Veintiocho

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Volvieron al hotel bastante tarde después de recorrer la línea de la costa durante, por lo menos, dos kilómetros. Habían hablado banalidades durante la caminata, se habían comido los caramelos y también había habido silencio, pero habían caminado juntos, la mayor parte del tiempo con el brazo de él rodeándola y ella pegada a su costado de buena voluntad, le gustaba su cercanía.

— ¿Vas a dormir conmigo esta noche? — le preguntó cerca de la puerta del hotel, y ella fingió una entereza que no tenía y se encogió de hombros.

— No sé, estamos en la misma habitación después de todo...

Él le besó la mejilla y desenredó su brazo izquierdo para abrirle la puerta e invitarla a pasar al recibidor del hotel, y ahí vio el resplandor plateado de una pulsera, pero que rápidamente volvió a cubrirse con la manga.

Le intrigaba ese destello, estaba segura de que había visto eso antes, pero su mente no podía encontrar donde, tenía que verlo otra vez. Descubrió que todo lo que ocultaba la ropa de Fiore le generaba intriga, y concluyó que lo deseaba más de lo que quería admitir, que lo había deseado desde siempre.

Todo el camino hasta la habitación fue en silencio, pero la devoraban sus propios sentimientos, la lucha contra aquel impulso que no había sentido nunca antes en la vida.

Cuando la puerta de la habitación se cerró decidió no pensar más y dejarse guiar por lo que le dictaba el cuerpo, pero dar el primer paso era demasiado para ella, así que se quedó en silencio sin saber cómo reaccionar.

— ¿Puedo ver tus tatuajes? — la pregunta le salió a toda velocidad, y tomó a Fiore por sorpresa, completamente con la guardia baja.

— ¿Por qué? — preguntó él, bastante sorprendido.

— Porque quiero verlos... igualmente, no es necesario, lo lamento. — se disculpó rápidamente y se metió a su habitación, pero Fiore la siguió y se quitó ante ella la hoddie y la camiseta, dejando a la vista su torso salpicado de tatuajes, una cadena de oro con una cruz con un Cristo en relieve y en su muñeca izquierda el brazalete con forma de clavo retorcido.

Diletta ahogó una exclamación y se acercó a mirar los tatuajes de cerca. Nunca antes había visto tantos, de hecho no conocía a nadie con tanta cantidad, sólo alguna amiga con una mariposa tatuada o algo así delicado, no tanta variedad.

En realidad lo que más la sorprendía era lo bien que los escondía, sus tatuajes comenzaban en su pecho, y terminaban antes de sus puños, podían ser fácilmente cubiertos con la ropa y nada en él daba indicios de que tanta tinta surcara su piel.

— ¿Qué significan? — preguntó, maravillada.

— La gran mayoría nada. — admitió. — Pero esta es madonna addolorata. — dijo señalando su bíceps derecho, a la figura hiperrealista de una virgen llorando. — Es la patrona del día de nacimiento de mi madre, el 22 de marzo. — dijo, deteniéndose en las palabras y en la figura de la vírgen.

— Me gusta. — murmuró y acarició con la punta de los dedos las lágrimas de la vírgen. En ese mismo brazo tenía algunas cosas más, como la silueta de un perro doberman, una serpiente también hiperrealista y una carta tamaño real del as de pica en la cara interna de su muñeca.

Le recorrió el torso con la mirada, en la espalda tenía la leyenda "mejor la muerte que el deshonor" y debajo un águila con las alas extendidas y las garras abiertas. A un costado tenía un cráneo humano con agujero en la sien y al otro un puñal, y a un costado la palabra lealtad escrita en cursiva.

En el brazo izquierdo, cerca del hombro tenía un soldado romano sin rostro pero con el escudo lleno de flechas y una lanza en la mano, debajo un rosario le recorría desde el codo hacia la parte superior de la muñeca, y en la cara interna tenía la carta del as de diamantes.

Sólo para contar dineroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora