Veintitrés

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No escucharon a los hombres entrar, ambos estaban desmayados. Ignoraron a Diletta después de comprobar que realmente estaba fuera de juego, la consideraron una yonqui más que no modificaría el plan y pasaron a la habitación donde Adriano disociaba en un estado semiconsciente, pero aún así supo lo que iba a suceder y no intentó detenerlo, a esas alturas de su vida sabía que aquello era lo mejor, que sólo su muerte liberaría a Fiore de culpas, que sólo su muerte le daría una nueva vida.

Su mano derecha, demasiado débil para sostener un arma, fue ayudada por otra mano enguantada a apoyar el cañón sobre el costado izquierdo del pecho, y luego la presión sobre el índice para efectuar la fuerza necesaria para que el gatillo cediera.

Disparo.

Los hombres observaron la escena, la sangre comenzaba a brotar y a ser absorbida por las sábanas y el colchón. Uno hizo una llamada por teléfono y avisó que "ya estaba hecho" y al colgar salieron sin hacer ruido.

No repararon en la mujer que dormía en el sillón, y la mujer que ahí dormía no se enteró que ellos habían estado ahí.



Sabía que algo malo iba a pasar, lo presentía en su pecho y lo adivinaba el rostro de Doménico, que hablaba sin cesar en una cadencia monótona y monocorde, tan típica de él. Doménico le ofrecía paz, o algo similar, siempre y cuando obedeciera y repartiera prolijamente las ganancias, sin olvidar que su porcentaje debía incrementarse como muestra de buena voluntad. Todo el tiempo pensó en mandarlo a la mierda, en levantarse de la mesa e irse corriendo a su apartamento, pero no podía, estaba rodeado por los hombres de Doménico, aquellos que le eran cien por ciento fieles, que jamás habían conocido a Fiore. Robert también estaba intranquilo, aunque también lo disimulaba, sólo Fiore, que lo conocía demasiado, podía atribuir esa postura ligeramente desnivelada de sus hombros como signo de tensión.

Estuvieron horas, demasiadas horas para tan poco contenido, y cuando los dejaron irse y mientras caminaban a los autos Fiore le susurró a Robert que algo malo había pasado.

— Ese llamado fue sospechoso. — reconoció Robert, y se metió al auto sin cambiar el semblante de su rostro.

Fiore se sentó en el asiento de atrás y Gian en el del acompañante, y cuando el auto comenzó a moverse se puso a llorar mientras marcaba el número de Adriano, y luego el de Diletta, pero ninguno respondía.

— No responden. — balbuceó, entre lágrimas y Robert aceleró.

Si bien no estaban cerca, llegaron rápido gracias a que Robert no respetó ninguna ley de tránsito.

Fiore temblaba y trastabilló al intentar subir los escalones de la entrada al edificio, pero al ver la puerta de su apartamento abierta ahogó un grito.

Gian entró primero, empuñando su arma, pero a Fiore ni siquiera le importaba atacar a alguien, sólo necesitaba saber si Adriano estaba bien. Corrió a la habitación, como si lo presintiera, y ahí lo vio, con el arma sobre el pecho y la mano en el arma, hundido en su colchón rojo de sangre.

Se acercó a verlo más de cerca y le besó la frente, comenzaba a enfriarse su cuerpo.

— Diletta está bien, sólo está desmayada, creo que la drogaron. — dijo Robert al ingresar a la habitación, y cuando vio a Fiore llorando al lado de Adriano se llevó la mano a la boca.

— Dios mío. — dijo, y se acercó más al cuerpo sin vida de Adriano.

— Llama a la policía. — murmuró Fiore, sin mirarlo, mientras le acariciaba el cabello a Adriano.

— Fiore, no es conveniente... — intentó Robert, pero Fiore insistió.

— Quisieron aparentar un suicidio... mejor que crean que así fue. — tragó saliva con dificultad. — Tengo que avisarle a Sylvia.

Salió por el balcón sosteniéndose de lo que encontraba firme en el camino, y afuera se sentó en el banco de metal, tomandose unos momentos mientras el mundo giraba a toda velocidad.

Robert obedeció y llamó a la policía, sabía que Fiore tenía razón.

— Sylvia, soy Fiore. — dijo al teléfono, intentando no llorar. — Adriano está muerto. Se quitó la vida. — le temblaba la voz, y del otro lado el silencio de Sylvia fue inabordable.

— No puede ser. — sentenció la mujer. — Adriano no haría eso.

— Es verdad, Adriano no lo haría, pero... lo hizo. — midió cada palabra para no decirle lo que realmente sospechaba, aunque estaba seguro de que Sylvia lo sabía.

Sylvia lloró al teléfono y Fiore intentó que no se notara que él también lloraba, pero no estaba seguro de si lo estaba logrando.

— Está por llegar la policía, tengo que colgar. — dijo luego de unos momentos, y cortó la comunicación.

Gian lo observaba desde la otra punta del balcón y Fiore supo que Robert lo había enviado a vigilarlo.

— ¿Qué le diremos a la policía? — preguntó el muchacho a su jefe.

— Que la puerta estaba cerrada del lado de adentro. — respondió Fiore, maquinalmente.

Entraron a la sala, y Fiore vio por primera vez a Diletta, estaba completamente desmayada, pero respiraba normalmente.

— Está drogada. —dijo Robert. — ¿Cuántas posibilidades hay de que Adriano la haya drogado? — le preguntaba directamente a Fiore, que miraba a Diletta dormir pesadamente.

— Muchas. — reconoció Fiore, que intentaba ser funcional, pero que por dentro estaba destruido.

La policía llegó y después de escuchar las declaraciones individuales de Fiore, Robert y Gian, declaró que había muchas posibilidades que la muerte de Adriano haya sido suicidio. La morgue se llevó el cuerpo y la policía retiró elementos que consideraban pruebas, como el arma, los restos de drogas y la taza que estaba sobre el mesón.

La ambulancia se llevó a Diletta, que estaba tan desmayada que apenas pudo balbucear algo mientras se la llevaban, sospechaban que le tendrían que hacer un lavaje porque no sabían cuánto había consumido, ni de qué.

— No vas a quedarte aquí. — advirtió Robert, con un cigarrillo entre los labios, listo para encenderlo.

Fiore sacudió la cabeza, no era ni un sí ni un no, era tan solo un gesto automatizado.

Robert suspiró y le pasó el brazo por los hombros.

— Todavía no estás muerto, muchacho. — le dio una palmadita amistosa en el rostro, y lo sacó del apartamento, listo para llevárselo a su casa. 

Sólo para contar dineroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora