué era?. Aún conservaba mis habilidades, conservaba el peso de la manada, pero ya no tenía propósito alguno. Era cuestión de tiempo para que el animal ganara, para que el lobo despedazara mi alma.

No era su culpa, eran las reglas. Un lobo sin su mate, está condenado a perderse en la bestia.
Se suponía que ser un Beta, me salvaría de ese destino, se suponía que podría aferrarme a mi ancla, a mi compañero. Él sería quien me traería de vuelta de la oscuridad, incluso si perdía a mi mate.

Pero nadie predijo que podría tocarme todo en el mismo lobo.

Quizás nadie era erróneo. Mi madre lo predijo, la última vez que la ví, aún sus palabras quemaban como la voz de Dylan en mi corazón.
Luego los Lumbard se encargaron de que jamás la volviera a ver.

Estaba lloviendo, podía escuchar el agua golpetear contra el vidrio de la ventana. Caminé arrastrando mis pantuflas de peluche hacia mi lugar preferido en todo el palacio.

La ventana quizás medía un metro de largo, de alto aproximadamente lo mismo. No tenía rejas, no tendría sentido, era una casa de licántropos. Había un pequeño sillón justo contra la ventana, si te sentabas allí podías recostar tu cabeza contra el vidrio, ver la luna y escuchar la lluvia, simplemente hermoso.

Eso hice, me senté abrazando mis rodillas, la taza sobre el hueco entre ellas. Apoyé la punta de mi nariz en la cerámica, los relámpagos iluminaron el cielo. Sonreí con lágrimas silenciosas, resentidas, ausentes.

Agradecía que Mel me haya dejado pasar este momento solo, sabía que le dolía y que quería estar aquí conmigo decorando la habitación con su risa y sus temas arbitrarios que solo me harían pedirle que se callara.

Lucas se había ido, estaba siendo difícil para él desde que su lobo pasó al siguiente nivel, no lograba controlarse y tenía miedo de volverse un asesino. Thomas lo acompañó, quien alguna vez fue el pequeño Timi, hoy en día era todo un soldado. Aún conservaba sus rulos, pero se volvió más rudo con los años. Aún era Omega, pero solo se convertía si yo estaba cerca o Dylan, era la única manera de mantenerlo controlado.

Nos costaba verlo como un adulto, ya que a nuestros ojos aún era nuestro pequeño. Pero los licántropos crecemos con mucha más velocidad que los humanos, si tuviera que compararlo con un humano, quizás sería un adolescente. Ellos tenían casi la misma altura, aunque Thomas se veía más grande por la estructura de su cuerpo, entrenaba a diario y cambiaba de forma muy fácilmente, Dylan y él habían forjado un vínculo hermoso con los años, casi como si se tratara de un padre con su hijo.

Dylan tampoco estaba en el palacio, él y Matt se fueron a correr por el bosque. Era luna llena, y el cumpleaños de su mate. Hace un poco más de un año comenzaron ese ritual en donde corrían por el bosque entre aullidos y gritos, cazaban algún animal desafiante, como podría ser un puma. Luego despedazaban al animal debajo de la luna en signo de sacrificio y tributo.

Melanie debería estar junto a Thomas y Lucas, pero estaba en el piso de arriba, podía escucharla batallar contra su loba, intentando no destrozar todo el palacio. Pero aún así, decidió quedarse conmigo.

Alfa.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora