Doce

22 4 0
                                    

Fiore llegó un día después de lo acordado en pleno funcionamiento de la casa de apuestas, mientras Diletta y Gian pagaban los salarios a los empleados después de tres días de peleas con proveedores y con clientes problemáticos. Diletta recién lo vio en cuanto volvió a la oficina después de pagarle a todos los empleados, estaba sentado en su silla con cara de preocupación, pero cambió el gesto a una sonrisa en cuanto la vio.

— ¿Me extrañabas? — preguntó con esa sonrisa peligrosa en sus labios, meciéndose de un lado al otro en la silla giratoria de su escritorio.

— Un poco. — admitió Diletta, sintiendo alivio por verlo, y notó que Fiore resplandecía por su respuesta. — ¿Te fue bien en tu viaje? — preguntó fingiendo desinterés, se había acercado a él, pero no estaban tan cerca como para tocarse.

Fiore negó con la cabeza.

— No. De hecho me fue muy mal. — Admitió, no había que ser adivino para saber que estaba preocupado por algo.

— ¿Puedo ayudarte en algo? — Diletta se acercó un poco más, y la mano de Fiore alcanzó su mano.

No la quitó, dejó que los dedos de él se entrelazaran con suavidad en los de ella. La mirada de Fiore se clavó en sus ojos, midiendo su reacción.

— ¿Harías lo que te pidiera? — preguntó con un tono demasiado perverso, y Diletta soltó su mano inmediatamente.

— ¡No! — alzó la voz, sintiéndose un poco estafada porque pensaba que él estaba mal realmente y que necesitaba apoyo.

Fiore sonrió.

— Mala. — le dijo, y Diletta bufó y comenzó a juntar sus cosas para irse de vuelta a su propia oficina.

Se chocó con Robert mientras salía con sus cosas y él entraba a la oficina de Fiore, estaba tan enojada que ni siquiera se disculpó.

Pero más allá de estar enojada también estaba turbada. El contacto tan íntimo de su mano entrelazándose con la de Fiore le había provocado algo indescriptible en el cuerpo. Era una sensación que tenía epicentro justo en su estómago y se irradiaba hasta su pecho y su vientre, era una mezcla de felicidad y alivio por tenerlo de vuelta con ella, un poco porque ya no tenía que ocuparse del negocio que tanto la había estresado, y otro poco porque se alegraba genuinamente de verlo, porque lo extrañaba.

Respiró profundo en la soledad de su oficina, pero no fue suficiente, inhaló con la boca abierta para llenarse de aire los pulmones oprimidos por esta extraña sensación que la invadía.

Acomodó sus cosas en el escritorio y encendió nuevamente la máquina de contar dinero. Algunos fajos de billetes llegaron a su oficina, pero los dejó acumularse en su escritorio mientras fingía acomodar todo e intentaba calmarse. Se restregó las manos para intentar quitarse la sensación de sus dedos entrelazarse, de sus palmas unidas, pero era en vano, la sensación la invadía una y otra vez.

La puerta se abrió nuevamente y Diletta se sobresaltó, pero era una empleada que traía más dinero, que al verla le preguntó si estaba bien.

— Oh, sí, sólo... Necesito tomar algo dulce ¿podrías pedir una coca cola por mí? — preguntó amablemente y la muchacha asintió sonriendo y se retiró de la oficina.

Tenía que trabajar si no quería quedarse después de hora, eran las cuatro de la mañana y tenía mucho que hacer.

Se puso a contar los billetes y a separarlos en fajos de cien mientras anotaba en el libro diario. La coca cola llegó rápidamente, y le dio placer notar que la lata estaba helada. La bebió casi de un trago e inmediatamente se sintió mejor.

Sólo para contar dineroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora