En pausa

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CAPITULO 3

Los días en el Hogar de Ponny parecían ser siempre iguales desde mi regreso de Chicago. La Hermana María pasaba los días mostrándole como funcionaba todo a la Hermana Sofia, quien era una mujer pequeña y regordeta, a la que le gusta mucho la cocina, cantar y tocar la guitarra. Siempre estaba dispuesta a ayudar con una sonrisa y los niños pronto llegaron a quererla.

Había pasado ya un mes desde la boda y lo único que había alcanzado a decirle a la Hermana María fue que todo había sido perfecto, sin dar detalles, ella sabía bien que algo me pasaba, pero no indagó más, si algo caracterizaba a mi segunda madre era su discreción y su habilidad para leer entre líneas, así que no hiso más que darme mi espacio y rogar a Dios que aliviara el peso que cargaba en mi corazón.

Yo me mantenía lo más ocupada que podía, siempre buscando algo nuevo por hacer con los niños del hogar, ofreciéndome a ir al pueblo a hacer compras o visitar mis amables vecinos para venderles leche y queso, porque como decía la Hermana María, no debíamos abusar de la gentileza de nuestro amado benefactor. Pero cuando llegaba la noche los recuerdo de aquel día me atormentaban... ¿cómo lograba levantarme cada mañana?, ¿cómo podía sonreír y actuar como si no hubiera perdido las ganas de vivir?.

No entendía por qué me dolía tanto, si él ya no era mío desde hacía tanto tiempo, quizás porque en el fondo siempre supe que él no amaba a Susana, que estaba con ella para cumplir con una obligación absurda o por compasión. En todos estos años había fantaseado con la idea de que por las noches pronunciaba mi nombre, deseando, anhelando tenerme entre sus brazos, tal como yo lo hacía, sí aún lo hacía, veía niños correr hacía mi, mis niños, nuestros niños, con los ojos de Terry y mi rubio cabello, y ahora esos niños jamás serían nuestros, él se había enamorado, estaba enamorado de Lu.

El regreso al salón fue lo más difícil que he tenido que hacer en toda mi vida, saber que al cruzar esa puerta estaría esperándome la persona que más amaba para presentarme a la persona que más odiaba, sentía que todas las miradas estaban puestas en mí cuando me acerque a ellos.

Hola- susurre con la esperanza de no ser escuchada y poder irme de ahí, sintiendo que había cumplido, o por lo menos lo había intentado, pero mi suerte parecía que había sido robada para siempre.

¡Candy¡ mira ella es Lu Renné Hamilton, Lu te presento a mi buena amiga Candy- "amiga" a eso había quedado reducida, "amiga", nunca esa palabra me había parecido tan horrible, y ahora llevaba puesto ese cartel para siempre.

Mucho gusto Candice, he escuchado tanto de ti, que siento que ya te conozco.

En cambio, yo no sabía nada de ti- no se de donde me salieron esas palabras, nunca en mi vida había sido tan poco amable, pero no pude retenerlas. La miraba con tanto cuidado que fue grosero, quería saber que fue lo que él vio en ella, para enamorarse y olvidarse de mí, tal vez para siempre. Era realmente hermosa no podía negarlo, su cabello era color caoba, ondulado y largo, con grandes ojos color miel y piel clara, su nariz era pequeña y sus labios tenían un color rosado natural, era alta y delgada, tal vez demasiado delgada, y tenía ese aire de elegancia, que solo tienen las mujeres que siempre han vivido en la riqueza.

Eso debe cambiar querida Candice, espero que podamos conocernos más y llegar a ser todos buenos amigos- hiso énfasis en esa última palabra, aunque no con maldad.

Terry, querido, que gusto encontrarte aquí- se abalanzó Eliza sobre él y le dió un beso en la mejilla, interfiriendo en la plática, jamás estuve más agradecida con ella hasta que...

Eliza, te presento a Lu Renné Hamilton- Terry rodeo con su brazo la espalda de Lu hasta poner su mano en la cintura de ella, como si fuera lo más normal del mundo- Mi prometida.

Mi corazón latía a toda velocidad y al mismo tiempo no podía escucharlo dentro de mi cuerpo, mis pupilas se dilataron tanto que mis ojos empezaron a lagrimear, a mis espaldas Albert miraba todo cuidadosamente.

Pero vaya, ¡que sorpresa, no es así Candy¡- me miro con burla- yo creí que este sería su gran reencuentro después de lo de Susana- yo estaba muda, el temblor de mi mandíbula empezaba a ser evidente cuando Albert intervino, disculpándose por robarme un momento pero le debía un baile y se había cansado de esperar.

Candy...¿quieres irte?

No puedo, no sería justo para Annie y Archie, voy a estar bien solo ... gracias por sacarme de ahí- y contuve mi llanto.

De nada.

La noche continuo como debía, Archie y Annie bailaron su primer vals como esposos, y fue muy emotivo, todas las chicas en el salón lloraban emocionadas por el espectáculo que era verlos juntos y enamorados, yo lloraba también pero no por ellos.

Me despedí con un fuerte abrazo de mis mejores amigos. Mis hermanos. Les desee toda la felicidad que yo jamás tendría y le avise a Annie que tomaría el primer tren de regreso al Hogar, ella no sabía nada de lo que acababa de pasar e intento convencerme de quedarme unos días más, pero no tenía caso, después de todo ellos saldrían de luna de miel inmediatamente y yo ya no tenia nada que hacer ahí.

Era muy temprano en la estación del tren cuando Albert y yo llegamos.

Candy, no sabes cuanto lo lamento, pero debes agradecer que tuvo el valor de decírtelo a la cara, no todos hubieran podido enfrentarte, al final también te amó, lo sé. Se fuerte por favor y no dudes en buscarme si me necesitas, iré inmediatamente a ti, no importa el día. Recuerda que, aunque ya no eres una Andley, para mí siempre serás mi familia. Te quiero.

Estaré bien Albert, debo tomar el tren ahora, me espera un largo camino a casa, mantente en contacto y no olvides avisarme cuando se lo hayas propuesto a Layla- le guiñe un ojo tratando de demostrarle ánimo.

Me beso en la frente y se fue.

Una vez más viajaba en un tren con el corazón roto y por el mismo hombre. Así de patética era mi vida, así de cruel era el destino que había sido marcado para mí, primero Anthony y ahora Terry, a los dos los había perdido para siempre, y me encontraba sola, sin saber quien era Candy sin su amor por Terry. Mi destino sería cuidar a los niños del Hogar hasta hacerme vieja y morir como la Señorita Ponny, rodeada por el amor de los niños, pero ¿sería suficiente?, tenía que serlo, tenía que ser suficiente, si no me volvería loca como Susana. 

inmensamente felizDonde viven las historias. Descúbrelo ahora