Capítulo 6

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Capítulo 6

~Eliot~


Febrero

Cerré la puerta de la casa y avancé de inmediato por las escaleras que estaban junto a la entrada. Había olor a estofado porque seguramente mi mamá había cocinado la cena y dejado almuerzo para el día siguiente.

El color verde del papel tapiz se hallaba ensombrecido por la hora y la única fuente de luz proveía del pasillo al final de las escaleras.

Llegué al segundo piso y pasé por la habitación de mi madre. Estaba guardando ropa limpia en su closet, se notaba que ya se había bañado y traía puesto su pijama; su cabello negro liso caía suave por su espalda y noté en su rostro una expresión seria que no supe identificar.

—Cada día llegas más tarde —mencionó, sin mirar en mi dirección.

—Hola para ti también, mamá —le dije fingiendo una carcajada, me sentía un poco tenso porque mi mamá lucía extraña.

—¿Se puede saber dónde andabas?

—Salí después del ensayo.

—Son más de las once de la noche, Eliot. ¿No estás tan cansado con tus ensayos?

—Sí, no te preocupes, me dormiré pronto.

—Podrías llegar al menos un día temprano para cenar conmigo. —Cerró su closet y fijó su mirada en mí.

¿Había estado llorando?

—Sí, lo siento. —Agaché la mirada, inseguro de preguntar qué sucedía—. Podríamos hacer algo el sábado, tú y yo. ¿Qué dices?

Ella me miró entrecerrando sus ojos y soltó un suspiro cuando se sentó en su cama y llevó su mano hasta su cien, sujetando con delicadeza la zona, como si le doliera la cabeza.

—Está bien, Eliot. No quiero intervenir en tu vida.

—No se trata de eso, mamá —objeté, comenzando a enojarme—. He estado con muchas cosas. Las clases, la academia...

Kat...

...

Gabriel...

No me sentía de buen humor para una pseudo manipulación emocional de mi madre.

—Lo entiendo, hijo. De verdad, es solo que... —Se aclaró la garganta, estaba comenzando a llorar—. No es nada. Ve a descansar.

—¿Qué pasa? —Me acerqué a ella, ansioso. Me senté en la cama y le pasé el brazo por los hombros para abrazarla. Unas lágrimas finas corrieron por su mejilla.

—Solo son cosas de madre, hijo. Me siento más vieja cada día y también más sola... Pero no es tu culpa...

Oh, sabía de dónde venía todo eso.

Y lo más seguro es que no tenía nada que ver conmigo.

—¿Quieres hablar de eso? —pregunté con nerviosismo, mi voz sonó baja y ronca y aflojé un poco el agarre que ejercía sobre los hombros de mi madre.

—No —respondió, irguiéndose y secándose las lágrimas con rapidez—. Está bien, Eliot. Ve a descansar. —Me dedicó una sonrisa fingida y me dio unas cuantas caricias en el cabello antes de añadir—: Te amo, ¿lo sabes?

—Por supuesto.

Mi madre volvió a sonreír y perdió su mirada en las fotos que estaban sobre la cómoda de su habitación. Seguí la dirección de sus ojos y me encontré con esas fotos conocidas, de recuerdos que no tenía y de algunos momentos que no iba a olvidar.

Fotos de mi graduación del instituto, de un día de campo a las afueras de la ciudad. Fotos de mí en bicicleta.

Fotos de un cumpleaños que no era para mí.

Ahí fue cuando lo recordé.

Hoy era el cumpleaños de mi hermano mayor.

Me levanté tras dejar un beso en la frente de mi madre y escuchar su suspiro cuando cerré la puerta de la habitación. Me dirigí a la mía, cargado de sentimientos ajenos y propios sin poder procesarlos todos al mismo tiempo.

La cama estaba deshecha y la ventana estaba abierta, dejando entrar el frío de febrero en la habitación; había ropa tirada por todas partes y sabía que ese lugar necesitaba una limpieza porque olía terrible debido a la ropa sucia de los ensayos y las zapatillas que utilizaba para bailar.

Incapaz de ordenar mis pensamientos, me puse a ordenar lo que sí podía controlar. Tiré la ropa sucia a la cesta junto a la puerta y, con ello, traté de tirar la sensación de fracaso al saber que reprobé una materia a mediados de enero.

Recogí los platos y vasos sucios, dejándolos sobre el estrecho escritorio que estaba lleno de cuadernos con dibujos distraídos y los libros de clase junto a la computadora; cambié las sábanas intentando espantar la tristeza que me dejó ver la angustia de mi madre y el dolor que sabía cargaba sobre sus hombros.

Bajé al primer piso, pasé por la pequeña sala y me introduje a la cocina, dejando la loza sucia junto al lavaplatos y me dirigí a la logia donde puse a lavar mi ropa.

Hacer todas esas cosas era más sencillo que lidiar con mis emociones en ese momento.

Pero cuando la loza estuvo limpia y la ropa colgada, cuando la cama ya estaba hecha y los libros estaban ordenados, la una de la mañana me golpeó en soledad y silencio.

Pese a que había cerrado la diminuta ventana de mi habitación, el frío todavía se colaba por ella y seguramente era buena idea arroparme bajo las mantas de mi cama y tratar de dormir.

Ojalá fuese tan fácil.

Me recosté sobre la alfombra y miré el techo blanquecino donde se proyectaban sombras irregulares que se movían de vez en cuando por los autos al pasar y le daban un aspecto más lúgubre a ese cuarto.

Pensé que el frío me distraería, que el sonido distante de los vehículos cerca de la avenida sería más fuerte que mis propios pensamientos. Tal vez si me ahogaba en música podría encontrar una salida.

No quería enfrentarme a esto.

No quería enfrentar el dolor de mi madre. No quería enfrentar mi propio dolor. No quería enfrentar el dolor del resto.

Miré mi celular y abrí el chat que tenía con Kat. El último mensaje era de ella, citándome a conversar esa tarde; luego abrí el chat de Gabriel. Estaba en línea, pero ¿qué le podría decir?

«Gab, ¿estás despierto? ¿podemos hablar? No me siento bien. Kat terminó conmigo.»

«Lamento tanto haberme alejado.»

«Te extraño demasiado.»

Pero nunca envié el mensaje.

Como un chicoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora