Siete

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Fiore no apareció esa noche, ni tampoco la noche siguiente. Deletta tampoco lo había visto a Robert para preguntarle, y el único que estaba era el muchacho de la mano vendada -que se llamaba Gian- que la acompañó hasta la parada del autobús esas mañanas, unos pasos detrás de ella, pero que no tenía idea dónde podía estar Fiore.

— ¿Tengo que preocuparme? Su teléfono está apagado. — preguntó la segunda noche, cuando Gian se acercó a ver si necesitaba algo en el medio de la noche.

— No creo que haya sucedido nada malo, señora. — intentó calmarla el chico, y Diletta suspiró.

Seguía apartando dinero para él, e incluso se fijó en su agenda personal si podía prestarle dinero en caso de no llegar a los 45 mil que necesitaba. Hasta el momento tenía 25 mil que no había declarado en el libro diario, sólo faltaban 20 mil.

Llamó a los empleados de a uno para pagarles los salarios durante la noche, había conseguido los sobres y si bien tenía que estar orgullosa de haber sobrevivido a su primera liquidación de salarios con balance positivo, estaba nerviosa por Fiore, no sólo porque lo estimaba, sino porque su propia cabeza estaba en juego.

Antes de las seis de la mañana Fiore llegó, estaba borracho pero evidentemente feliz, la tomó de las manos y la hizo girar sobre su eje como si bailaran.

— ¿Dónde estabas? — Le reprochó mientras giraba al ritmo de una música que sólo sonaba en la cabeza borracha de Fiore.

En la siguiente vuelta la atrapó contra él de espaldas, y el contacto tan estrecho paralizó a Diletta.

— Haciendo mucho dinero. — Le susurró al oído por la espalda, y le dio un beso sonoro en el cuello.

Diletta se soltó, aliviada de que había conseguido lo que necesitaba, pero a la vez completamente turbada por ese beso repentino en el cuello que había movilizado sentimientos que no sabía que podía sentir.

— ¿20? — preguntó, intentando recuperar la compostura hablando de trabajo.

— 35. — Respondió con aliento etílico. — Tenemos que celebrar. — Intentó sujetarla otra vez, pero Diletta se escabulló y fingió estar ocupada, no sabía si podría resistir otro contacto de Fiore.

— Ya pagué los salarios de todos los empleados de la nómina. — Dijo sin levantar la vista del libro diario, fingía que chequeaba lo que había escrito, pero en realidad intentaba calmar el cuerpo revolucionado por la cercanía de Fiore.

— Mejor que no celebremos hoy. — coincidió con ella, y aspiró un poco de cocaína de la bolsita que siempre tenía encima. — Hace dos o tres días que no duermo, no quiero pasar vergüenza con un mal desempeño.

Diletta no pudo evitar observarlo con las cejas fruncidas que expresaban su desconcierto.

— ¿De qué estás hablando? — Le preguntó, aunque sabía perfectamente a qué se refería, pero una parte de ella quería que lo aclarara.

— Que no quiero quedarme dormido mientras celebramos comiendo tostadas francesas. — respondió con una sonrisa pícara, estaba borracho, drogado y aún así era encantador. — ¿O no te gusta desayunar después del sexo? — Torció las comisuras de los labios en una sonrisa y antes de que Diletta le arrojara algo salió de la oficina.

Respiró profundo intentando calmarse porque el cuerpo le temblaba. ¿Qué le estaba pasando? Se mordió el labio inferior mientras juntaba sus cosas, estaba aliviada de que hubiera vuelto y que hubiera conseguido el dinero, pero había algo más que no podía identificar. Por suerte tendría una noche para no verlo y abrazarse a su novio que la esperaba para ir a pasar un día romántico en la playa.

Sólo para contar dineroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora