El fuego amigo.

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Desde que recuerdo, la nación de fuego siempre fue la mayor amenaza para el mundo. Nos educaron con la idea de que éramos la más grande nación de todas, pasando por encima de los nómadas aire, las tribus del agua norte y sur, así como los maestros tierra. El fuego era grande, gigantesco, la nación con más gente, más poder, más riqueza, la que podía oprimir a quien fuese con sólo desearlo. Mi padre, el señor del fuego "Ozai", es quien se encargó de inculcarnos a mi hermana Azula y a mí que teníamos la responsabilidad de mostrarle al mundo que la nación de fuego éramos los líderes, que podíamos obtener lo que quisiéramos y podíamos incluso quitarle al resto del mundo aquello que les pertenecía si así lo decidíamos. Por otro lado, mi madre, Ursa, creía todo lo contrario. Si comparamos a sus dos hijos con ellos dos podríamos decir que cada uno de nosotros adoptó aquello que pertenecía a alguno de nuestros padres. Mi hermana heredó el carácter, la ambición y maldad de mi padre, yo heredé la bondad, la duda y la razón de mi madre. No podría decir que ella estaría orgullosa de mí después de todo lo que hice cuando tuve la oportunidad de retomar mi lugar en el trono, como futuro señor del fuego. Era sólo un príncipe desterrado, uno que había arriesgado el amor de su padre y el respeto de sus generales por creer que la forma en que Ozai llevaba las cosas era la forma incorrecta. Pero después, se volvió igual o peor que ellos.

Dentro de la nación de fuego no tenía mucha gente en quien confiar, ni siquiera en los que se decían mis aliados. Mi corazón se hizo oscuro y lúgubre cuando mi padre decidió que tendría la misión de encontrar al Avatar para así acabar con toda esperanza en recuperar la paz en las 4 naciones. La única persona que estuvo ahí para mí todo este tiempo fue mi tío, Iroh, "El dragón del Oeste". Había hecho muchas cosas malas junto a mi padre, había destruido pueblos enteros, llevado la guerra hasta el límite. Un día, al perder a su hijo "Lu Ten" en una guerra por dominar Ba Sing Se, se atrevió a hacer lo mismo que yo había hecho hace ya muchos años atrás: cuestionarse. Ese día, mi tío no sólo perdió a su amado hijo, perdió su ambición, su negligencia, sus ansias por dominar a otros pueblos. Ese día renació.
Desde ese momento, entendió que yo pasaba por periodos bastante parecidos, también me cuestionaba los motivos de la guerra, me preguntaba porqué mi padre sacrificaba a tanta gente con motivos tan crueles, porqué teníamos que oprimir a otros en lugar de vivir en armonía. Ambos, mi tío y yo, nos volvimos uno sólo. Lo apoyé cuando Lu Ten falleció, así como él me apoyó cuando fui desterrado por razones injustas.

¿Cuál fue el precio de ese amor incondicional, de ese apoyo desinteresado? El de un príncipe necio, uno egoísta, uno ensimismado. Me volví terco, me volví grosero, ambicioso, todo lo que mi padre quería que yo fuese. Estaba tan obsesionado con atrapar al Avatar, con tenerlo bajo mi poder y entregarlo a mi padre como muestra de mi lealtad que olvidé por completo quién era yo. Yo era el niño que odiaba la guerra, el que reprochaba los abusos de mi padre contra otras naciones, el que no soportaba ver cómo sacrificaban a los miembros más débiles de la nación ya que "no serían útiles para nuestros fines". En su lugar, me hice igual a Ozai, me hice igual a todos los que peleaban por acabar con las 2 naciones restantes. Poco a poco, fui perdiendome en la penumbra de mis propios ideales, le fallé a mi madre, a mi tío, al mundo. Y cuando al fin el Avatar había vuelto, cuando al fin había notado lo que realmente estaba aconteciendo en el mundo, cuando vi las injusticias de la nación de fuego, la traición de Azula, el engaño de Ozai, entendí hacia dónde tenía que ir. Entendí que debía ayudar al Avatar a controlar el elemento más complicado para él: el fuego.

Un día, cuando al fin estaba decidido a hacer las cosas de manera correcta, perseguí al equipo Avatar. El cometa Sozin estaba por pasar sobre nosotros, a escasos días. Si Aang no lograba dominar el elemento fuego sería la perdición del mundo. Ese día, la nación fuego sería poderosa, lo suficiente como para tener el control absoluto de todos, incluso de Ba Sing Se. No iba a permitirlo. Además, eso hubiese sido lo que mi tío hubiese querido que hiciera. Ahora estábamos separados debía honrar su honor, ya que el mío ya no existía.

...

Encontré después de varios días al equipo Avatar, en el "Templo del Aire del Oeste", un lugar secreto donde ellos se estaban refugiando, seguramente. Tenía muchos nervios de acercarme, ya que no sabía cuál iba a ser la reacción de todos al verme ahí. Es decir, había estado persiguiendo a todos durante semanas, tratando de acabar con el Avatar para llevarlo a la nación del fuego como un rehén, y ahora estaba ahí parado, tratando de redimirme, pedir disculpas y ofrecer mis servicios al Avatar para que dominara el fuego control y así pudiera salvar al mundo.

Me acerqué con cierto sigilo, pero cuando menos lo noté, el Bisonte volador frente a mí se movió de mi vista, dejando que todos me vieran fijamente. Sentí mi sangre helarse, pero no podía echarme hacia atrás, tenía que presentarme, hacer las paces, cumplir con mi misión.

- ¿Qué tal? Soy Zukko - Vaya forma de empezar una conversación. Obviamente todos se pusieron en guardia, esperando poderme atacar sin piedad. Les interrumpí antes de que todo esto creciera aún más -¡Escuchen! Supe que vendrían hasta acá, así que pensé esperarlos aquí - el Bisonte nuevamente se acercó, esta vez olfateandome insistentemente para después lamerme una vez en todo el cuerpo. Sentí un poco de repugnancia, pero al menos él ya me había perdonado, eso es lo que había interpretado de su forma de recibirme -. Sé que es una sorpresa verme aquí...
- No mucho - interrumpió Sokka, el hermano de la joven maestra agua: Katara -, nos haz seguido por todo el mundo - podía detectar el tono sarcástico en su voz.
- S-si, yo...- titubee -, como sea. Lo que quería decirles es que he cambiado, y que ahora soy bueno, y ...quisiera unirme a su grupo. Y también puedo enseñar fuego control...a ti -refiriéndome al Avatar Aang, quien me miraba incrédulo, pero a la vez compasivo. Contrario, el resto me observaba con total desaprobación, debía continuar con mi discurso si quería convencerlos -. ¿Qué me dicen?
- ¿¡Que quieres qué!? - enfureció la joven maestra tierra.
- No pensarás que alguno de nosotros confiará en ti, ¿o sí? - Katara sonaba especialmente molesta conmigo, más que el resto -. Digo, ¿qué tan tontos crees que somos?
- ¡Si! - Sokka apoyó a su hermana - Siempre haz querido atraparnos y capturar a Aang.
- He hecho cosas buenas - añadí para "negar" de alguna forma mis errores del pasado -, digo, pude haber robado su bisonte en Ba Sing Se, pero lo dejé libre, ¡eso es algo! - el Bisonte "agradeció" con otra lamida ese noble gesto.
- A Appa sí parece agradarle - añadió Toph.
- Probablemente se bañó en miel o algo para que Appa lo lengüetee. ¡No lo creo! - Sokka se negaba a confiar en mí.
- Puedo entender porqué no me creen - admití -, y sé que he cometido errores en el pasado-
- ¿¡Como cuando atacaste a nuestro pueblo!? - gritó Sokka.
- ¿¡O cuando robaste el collar de mi madre y lo usaste para ubicarnos y atraparnos!? - se incluyó Katara.
- Oigan, admito que he hecho cosas horribles, estaba equivocado al querer capturarlos y lamento haber atacado la tribu agua, y jamás debí haber enviado a ese asesino de la nación del fuego tras ustedes - todos abrieron sus ojos como platos, seguro que había dicho algo que ellos no sabían hasta ahora.
- Espera, ¿¡tu enviaste al hombre combustión!? - Sokka entró en furia.
- Bueno, ese no era su nombre, pero-
- Oh, lo siento, no quise ofender a tu amigo - hizo un tono burlón muy molesto.
- ¡No es mi amigo!
- Él nos encerró a Katara y a mí y trató de aniquilarnos - la maestra tierra explotó. Yo suspiré decepcionado para después dirigirme al joven Avatar, quien era el único que no había dicho nada desde que había llegado.
- ¿Por qué tu no dices nada? Una vez dijiste que podíamos ser amigos - Aang desvió la mirada -. Sabes que hay bondad en mí. - Sokka fue el primer en mirar a Aang y negar con la cabeza, mientras el resto me observaba inquisitivamente, nadie estaba de acuerdo con mi presencia, eso era claro, pero me daba la sensación de que Aang tenía otra idea diferente en mente.
- Jamás confiaremos en ti después de todo lo que haz hecho - dijo al fin el Avatar -. Nunca te unirás a nosotros.
- Tienes que irte de aquí, ahora - añadió Katara. Yo entré en una decepción terrible que me llevó a explotar nuevamente.
- ¡Trato de explicar que ya no soy esa persona! - dije mientras me acercaba al resto lentamente, pero fui interrumpido por Sokka.
- O te vas, o atacamos - apuntó su boomerang contra mí.
- Si no me aceptan como amigo...tal vez me tomen como prisionero - dije mientras me arrodillaba y extendía ambos brazos a modos de sumisión. Estaba decidido a hacer lo que sea por ganarme su confianza, incluso si eso significaba perder mi poca dignidad frente a ellos.
- ¡No, no lo haremos! - Katara sacó agua de una cantinflora que llevaba cargando con ella y me aventó lejos de ellos -. Vete de aquí y no regreses, y si te vemos otra vez...bueno, será mejor que no te veamos otra vez - apretó ambos puños, molesta.

Acepté mi derrota para convencer a todos de la bondad que quedaba en mí, sabía que ellos no me permitirían integrarme con facilidad, y tal vez era muy pronto para pedir un perdón apropiado, así que sólo me limité a levantarme del suelo y, con la cabeza baja, me retiré del lugar rumbo al bosque.

Como una chispa | Zukka Donde viven las historias. Descúbrelo ahora