Veinticuatro

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Diletta despertó en el hospital y vio a Gian sentado en un extremo de la habitación, con el celular entre las manos de manera horizontal, sin dudas jugaba a algún juego, y ese pensamiento la distrajo de dónde estaba y por qué Gian estaba con ella.

Se incorporó de un salto, y eso atrajo la mirada de Gian, que dejó caer el celular en el bolsillo interior de su saco y se acercó a ella velozmente.

— ¿Dónde estamos? — preguntó, aunque podía notar que estaba en un hospital.

— Pasaron muchas cosas... — hizo una breve pausa para luego sincerarse: — creemos que Adriano te drogó anoche. — respondió, y Diletta sintió una punzada en la cabeza, como si una flecha le atravesara de lado a lado.

Gian le alcanzó un vaso con agua, y Diletta lo bebió casi de un trago, sentía la boca seca.

— ¿Por qué? — preguntó Diletta, y Gian suspiró profundamente.

— Anoche Adriano murió. — dijo en voz baja, y antes de que Diletta hiciera demasiadas preguntas, él la calmó. — estamos seguros de que la gente de Doménico entró al apartamento mientras estabas dormida y fingieron el suicidio de Adriano... pero para todo el mundo, Adriano se disparó en el pecho.

Era demasiada información toda junta.

— ¿Y Fiore? — En ese momento una enfermera ingresó a la habitación.

— Está con Robert. — respondió Gian, y le sonrió a la enfermera antes de retirarse de la habitación.

La policía no tardó en hacerse presente en el hospital, le tomaron declaración a Diletta, que dijo sólo lo que había vivido, que no era mucho, pero que apoyaba a la hipótesis de suicidio, y aunque tuvo que dar sus huellas digitales y muestras de ADN, estaba segura de que ella no había matado a nadie, y ni siquiera se le ocurrió por la cabeza que podía negarse, tal como se lo dijo Gian cuando se la llevaba del hospital luego del alta médica.

Le habían dado de alta cerca de la noche y Gian la llevó a su casa mientras le explicaba algunos procedimientos típicos de la policía que eran una trampa para un ciudadano común o poco informado, pero a Diletta no le preocupaba, no creía que alguien pudiera inculparla, creía en la justicia y por sobre todo en la ciencia forense.

— Quiero ver a Fiore. — Había pedido Diletta antes de que Gian encendiera el motor del auto.

— Robert me pidió que la lleve a su casa. — se disculpó, y el tono de su voz, y su postura, fueron suficientes para que Diletta no insistiera.

Gian la observó entrar a su casa, y, si bien Diletta no lo supo, no se fue hasta una hora después, atento a cualquier movimiento anormal.

Diletta estaba demasiado cansada para intentar hacer algo alocado, sólo quería dormir y quitarse de encima el olor al hospital. Sus padres creían que había estado trabajando horas extra cubriendo a una compañera, y no preguntaron ni sospecharon nada cuando llegó directo a acostarse.

Por la mañana envió un mensaje a Fiore, pero no recibió respuesta, y cuando estaba a punto de escribirle a Gian, Giovanni apareció en su casa, con rostro de preocupación y media docena de muffins de amapola y limón que él mismo había hecho.

— ¿Por qué no respondes mis mensajes? — preguntó Giovanni, no era un reproche, era sincera preocupación.

Diletta tragó saliva y un escalofrío le recorrió la espalda y los brazos. ¿Qué responder a esa pregunta? ¿Que había estado ocupada trabajando? ¿que había estado implicada como sospechosa de muerte dudosa? ¿que estaba en medio de una guerra interna de una célula mafiosa? No, no podía decirle eso. Vio a Giovanni, con su cuerpo robusto, su olor a harina y azúcar característico, la simpleza de sus movimientos, de sus palabras, de sus sentimientos. Giovanni era incapaz de hacer el mal, a nadie; era un ser honesto, trabajador, con sueños simples: una familia, un local de repostería, y ver al Napoli campeón otra vez. ¿Y ella? ¿Cómo era ella? ¿Era incapaz de hacer el mal? No estaba segura de eso, después de todo trabajaba en una casa de apuestas ilegal con putero incluido y también había mandado a golpear al ex novio de su amiga Lucía... Sin dudas no era honesta, había robado dinero de la caja para Fiore, había mentido a su familia, había sobornado a un policía y quizás alguna cosa más que ahora no recordaba. Sí era trabajadora, le gustaba su trabajo y estaba dispuesta a seguir haciéndolo, pero la idea de atender el mostrador en la repostería de Giovanni no la atraía ni un poco, de hecho, la idea le daba un aburrimiento mortal. ¿Y sus sueños? ¿Qué sueños tenía ella? ¿Quería la vida de esposa de un repostero? ¿Quería tener tres o cuatro hijos y servir pasta los domingos en la mesa grande para sus padres y suegros? ¿Quería la vida de ama de casa de clase media baja en los suburbios? ¿O deseaba algo más? ¿Qué deseaba?

Sólo para contar dineroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora