"La esperanza se tuerce a ilusión y luego vuelve al dolor,
así que goza, en silencio y sin mirar.
Y luego... siente.
En el gozo y dolor en simultáneo.
Entonces la esperanza se volverá agridulce."
Gabriel y Eliot se ven distanciados después de que Ga...
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Capítulo 8
~Gabriel~
Marzo
Marzo seguía siendo terriblemente frío y eso le venía bien al café en donde trabajaba los fines de semana. Al principio me costó bastante aprender a preparar café, siempre arruinaba algo, también era un poco torpe con los pedidos y me ponía muy nervioso cuando tenía que contar dinero en la caja.
Pero después de unos días —y de mucho valor— logré adaptarme medianamente y también comencé a acostumbrarme a las personas que trabajaban conmigo ahí, lo cual hacía que la experiencia fuese un poco más grata.
El lugar era estéticamente bello. Las paredes estaban teñidas de un turquesa chillón y tenían algunos dibujos en líneas negras y blancas de dulces, tazas de café y teteras; las mesas eran de madera pintadas de blanco y con sillas acolchadas; y, por supuesto, estaba impregnado de ese delicioso olor a cafeína y azúcar.
Había mucha gente en el local ese sábado y me sentía animado de atender a las personas y cobijarme del frío del exterior.
Estaba limpiando una mesa pequeña cuando alguien me llama a mis espaldas.
—¿Gabriel?
Al voltear, mis ojos se deslumbraron con la silueta de Eliot, con su cabello más corto y oscuro, con un abrigo negro, su arete plateado y sus típicas botas de combate; lucía más musculoso y tal vez más alto, si es que era posible.
Lucía endemoniadamente apuesto.
Se me cortó la respiración. Momentos así podían ser descritos de forma más poética, pero para mí se sintió como si estuviese en cámara lenta, el ruido alrededor era constante y el mismo de siempre, de las tazas y cubiertos sobre los platillos, conversaciones a lo lejos, risas pequeñas, ruido de auto en la calle, la máquina de café funcionando.
El mundo seguía girando a su velocidad normal, pero todo lo que mis ojos veían en Eliot estaba atrapado en un lapso irreal, como si fuese un espejismo, una jodida ilusión.
Es más, era ridículamente dramático, porque la luz se filtraba por la vitrina de la cafetería y le hacía un claroscuro a su perfil, a su sonrisa entusiasta y a sus ojos redondos y brillantes.
¿Cuánto había pasado? ¿tres meses? Se sentía eterno.
Es decir, Eliot estaba ahí, luciendo como casi un extraño por algún motivo y, al mismo tiempo, como ese huracán que revuelve mi estómago con nostalgia.
Estaba temblando. Mis manos se aferraron con fuerza al paño con el que había estado limpiando las mesas y me esforcé por mantener la sonrisa lo más natural que podía.