Veinticinco

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No iba a llorar. No iba a darle el gusto a Doménico, pero ver el cajón descender en la tierra lo hizo estar muy cerca.

La mano de Sylvia, la madre de Adriano -y también de Doménico y de Regina-, apretó su mano con complicidad, y Fiore le devolvió el apretón. Sabía que esa mujer era la única persona que valía la pena en esa familia ahora que Adriano no estaba, Battista se lo había dicho muchísimos años atrás y no se había equivocado.

La resolana fue la excusa perfecta para tener las gafas oscuras puestas y que no se notaran los ojos enrojecidos por el llanto y la rabia. Habían querido simular un suicidio, pero sabía que no había sido así, Adriano jamás se hubiera quitado la vida de esa manera, pero sólo él lo sabía y nadie más.

Arrojó un lirio de agua blanco sobre el cajón y esperó, estoico, a que comenzaran a cubrirlo de tierra. Nadie lloraba y Fiore intuyó que todos estaban aliviados de no tener que lidiar con Adriano nunca más.

Encendió un cigarrillo con su antiguo encendedor que Adriano había cuidado durante todos esos años, y supo que no iba a poder retener más el llanto. Se fue del entierro sin decirle a nadie y condujo hasta desconocer la ciudad que lo rodeaba para detener el automóvil en una calle solitaria a llorar.

No iba a poder sobrevivir, no sin Adriano, estaba seguro de eso. Adriano había sido lo único que lo mantenía con un objetivo; hacía todo lo que hacía, día a día, para salvarlo, para poder darle libertad y seguridad, y ahora que ya no estaba sentía que su vida tampoco tenía sentido.

Tomó el arma de su guantera y la sostuvo en las manos ¿siempre había sido tan ligera? Era cuestión de apuntarla al lugar correcto, a la sien o quizás a la frente y apretar el gatillo... sólo eso y nada más.

Apoyó el cañón en su sien, ¿cuántas veces había hecho eso antes? Todas las veces anteriores lo había salvado la certeza de que tenía que sobrevivir por Adriano, para cumplir las promesas que le había hecho, y ahora que él ya no estaba ya no tenía sentido prolongar aquello.

Tragó saliva, una saliva caliente y espesa por el llanto ¿de verdad iba a hacerlo?

Buscó su celular y marcó el número de Diletta con la mano izquierda y apoyó el cañón del arma bajo su mentón, para que no se le cansara tanto el brazo mientras esperaba

Diletta respondió rápidamente, parecía esperar su llamado.

— Dame un motivo, uno solo... — le pidió, sin ocultar que lloraba.

— Venganza. — respondió ella del otro lado, con la voz firme. — ¿Vas a dejar que gane ese hijo de puta? — le preguntó, convencida.

— No puedo, Letti... te juro que no puedo. — soltó el arma sobre su regazo para limpiarse las lágrimas con la manga del saco. — Tendrías que haberlos visto, todos estaban... ¡estaban casi felices! — alejó el teléfono para gritar de rabia. — ¡Estaban aliviados de enterrarlo! — le dijo a Diletta, llorando con angustia. — Y yo me estaba muriendo, quería que me enterraran con él, Letti, quería que me enterraran con él...

Diletta se sorbió la nariz, también lloraba, conmovida por escucharlo llorar a él.

— Volvé ahora mismo, o voy a buscarte. — Intentaba parecer decidida, pero no podía hacer que su voz ocultara que dudaba. — Si me tomo el tren rápido, en dos o tres horas...

— No, Letti, no quiero que sepan que sos importante para mí.

— ¡No voy a dejarte solo! — alzó la voz, ahora estaba convencida de lo que decía. — Gian va conmigo.

Fiore miró el revólver en su regazo, se quedó en silencio un momento, pensando.

— Mañana vuelvo a casa ¿podrías... podrías esperarme ahí?

Sólo para contar dineroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora