Quince

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Volvió a su casa en taxi pensando qué hacer. Eran las seis de la mañana y Giovanni le había enviado su usual mensaje de buenos días de cuando entraba a trabajar. No podía pensar en Giovanni ahora, tenía que buscar la manera de sacar a Fiore de la cárcel.

Pagó el taxi y entró silenciosamente a su casa, era más temprano de lo habitual, aunque no tanto, escondió en su habitación el revólver y la cocaína de Fiore, y se sentó en la cocina a tomar un café y a buscar información en internet.

Descubrió que nadie iba preso por exceso de velocidad, y que en todo caso Fiore estaba detenido por averiguación de antecedentes y que lo dejarían libre en al menos veinticuatro horas sin necesidad de un abogado... exceptuando que tuviera antecedentes penales.

Trató de pensar objetivamente cuántas posibilidades había de que Fiore tuviera antecedentes penales y las probabilidades no fueron positivas.

Giró el anillo de su dedo índice mientras pensaba, sentir el relieve de los diamantes y las cabezas de tornillos era ligeramente tranquilizador, o al menos calmaba su ansiedad sentir la diferencia de texturas recorriendo la yema de su dedo.

Se bañó y se cambió la ropa, su madre se sorprendió de verla despierta y le preguntó a dónde iba.

— Tengo que hacer un trámite. — le respondió, y besó a su madre en la mejilla antes de salir de su casa.

Su mente había resuelto ubicar a Robert, y pensó que una buena manera era yendo al trabajo, pero en cuanto llegó a la esquina vio la consigna policial ahí y supo que no era buena idea acercarse demasiado. Mientras se alejaba recordó que tenía el número de Gian y lo llamó... pero el teléfono estaba apagado.

¿Cuántas posibilidades había de que todos estuvieran presos?

Detuvo a un taxi en la avenida y se dirigió a la comisaría donde debía estar Fiore, iba a interpretar su papel de novia tonta. Estaba tan nerviosa que creía que iba a vomitar en ese momento y ni siquiera girar el anillo en su dedo le hizo mejor.

Se lo quitó y pensó en guardarlo en el bolsillo, pero inmediatamente lo deslizó en el anular de la otra mano. Miró su mano con el anillo ahí y suspiró con fuerza antes de entrar a la comisaría.

Creyó que iba a llorar cuando le negaron ver a Fiore, y de hecho lloró un poco, un poco porque actuaba como novia desesperada y otro poco de frustración. Suplicó, aferrada al escritorio del policía, pero sólo logró que le concedieran hablar con el comisario.

El comisario, un hombre de bigotes tupidos y enorme barriga, la esperaba sentado en su oficina que olía a tabaco y a café quemado.

— ¿En qué puedo ayudarla? — preguntó el hombre, recostado en la silla de su oficina.

Diletta se sentó con la espalda muy recta y explicó que necesitaba hablar con su novio. El comisario le repitió lo mismo que los policías con los que había hablado antes: estaba incomunicado por averiguación de antecedentes.

— ¿Hay alguna manera de liberarlo antes? Es que... nos vamos a casar en unos días. — No podía creer estar mintiendo así, pero se aseguró que su mano izquierda quedara a la vista con el Cartier oficiando de alianza.

El comisario la miró con un gesto que fue indescriptible, y alzó los hombros como si no supiera qué decirle, pero levantó levemente la carpeta que tenía a su lado, y dejó a la vista de Diletta unos fajos de billetes.

— No se me ocurre nada, ¿a usted? — preguntó meneando la cabeza enorme de bulldog y volviendo a cubrir el dinero con la carpeta.

— Quizás en unas horas se me ocurra algo. — mencionó ella y se levantó de la silla en la que estaba sentada, le sonrió al comisario y salió de aquel lugar prácticamente corriendo.

Sólo para contar dineroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora