Nueve

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Estuvo indecisa sobre si llamar a Lucía o no, pero terminó haciéndolo a las cuatro de la tarde cuando sabía que había terminado su turno en el supermercado.

— ¿Cómo estás? — preguntó algo preocupada.

— Pasó algo rarísimo, ¿puedo ir a tu casa? — le dijo en voz baja por teléfono. Diletta aceptó, y aprovechó el tiempo hasta que Lucía llegara para acomodar y limpiar un poco su habitación.

Lucía llegó a las cinco en punto y no se veía tan preocupada como esperaba. Se encerraron en la habitación de Diletta a tomar un café sentadas en la alfombra a falta de una mesa.

— Hoy a la mañana me llamó mi ex. — empezó Lucía, le brillaban los ojos. — Me dijo que había recapacitado, que había estado mal, ¡me pidió disculpas y todo!

Diletta abrió grandes los ojos, no estaba segura de que eso fuera exactamente una buena noticia.

— ¿Y el dinero que te pedía? — preguntó

— Me dijo que había estado mal, que ya había borrado las fotos y los videos.

Diletta intentó no mutar demasiado su gesto, pero la historia no le sonaba tan convincente.

— ¿Y le creíste?

— ¡Sí! ¡Estaba llorando! ¡y como un bebé! Me suplicó que lo perdone y me dijo que me iba a dejar en paz porque me había hecho sufrir mucho y que no me lo merecía.

— ¿Lloraba? — Diletta cada vez creía menos.

— ¡Sí! A moco tendido. Me suplicó que lo perdone ¿entendes eso?

— ¿Y lo perdonaste?

Lucía negó con la cabeza, sintiéndose superada.

— Le dije que nunca lo iba a perdonar, que por mí se podía morir.

Lucía parecía realmente aliviada, pero Diletta seguía con reticencias. Le pidió a su amiga que no se confiara y que si volvía a aparecer le avisara para juntar el dinero que pedía.

La conversación giró hacia Diletta, que le contó sobre su nuevo trabajo brevemente, omitiendo las partes ilegales resolvió que le gustaba a pesar de que el horario era nocturno.

Lucía preguntó si estaban buscando gente, porque estaba harta de trabajar en el supermercado, y le contó a Diletta sobre el hecho de inseguridad que había vivido el gerente, aquello le había dado miedo a ella y estaba desesperada por irse.

No pudo decirle a su amiga que su trabajo era aún más inseguro, pero le dijo que en cuanto supiera que buscaban gente le avisaría.

Lucía se quedó hasta tarde, se pusieron al día con muchas cuestiones y a Diletta le encantó ver a su amiga relajada por primera vez en mucho tiempo. Se fue antes del horario de la cena, y Diletta se preparó para ir a trabajar.

Antes de tomar el autobús pasó por una tienda y compró un chocolate que guardó en la cartera, al lado del cuchillo de deshuesar pollo que aún no devolvía al cajón de los cubiertos de su madre.

Saludó al guardia de seguridad y preguntó si Gian estaba en el establecimiento, el hombre asintió con la cabeza y se ofreció en mandarlo a llamar, Diletta negó con la cabeza, no era necesario, le agradeció y llamó al ascensor.

Lo vio en el primer piso en cuanto se abrieron las puertas del ascensor. Bebía con otro muchacho mientras reían de algo, pero como estaba de frente a la puerta del ascensor la vio inmediatamente, dejó el vaso en la barra y se acercó a ella sin necesidad de que lo llamara.

— Tengo algo que mostrarle. — dijo y si bien Diletta estaba dispuesta a ver aquello ahí mismo, Gian le dijo que debía ser en privado, y fueron juntos hasta la oficina de Diletta.

Sólo para contar dineroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora