1.6 Deber y sacrificio

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Recuerda la única vez que sintió placer, fue en su noche de bodas, estaba nervioso por lo que tenía que hacer y su alfa se comportó bien, estaba contento y no dejaba de nombrar lo feliz que era de tener su propio dragón, prometió cosas que ha Aemond nunca se le prometieron.

Su señor esposo lo colmo de regalos durante la ceremonia, mostro a todos la casa de Vhagar y Aemond se maravilló de la magnitud del lugar, era hermoso de ver y tenía detalles en cada uno de sus muros todos alusivos a los dragones. Se sintió feliz de que no solo lo consideraran a él sino también a su dragón. Ingenuamente en ese tiempo pensó que el regalo más grande que le estaba ofreciendo era la libertad.

Su padre estaba tan desesperado que Aemond no se sorprendería si su padre lo entregaba a cambio de un montón de paja. Así que acepto el trato de matrimonio y se arrodillo mostrándose sumiso para su esposo.

Ese debió haber sido su mayor error.

Dejo escapar un suspiro mientras sentía como el alfa se arrastraba entre sus piernas, debió haber bebido en exceso porque de otra manera nunca lo tomaba con la espalda sobre la cama, casi siempre eran con el sobre sus rodillas y de cara a una almohada.

Suspira y no tiene mas remedio que ayudar al alfa a situarse entre sus piernas, entre más rápido termine será mejor para él, quizás puede que ayude un poco con sus movimientos.

— Es momento de traer un nuevo hijo— anuncia el alfa con una sonrisa, sus manos desatan la cinta que mantiene su cabello trenzado. Es la única de las cualidades que su alfa elogia, porque es tan largo como el de una mujer.

Aemond ayuda a desatar su cabello de la apretada trenza, su esposo olfatea su cabello cuando lo libera.

— El maestre de la reina Rhaenyra me reviso durante mi estancia en desembarco— le hace saber. Aerys tiene un año y tres meses, es lo suficientemente grande como para que Aemond pueda tener un bebé, si tan solo su esposo fuera capaz de engendrar hijos. — Mi parto fue complicado, tal vez nunca más tenga un hijo— añade.

Es una buena forma de desviar la atención sobre el tema principal y en parte es cierto ya que si Lucerys no está cerca Aemond no tiene a nadie más a quien recurrir para que pueda engendrar un hijo.

Su esposo se aparta lo suficiente para verlo y lo está mirando con el ceño fruncido, desde luego no está satisfecho con sus palabras.

— Mañana el maestre Pince te revisará de nuevo, él nos dirá. No es que desconfié del maestre de la reina, pero quiero oír otra versión. Quizás él nos de noticias más alentadoras.

Aemond mantiene la mirada fija en la tela de la cama mientras el alfa invade su espacio personal, el movimiento es incómodo casi torpe, puede contar cada una de las veces en que se desliza dentro de su cuerpo, sabe el número exacto antes de que todo termine y pueda recostarse en la cama y dormir sin que lo vuelvan a molestar, espera paciente haciendo ruidos para convencer al alfa de que hace un buen trabajo, que está disfrutando del doloroso arrastre al que lo somete.

— Eres bonito — dice su esposo, su mano fuerza su rostro a mirarlo y Aemond fuerza una sonrisa en sus labios, casi convincente, sus piernas se envuelven de la manera que pueden en la cadera del alfa y se mueve incitando al alfa a hacerlo también, el alfa embiste correspondiendo a sus intentos de profundizar. — Si tan solo fueras una mujer, sería el alfa más afortunado del mundo— murmura contra sus labios. Aemond siente malestar, aprieta sus labios contra los del alfa negándose a abrirse más para él y permitirle que explore su boca con la misma facilidad que lo hace entre sus piernas.

¿Madre paso por lo mismo? Condenada a estar con un alfa marchito que ni siquiera era capaz de producir alguna sensación en él, un alfa que solo quería tomar para él un placer que creía que se le debía por derecho propio y engendrar tantos hijos como fuera posible dentro de él. La compadecía, al menos tuvo a Lucerys.

Omega Inadecuado (Lucemond)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora