"La esperanza se tuerce a ilusión y luego vuelve al dolor,
así que goza, en silencio y sin mirar.
Y luego... siente.
En el gozo y dolor en simultáneo.
Entonces la esperanza se volverá agridulce."
Gabriel y Eliot se ven distanciados después de que Ga...
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Prólogo
~ Gabriel ~
No es algo que hubiese pensado anteriormente; en realidad, la idea apareció tímida e imperceptible en un principio.
Jamás me lo cuestioné, ni siquiera en mi adolescencia cuando descubrí que también me gustaban los chicos, tampoco es que me desagradara mi imagen. La gente solía decir que era muy guapo y yo me sentía satisfecho conmigo mismo.
Pero últimamente esa idea no paraba de dar vueltas en mi cabeza, floreciendo y expandiéndose como una tediosa enredadera en mi consciente e inconsciente.
Y es que, si fuese una chica, tal vez tendría más oportunidades con Eliot.
Si fuese una chica, dejaría mi cabello largo y me haría una trenza desenfadada que tanto le gustaba a Eliot; si fuese una chica usaría un vestido negro ajustado con una chaqueta de mezclilla y botas de combate, y Eliot me encontraría atractiva.
Si fuese una chica mis manos serían más pequeñas y finas y a Eliot le fascinaría sostenerlas; si fuese una chica mi piel sería suave y no tendría estragos de barba a diario.
Si fuese una chica tendría un olor más delicado y reconfortaría a Eliot y mi voz sonaría menos gruesa, por lo que le gustaría escucharla por teléfono.
A Eliot le gusta lo estereotipadamente femenino, con un toque rudo; le gustan las chicas graciosas y sencillas, las que visten bien y las que aman a los animales.
Yo podía ser gracioso y vestir bien, también amaba a los animales; pero no era una chica.
Y a Eliot jamás podría gustarle.
***
~ Septiembre ~
Ocre, marrón, petricor y silbido de viento.
El otoño era una de sus estaciones favoritas, porque el café es más delicioso cuando hace frío, porque las bufandas son suaves y los chalecos son coloridos; porque el color de las hojas secas en el piso le daba un toque pintoresco a la ciudad y él prefería eso antes que las flores primaverales y la odiosa alergia.
Todavía no era suficientemente otoño, pero ya se sentía en el aire, en la forma en que los días comenzaban a oscurecer más pronto y cómo los amaneceres estaban más fríos.
"Perfecto"
Gabriel se consideraba a sí mismo como un alma vieja e introvertida, le gustaba leer, caminar pisando hojas de otoño, el café y las cosas dulces.
Ah, y también le gustaba Eliot Leone.
Eliot Leone.
Gabriel, quien se consideraba un romántico, creía en cosas tan clichés como el amor a primera vista y flechazos de cupido; creía en esas historias interesantes donde las miradas se encontraban en medio de multitudes y se reconocían las almas gemelas a través de sonrisas tímidas e inocentes.
Creía en eso pese a que nunca le había pasado y tampoco le pasó con Eliot.
Pero sí su enamoramiento fue lento, no tan impulsivo como un amor adolescente, porque él —con sus veintiún años— ya no era un adolescente.
¿Qué le gustó de Eliot? Bueno, lo extraordinario de lo ordinario; que Eliot siempre jugaba con los animales que veía por la calle y le encantaba silbarles a los pájaros intentando obtener una respuesta; que era detallista y siempre le compraba su dulce favorito o recordaba que le gustaba el café con tres cucharadas de azúcar.
También le gustaba su sonrisa, en todos los formatos; la sonrisa nerviosa cuando lo elogiaban, la sonrisa comprensiva cuando hablaban de temas más profundos, la sonrisa traviesa cuando quería cometer una locura y la sonrisa coqueta cuando bromeaba con él.
Le gustaba su pasión por el baile. Le gustaba la dedicación que le ponía para llegar a la hora a sus clases, para preparar su estado físico para sus presentaciones, para ensayar horas extras las coreografías; le gustaba la emoción que transmitía cuando lograba hacer los pasos que le costaban.
También le gustaba él, de forma física. Eliot Leone era guapo, convencionalmente guapo. Cabello azabache ligeramente corto; piel nívea, ojos grandes, nariz redonda, orejas pequeñas, cejas pobladas y labios carnosos; era alto y su cuerpo —uf— el cuerpo de un bailarín, pero más musculoso.
Gabriel no era ninguna de esas cosas. Gabriel tenía el cabello castaño y ondulado, su piel era color canela y era un poco más bajo que Eliot, con un cuerpo delgado y una pequeña pancita sedentaria; el baile era como un arma mortal para él y desafinaba hasta haciendo escalas simples; no por ello no disfrutaba de la música, por cierto.
Gabriel, con su bisexualidad asumida desde lo diecisiete años, era consciente de que nunca le había gustado tanto alguien como le gustaba Eliot; porque, además, el azabache no era solamente ese crush que veía pasar por la calle dejándolo anonadado, sino que era cariñoso y conversador, era un excelente compañero de copas y un buen aliado para hacer maratones de series.
¿Qué tenía de «malo» Eliot? Era inseguro, demasiado inseguro; era un poco cascarrabias y jodidamente impuntual —excepto con cosas relacionadas al baile—; también era un poco egocéntrico y le gustaba que le pusieran atención.
Para Gabriel, Eliot era muchas cosas. Y una de ellas era que Eliot era heterosexual.
Por eso, cuando caminaban despacio por el centro comercial tomando tranquilamente un café mientras miraban con calma los escaparates de las tiendas, no se impresionó cuando él le dijo—: Estoy saliendo con una chica.
Obviamente, Gabriel no sería el único en notar lo maravilloso que era el azabache y jamás le había escuchado hablar de alguna chica, salvo de sus amoríos adolescentes.
Pero aquello, dicho en la casualidad de una tarde juntos en su estación favorita, supo más amargo que cualquier trago de café en el mundo; el tipo de amargor que rechazaba, ese agrio mezclado con acidez que se instala en la boca del estómago y corta el aire, que vuelve densa la sangre y enfría el alma.
—Qué buena noticia —respondió lo más rápido que pudo, chocando su vaso de café con el contrario imitando un brindis—. Me alegro por ti, amigo.
—Gracias.
Esa simple frase había revuelto el mundo del castaño y traería consigo un sin número de eventos que no se podría enfrentar de forma sencilla.