Todavía sonaba en su pecho el retumbar del arma que había disparado. No creía poder dispararle a nadie nunca, era algo que su propio cuerpo rechazaba.
Gian le había dicho que llevara en la cartera siempre el arma cargada -pero sin proyectil en la recámara- y con el seguro puesto. Así que miraba su cartera en un rincón, que ocultaba el revólver que ahora sabía usar.
Aprovechaba sus días sin trabajar para informarse de contabilidad en internet. Tenía la esperanza de volver pronto a su puesto de trabajo, y quería hacerlo sintiéndose verdaderamente útil.
Anotaba algunas cosas triviales en su agenda cuando el teléfono la distrajo. Era Fiore, y se apresuró a contestar, convencida de que la llamaba para trabajar.
— ¿Estás libre esta noche? — preguntó luego de saludarla.
— Sí, claro. — respondió ella, por un breve segundo creyó que él la invitaría a cenar, y rápidamente pensó en qué ponerse.
— Necesito que me hagas un favor... tengo que salir y necesito dejar a alguien de confianza acá... Adriano insistió en que te lo pidiera. — Fiore le pedía un favor, le pedía que se quedara con Adriano mientras él hacía algo fuera.
— ¿Seguro que quiere que vaya yo? — Diletta dudaba de la veracidad de las palabras de Fiore, pero él asintió con un sonido típico de afirmación.
Quedaron en que Diletta estaría ahí a las ocho, y a pesar de que sabía que prácticamente no iba a ver a Fiore, se arregló un poco más que de costumbre.
Tomó un taxi hasta el apartamento de Fiore, llevaba la cartera sobre las piernas y sentía el peso del arma a través del cuero. En la entrada al edificio la esperaba Gian, que no sólo abrió la puerta del taxi para que ella bajara, sino que pagó el viaje.
— Si se pone muy intenso dale esto... — murmuró Gian, y deslizó una jeringuilla al bolsillo de su saco.
No quiso preguntar qué era, estaba segura de que no existía ningún escenario en el que podría utilizar aquella jeringuilla, pero de todos modos agradeció el gesto de Gian, y subió al piso diecisiete mientras se mantenía consciente de su respiración.
Fiore la esperaba de impecable traje gris humo, olía a perfume y parecía nervioso. La arrastró hasta la despensa de la cocina, era tan grande como su closet y ambos cabían de pie entre las conservas y las botellas de vino.
— Sólo puede tomar esto. — le dio un pastillero que sonaba a unas pocas pastillas y la miró a los ojos. — Si para la mañana no he vuelto... vete. — le dijo con tristeza.
— ¿Con Adriano? — preguntó aún con el pastillero en la mano.
Fiore negó con la cabeza.
— Sola. — aclaró, y Diletta asintió sin estar segura de lo que realmente estaba insinuando.
Fiore salió de la despensa y Diletta lo siguió con el pastillero en la cartera, donde también tenía el arma que Gian le había pedido que llevara siempre con ella.
Adriano fumaba en el balcón, pero luego entró al apartamento, parecía angustiado.
— No vayas. — le pidió a Fiore, le temblaba la mano en la que sostenía el cigarrillo.
— Voy a volver, te lo prometo. — le dijo y Adriano se arrojó a sus brazos para abrazarlo con fuerza.
Se separaron unos segundos después, y Adriano se limpió la nariz con el dorso de la mano. Fiore saludó a Diletta y salió del apartamento.
Adriano se sentó en el sillón a agitar la pierna derecha, tenía los ojos llorosos.
— ¿A dónde va? — preguntó Diletta, refiriéndose a Fiore.
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Sólo para contar dinero
ChickLitDiletta nunca imaginó que su vida daría un vuelco radical mientras pasaba sus días detrás de la caja registradora de un supermercado. Todo cambia cuando Fiore, un cliente enigmático pero con un encanto irresistible, descubre su habilidad oculta para...