Cuarenta

18 3 0
                                    

Los hijos de Ruhama tardaron veinte minutos en aceptar a Ilyas en su casa como el nuevo esposo de su madre. A los pocos minutos estaban jugando los tres en la alfombra de la sala con bloques de madera intentando armar una torre lo más alta posible, lo que los mantenía absolutamente entretenidos pensando la manera en hacerla cada vez más alta con los bloques que tenían.

— Levi no habla, no lo fuerces a hacerlo. — le había advertido Ruhama esa mañana, tenía el rictus serio de siempre, pero sus ojos flameaban como un incendio, eran algo parecido a una amenaza.

Ilyas no iba a forzarlo a hablar, Levi era un chico dócil, quizás un poco bajo de estatura, su hermano menor era casi tan alto como él, y parecían gemelos, eran muy parecidos físicamente, ambos ligeramente rubios, con ojos entre azules y grises y cejas casi inexistentes. Ruhama los vestía iguales, lo que fomentaba la idea de que eran gemelos, pero Ilyas no tardó en notar que era una costumbre muy arraigada entre los ortodoxos vestir a los hijos iguales, como si tuvieran miedo de perderlos en la multitud y sólo pudieran reconocerlos por la vestimenta.

Ruhama los observaba desde la cocina como un perro de cacería: lista para atacar. Apretaba con fuerza el mango del cuchillo que empuñaba, y se preguntó si sería kosher asesinar a un hombre con el cuchillo de los vegetales; no iba a pasar dos veces la misma situación de abuso, se lo había prometido a sus hijos aunque ellos no supieran de lo que les hablaba, y estaba dispuesta a matar al primero que le levantara la mano a ella o a sus bebés.

Creyó que iba a relajarse cuando Ilyas se fue con su padre, Asinoj, a media mañana, pero Noam preguntó cada media hora cuándo volvía y como no obtuvo respuesta peleó con su hermano y ambos lloraron por haberse golpeado mutuamente con un duro bloque de madera.

Ilyas los encontró por la tarde llorando con la frente enrojecida, ambos corrieron a sus piernas y Levi estiró los brazos para que lo alzara. Ante esa escena Ruhama sintió rabia, una rabia que la corroía desde las tripas. Se encerró en el baño a llorar amargamente la rabia y la frustración, mientras escuchaba a Noam contarle a Ilyas lo que había pasado con su hermano en una oración breve que omitía mucho de las escenas previas.

Ruhama se lavó la cara y esperó a que se fuera de su rostro cualquier marca de enrojecimiento, y con mucha compostura salió del cuarto de baño con la barbilla en alto.

— Pónganse los abrigos que vamos a comprar. — ordenó, mientras tomaba las bolsas para las compras y buscaba la billetera.

Los niños no querían ir e hicieron un breve berrinche que Ruhama terminó en una orden tajante, y los niños se sorbieron los mocos y corrieron hacia sus abrigos.

Ilyas se acercó a Ruhama, él venía de la calle y no tenía problema en volver a salir a hacer las compras, pero ella se negó.

— Está lloviznando, puedo quedarme con los niños. — se ofreció en voz baja, para que los niños no lo escucharan.

Pero Ruhama no iba a dejar a sus hijos con un desconocido, tomó de la mano a cada niño y salió de la casa hecha una furia.

Odió tener que darle la razón, lloviznaba con mucho viento. Noam resbaló y cayó en la acera. Se había golpeado la cabeza, y lloraba con muchísima fuerza. Ruhama también lloró mientras apretaba al niño contra su pecho, y una vecina se ofreció a ayudarla con las compras para que volviera a casa con los niños. Esta vez hizo caso, y volvió con Noam en brazos llorando y sintiéndose una completa inútil.

Creyó que Ilyas la reprendería, pero no dijo nada, ni siquiera hizo un gesto que develara un "te lo dije". Solamente cargó al niño porque estiró los brazos hacia él y Ruhama se lo dio para buscar hielo en la nevera.

— ¿Qué pasó, campeón? — oyó que le susurraba mientras se sentaba en el sofá con el niño en brazos, que lloraba a moco tendido, aún con más angustia que antes.

Levi miraba la escena en completo silencio, con los ojos desorbitados, Ilyas lo invitó a sentarse a su lado, y cuando Ruhama regresó con el hielo envuelto en un paño de algodón, Ilyas tenía sobre las piernas a Noam llorando y bajo el brazo a Levi, que estaba asustado por toda la situación.

Podía arrebatarle a los niños a Ilyas o aceptar la ayuda. Tuvo que morderse la lengua para aceptar que ambos niños querían estar con él, y le colocó el hielo envuelto en un paño en la cabeza a Noam y le pidió a Ilyas que lo sostuviera mientras se iba a buscar lo que no había podido comprar.

Lloró todo el camino hacia la tienda, donde su vecina estaba comprando para ella, y al verla le acarició el rostro.

— Un nuevo matrimonio siempre es duro. — le dijo para consolarla.

Ruhama asintió con la cabeza, y trató de sonreír, no quería que la vieran recién casada y llorando.

Para cuando volvió con las compras, Levi dormía con la cabeza apoyada en Ilyas, y Noam bostezaba, pero Ilyas le hablaba de algo que lo mantuviera lo suficientemente entretenido para quedarse despierto.

— Ve con mamá, voy a acostar a Levi. — le dijo, y Noam obedeció a regañadientes, sosteniéndose el hielo en la cabeza.

Ilyas levantó a Levi como si fuera extremadamente liviano, y lo llevó hasta su cama, le quitó los zapatos y lo arropó con una manta.

Ruhama se inclinó a revisarle el golpe, tenía un chichón pero no parecía de gravedad. Sabía que no debía permitir que el niño se durmiera después de un golpe en la cabeza, así que le ofreció un librito para colorear.

Noam se sentó en la mesa de la cocina a colorear y le pidió a Ilyas que se sentara con él y que lo ayudara a colorear las figuras que representaban escenas bíblicas para niños.

Ruhama los observaba mientras acomodaba las compras y preparaba la comida. Cerca de la hora de la cena, los hombres de Asinoj vinieron a buscar a Ilyas otra vez y Noam le pidió que se quedara o que lo llevara.

— Vuelvo en un rato, no hagas llorar a tu hermano. — le dijo y le susurró algo más al oído que Ruhama no pudo escuchar, pero cuando Ilyas se fue le preguntó a su hijo qué le había dicho.

— Que soy el hombre de la casa. — le dijo sin mirarla, mientras coloreaba con rapidez la figura de un camello. — Tengo que cuidarte. — agregó después, muy satisfecho con su papel de guardián del hogar.

Ilyas no era mal hombre, pero ella no podía bajar la guardia. Besó a su hijo pequeño y suspiró aliviada. 

Sólo para contar dineroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora