Uno

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— ¿Qué hacemos con el contador? — preguntó uno de los muchachos, tenía la camisa manchada con sangre y los nudillos de la mano derecha hechos una masa sanguinolenta.

El contador apenas respiraba, estaba atado a una silla, ya no había rostro en su cráneo, en su lugar había una especie de cobertura de carne molida: era su propia carne, lo habían desfigurado a golpes.

— Uff... detesto tener siempre la razón. — murmuró Fiore y encendió un cigarrillo. Aspiró el humo y lo soltó hacia arriba. — llevenlo a la granja. — ordenó con un poco de desazón y siguió fumando.

Los demás hombres cargaron al contador aún atado en la silla y lo sacaron de aquel lugar, que era el sótano de la casa de apuestas que manejaba Fiore.

— Necesitamos otro contador. — le recordó Robert, su hombre de confianza. Era robusto y de aspecto curtido, con una voz grave que parecía resonar en su pecho, un hombre de experiencia en el negocio. — No podemos abrir sin un contador.

— Ya lo sé. — respondió algo fastidiado Fiore, que miraba el cigarrillo entre sus dedos, como si fuera algo novedoso. Hacer aparecer mágicamente un contador de confianza que quisiera trabajar para la mafia no era tarea fácil.

— Tiene que aparecer para mañana a la noche o Aldo va a enojarse mucho.

— Ya lo sé. — zanjó Fiore, un poco molesto. Estaba pensando y le fastidiaba que Robert hablara. — Necesito un trago para pensar mejor. — resolvió con una sonrisa y cruzó el brazo por el hombro de Robert. — En realidad lo que necesito es tomar un poco de aire... ¿Me acompañas?

Robert no tenía escapatoria, y juntos atravesaron el sótano que oficiaba de depósito, y subieron por la escalera de madera que estaba regada con sangre del contador como si marcara el camino directo a la salida. En el corredor se encontró con algunos hombres que entraban para apostar -o quizás para buscar alguna prostituta del segundo piso- a pesar de que era de madrugada, así eran el negocio y el vicio.

Salieron juntos a la noche, no había cartel que indicara que ese lugar fuera un local abierto al público, y mucho menos que fuera una casa de apuestas ilegal con bar y chicas de alquiler, era una fachada discreta con un hombre inmenso en la puerta sentado en una diminuta banqueta.

— Hey, Goro. — llamó Fiore al hombre sentado en la puerta. — ¿Conoces algún contador de confianza? — le preguntó Fiore, con el cigarrillo entre los labios.

El hombre se removió en su diminuto asiento y negó con la cabeza.

— ¿Qué pasó con el que teníamos? — preguntó con una voz bastante gutural pero sin dudas sincera.

— Renunció. — mintió Fiore y se encogió de hombros. — Ya nadie sabe apreciar un buen trabajo, ¿verdad, Robert?

Robert gruñó y también encendió un cigarrillo. La verdad es que no había renunciado, había estado faltando dinero del arqueo de caja desde hacía un tiempo y hoy lo descubrieron robando. Había que tener pelotas para robarle a la mafia.

— Estoy harto de tener problemas. — murmuró Fiore. — cuando no es la policía es faltante de bebidas o una chica enojada con un cliente o una mala fracción de drogas... — pateó una diminuta piedra. — Si no encuentro un maldito contador para mañana...

Soltó un grito de rabia y pateó un tacho de basura, unas ratas salieron chillando y corrieron a esconderse en otro lugar.

Robert lo miraba hacer berrinche, lo conocía lo suficiente como para saber que eso duraría poco, Fiore era un tipo centrado y muy práctico, y, siguiendo la regla de su comportamiento regular, tomó su teléfono celular y empezó a llamar gente.

Sólo para contar dineroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora