"La esperanza se tuerce a ilusión y luego vuelve al dolor,
así que goza, en silencio y sin mirar.
Y luego... siente.
En el gozo y dolor en simultáneo.
Entonces la esperanza se volverá agridulce."
Gabriel y Eliot se ven distanciados después de que Ga...
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Capítulo 4
~Emil~
Enero
Gabriel y yo nos conocimos desde los trece años. Íbamos en el mismo curso, pero no habíamos cruzado palabras jamás hasta ese entonces.
El día que nos conocimos, yo estaba llorando en el baño en medio de las clases, donde nadie me interrumpiría o molestaría. Estaba llorando por muchos motivos: el primero era que el chico con el que supuestamente estaba saliendo —y mi primer novio o eso creí ingenuamente— le había dicho a todo el mundo que era gay y que él solo había estado jugando conmigo, cayendo en su trampa.
El rumor había llegado hasta oídos del director y, el segundo motivo por el que estaba llorando, era porque tuvieron que llamar a mis padres y contarles la situación, dándoles una extensa charla sobre cómo debían asegurarse de que controlara «mi comportamiento» en la escuela.
Eso me llevó a la tercera razón por la que lloraba: le había tenido que admitir mi orientación sexual a mis padres a esa edad, donde recién lo estaba asimilando por mi cuenta y donde ni siquiera fue mi voluntad decirles, sino que todo fue por obras de terceros malintencionados; además, esto únicamente trajo momentos de tensión en mi hogar por días, tal vez durante semanas.
Y también lloraba porque me sentía enormemente solo. Mis padres casi no me dirigían la palabra y en la escuela era objeto de comentarios y de susurros de pasillo.
Mientras me ahogaba en la miseria, Gabriel apareció en el baño y lució sorprendido al verme.
Yo le puse mala cara inmediatamente. Mis compañeros de salón solo querían molestarme y, en general, tenía miedo de que las cosas escalaran y quisieran hacerme daño —físico, porque mental ya lo hacían desde que todo colapsó—, por lo que me obligaba a estar a la defensiva todo el tiempo.
—Qué quieres —le solté, mordaz.
—Orinar —respondió él con simpleza.
—Pues haz lo tuyo y piérdete —le dije, limpiándome con fuerza las lágrimas, sin siquiera mirarlo.
Gabriel dudó un momento y luego se dirigió al urinal; estuvo ahí un momento hasta acabar, para luego lavarse las manos y mirarme con timidez a través del espejo antes de hablar:
—¿Estás bien?
—Qué te importa —gruñí.
—No me importa realmente —dijo sacudiendo sus manos mojadas—, pero no puedo irme así al verte... tan deprimido.
—¿Quieres hacer tu buena acción del día?
—Relájate, amigo. Solo quería saber si estabas bien, si necesitas algo.
Me habían chocado sus palabras. Creía recordar que nadie —ni siquiera mis padres— me habían preguntado si necesitaba algo, si estaba bien; todos me dieron la espalda y me miraban por sobre el hombro, como si ahora fuera un monstruo del que debían alejarse, como si tuviese una enfermedad que se pudiera contagiar.