Capítulo 19

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Capítulo 19

~Emil~


Junio

Lo único que podía escuchar eran los latidos de mi corazón frenético y el sonido de mi respiración agitada.

Estaba tirado en el piso de la sala de ensayo, bañado en sudor, mirando el techo blanquecino. Me dolía todo el cuerpo, me sentía mareado y con náuseas. Le estaba exigiendo demasiado a mi cuerpo y no podía evitarlo.

Mi evaluación no salió como quería, mi compañero se equivocó en algunos pasos y tuve que compensar la coreografía para que no se notara tanto, aunque estaba seguro de que la maestra podía ver con claridad la nula química que teníamos y quizá lo atribuyó a falta de ensayo y dedicación; pero había sido todo lo contrario.

Lo había presionado demasiado, había escogido una canción complicada y la coreografía era extenuante. No era la primera vez que lo hacía, mi anterior compañero vivió algo similar y pensé que había aprendido de esa experiencia; sin embargo, eso no sucedió.

Por suerte logramos aprobar, pero mis calificaciones no representaban todo el esfuerzo que le estaba poniendo a mi desempeño y eso me frustraba.

Tenía hambre y al mismo tiempo me dolía el estómago. El techo comenzó a verse borroso y yo no sabía si en realidad estaba teniendo una especie de crisis o era solo la fatiga y la dieta estricta que estaba siguiendo.

Quizá ambos.

Quizá era el estrés y la ansiedad que no me dejaban descansar por la noche.

Estaba sufriendo algo parecido a lo que viví en mi primer año, cuando vine hasta la ciudad con esa mochila llena de aspiraciones y la mano de Gab sobre mi hombro; podía recordar con claridad las veces que lloraba hasta dormir, los vómitos tras los ensayos, la desesperación de darme cuenta de que mis compañeros eran mucho mejor que yo en muchos aspectos, el temblor de mi cuerpo ante cada evaluación, ante la inquisitiva mirada de mis maestros que juzgaban con mano firme mis movimientos y cada detalle de ellos.

Recuerdo querer rendirme, recuerdo esa sensación y ahora también me abordaba.

Tal vez no sea lo suficientemente bueno, lo pensé demasiadas veces, tal vez no era tan creativo como creí, tal vez me faltaba más experiencia que no sea el grupo de danza urbana.

Recuerdo haber superado esa etapa, pero, honestamente, no puedo recordar cómo lo hice. Es probable que simplemente me acostumbrara, que me adapté a los horarios y las prácticas agotadoras y desgastantes; que también me sentí más acompañado cuando conocí a gente del lugar y escuché sus problemas, casi iguales a los míos.

Probablemente me ayudó mucho que Gab estuviera ahí, y también Melisa, quien actuó como la hermana mayor que nunca tuve al ser hijo único, quien se aseguraba de preguntar estrictamente todo el tiempo si había comido y si estaba hidratándome bien. También me ayudó que Eliot fuera un buen compañero y amigo y me ayudó que Damien escuchara mis problemas tras la barra, aun cuando no entendía del todo lo que podía decirle.

Y, por supuesto, me ayudó Simón, quien fue mi pilar.

Simón había sido el motor que necesitaba para salir de esa depresión en mi primer año.

Y ahora lo necesitaba de nuevo.

Quería tomar mi celular, pero mi bolso estaba lejos de donde yacía recostado. Me costaba moverme, sentía un ancla robusta jalarme hasta el fondo y comencé a sentir que me ahogaba.

Me quedaban apenas unos minutos en esa sala. Alguien llegaría a reclamarla y me encontraría ahí, todo patético tirado en el piso. Debía moverme, me convencí, debía salir y llamar a Simón y decirle que quería verle con desesperación, que tomara mi mano y me quitara el ancla.

Pero en el fondo sabía que eso no era posible.

Porque, últimamente, Simón era esa ancla.

Como un chicoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora