Treinta y cuatro

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— ¡No! ¡Estás loco! — espetó Robert luego de golpear con el puño la mesa.

Los vasos vibraron por el impacto del golpe y el líquido dorado que contenían se estremeció en ondas.

— Es la única opción, Robert, tengo los días contados, lo sabes, Doménico lo sabe, yo lo sé... Si no me adelanto a sus movimientos... — Fiore no estaba tranquilo, parecía suplicante, y esa postura era lo que más preocupaba a Robert: Fiore jamás suplicaba.

Robert se llevó el cigarrillo a los labios y luego soltó el humo por ambas narinas en algo parecido a un suspiro.

— No quiero hacerlo. Incluso si saliera bien sería muy peligroso. — reconoció sin mirarlo, con la vista clavada en su vaso.

Fiore apoyó su mano en el brazo de su amigo, buscando su mirada, desesperado.

— Es mi última oportunidad, necesito tiempo para debilitar a Doménico, necesito más hombres, dinero... en este momento ya soy un cadáver, incluso siento olor a tierra húmeda y a putrefacción todo el tiempo. — soltó el brazo de su amigo y bebió de un trago lo que quedaba en el vaso. — Es una oportunidad en mil. Te lo pido como amigo.

Robert chasqueó la lengua y sacudió la cabeza. Se mantuvo en silencio unos momentos antes de responder, con el ceño arrugado.

— Está bien. Pero deja las cosas importantes en orden. — le pidió, resignado, y Fiore sonrió, no por alegría, sino por haberlo convencido.

Tenía un plan, uno muy peligroso, pero no tenía más opciones. Sólo confiaba en Robert, y por eso era parte estratégica de los hechos que se sucederían en los siguientes días.

Fiore no llevó a Diletta a buscar el dinero que Asinoj le prestaba. Sencillamente llegó con un bolso lleno de dinero que le dio a su contadora, y acordaron abrir el negocio al día siguiente, listos para cualquier contingencia e incluso preparados para pagar salarios o bonos.

Diletta no pudo identificar la mirada de Fiore, era completamente distinta a cualquier otra mirada que le había conocido, una mezcla de ausencia y tranquilidad que la perturbaban mucho más que verlo intranquilo.

— Esto es pan comido, Letti. — le dijo mientras se ponía el abrigo, listo para salir. — Volvemos al ruedo. — Le guiñó un ojo y le dio una palmada amistosa en el hombro.

Esa clase de comportamiento confundía a Diletta, ¿cuánta intimidad tenían? Descartaba por completo la idea de "ser algo", no eran nada más que empleada y empleador con un ocasional encuentro sexual y nada más. Se preguntó si quería algo más con ese hombre y se sorprendió de dudar tanto la respuesta.

El día de la apertura del negocio Robert llegó tarde, estaba borracho, o al menos eso parecía al momento de discutir con Fiore algo a puertas cerradas pero con el suficiente escándalo para que la muchacha de las bebidas y Diletta se miraran sorprendidas: esos dos jamás se levantaban la voz.

Robert se fue dando un portazo de la oficina de Fiore, y todos lo vieron salir del local, cosa totalmente poco habitual en él, que solía ser el primero en llegar y el último en irse cada día.

Diletta, muerta de intriga, fue a ver a Fiore, que fumaba con la mirada perdida sacudiendo las piernas en un tic frenético.

— ¿Está todo bien? Todos te oyeron discutir. — dijo ella en un tono bajo, algo preocupada mientras se acercaba al escritorio de él.

Fiore le dedicó una larga mirada y suspiró, el cigarrillo humeaba entre sus dedos.

— Cuando hay tanto dinero en juego es fácil discutir... — soltó, y dio una última calada y aplastó la colilla en el cenicero.

— Pero ustedes nunca discuten... — intentó ella, y Fiore le regaló una sonrisa.

— Robert está harto de mí, y para ser sincero yo también.

— ¿Estás harto de Robert? — No parecía convencerla esa afirmación que había hecho él.

— No, también estoy harto de mí.

Diletta reprimió una sonrisa.

— No te desanimes, estamos teniendo una muy buena primera noche. — lo alentó, refiriéndose a los números, y Fiore le regaló una sonrisa cansada.

— Gracias, Letti.

Sabía que la estaba invitando a irse, y volvió a su oficina a seguir contando dinero y haciendo las anotaciones en el libro diario.

La primera semana de trabajo fue tranquila, día a día iban sumando clientes que se animaban a volver a la casa de apuestas, todo parecía tranquilo, al menos lograron cerrar el balance semanal positivo. Diletta apartó el dinero con los intereses para Asinoj, que era casi todo lo que quedaba en la caja después de pagar salarios y reponer stock.

— La semana que viene será una mejor semana. — la consoló Fiore, y pasó su brazo por sus hombros. — Te llevo a casa.

Diletta no se negó, hacía muchísimo frío.

— ¿Qué harás para Noche Buena? — le preguntó ella.

— No lo sé, no lo he pensado todavía. — reconoció, como si cayera en cuenta recién de que estaban a pocas horas de la cena de Nochebuena.

— ¿Quieres venir a cenar a casa? — preguntó ella, esperanzada.

— No, nena, no quiero molestarte.

— ¡No es molestia! — se apuró a responder.

Fiore le sonrió, pero negó con la cabeza.

— Probablemente me reuna con Asinoj para devolverle el dinero, él tampoco festeja la navidad.

Diletta comprendió que no valía la pena insistir, sentía que un abismo se abría entre ellos.

Cuando Fiore aparcó el automóvil en la puerta de la casa de ella la miró con ternura, nunca antes la había mirado así, y se sintió intimidada.

— ¿Qué sucede? — Le preguntó ella, temerosa de la respuesta.

Fiore le acarició el cabello y el rostro.

— Me van a matar, Letti. — le dijo en un susurro. — Si no logro tener un plan antes de fin de año estaré muerto.

Diletta tragó saliva, podía sentir su corazón latir tan fuerte que creía que iba a dejar de hacerlo en cualquier momento por el esfuerzo.

— ¡Vayamos a la policía! — dijo, e inmediatamente se sintió una tonta por decirlo.

— Acepto mi destino, pero... — pensó lo que iba a decir mientras la miraba y sostenía su mano en su rostro. — Prometeme algo. — Diletta asintió con la cabeza, frenética. — Pase lo que pase, no hagas nada. Sigue tu vida normal. Si el negocio continúa y te piden seguir trabajando, tú hazlo, si te dicen que te vayas, junta tus cosas y vete. Por nada del mundo hagas enojar a Doménico o le lleves la contra, ¿está claro?

— ¿Por qué me dices eso? — Estaba agitada, no quería creer en esa realidad que le ofrecía Fiore.

Fiore la tomó de la barbilla haciendo un poco de presión, no era dolorosa, pero retenía su rostro firmemente.

— Promételo, Letti, por nada del mundo llevarás la contra de Doménico, te diga lo que te diga, ¡promételo!

Diletta asintió con la cabeza, tenía miedo.

— ¡Dilo!

— Lo prometo, no haré enojar a Doménico. — balbuceó, confundida y asustada.

Fiore no la soltó inmediatamente, antes le dio un beso sobre los labios mientras la retenía y luego otro en la mejilla.

Metió la mano detrás de su asiento y le dio una pequeña bolsa negra con un moño muy pequeño, rosado.

— Tu regalo de Navidad. Pero sólo puedes abrirlo en Navidad, ¿ok?

Diletta asintió con la cabeza, estaba asustada. Sostenía con ambas manos la bolsa, tan tenso el cuerpo que le dolía.

— Vete, feliz navidad. — le dijo y ella repitió para él "feliz navidad" sin saber que sería lo último que le diría. 

Sólo para contar dineroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora