Veintinueve

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No sabía dónde podía haber ido Fiore, pero había dejado su celular apagado en la habitación lo que la preocupaba de sobremanera.

Decidió no entrar -más- en pánico. Iba a tranquilizarse a la fuerza, pero la realidad es que no pudo dormir, y dio vueltas por la habitación como un león enjaulado, incluso preparó su bolso lista para irse, lo volvió a desarmar dispuesta a quedarse, y lo volvió a armar decidida cuando ya había salido el sol e iluminaba con su luz la habitación.

Se iba a ir, de hecho se estaba yendo cuando Fiore volvió. Olía a alcohol y a acetona, y tenía el rostro manchado con purpurina.

— ¿Dónde estuviste? — le preguntó con enojo, cruzándose de brazos.

Fiore metió la mano en el bolsillo de su hoodie y sacó un fajo de billetes y empezó a deslizarlos al suelo uno a uno pasando su mano derecha por la pila mientras tarareaba una melodía que Diletta no estaba segura de conocer. Pero ni así relajó su expresión de enojo, incluso se enojó aún más.

— ¿Dónde estuviste? — repitió. — Bebiendo, por lo que huelo.

Fiore asintió con la cabeza y con el último billete que le quedaba en la mano lo arrolló e hizo el gesto de llevárselo a la nariz y fingir que aspiraba coca mientras seguía tarareando esa melodía y movía los hombros como si bailara.

— Eres un imbécil. Me voy. — decidió, y fue a buscar su bolso.

— ¿Sabes por qué no eres el tipo de mujer con la que saldría? — le dijo, apoyado en el marco de la puerta de su habitación, ahora estaba serio, mirándola con atención cerrar el bolso y colgarlo en su hombro.

— Ya no me importa, Fiore. — respondió, muy seria, y le pidió permiso para pasar por la puerta, pero él no se movió de ahí.

— Claro que te importa. — insistió, y la tomó con fuerza del brazo para meterla dentro de la habitación.

Era obvio que había estado tomando coca toda la noche, podía verlo en sus ojos, en su actitud.

— ¡Suéltame! — Gritó Diletta, pero Fiore la arrastró hasta la cama y la sentó con un empujón.

Diletta sabía que no podría contra su fuerza, y sintió pánico. Estaba paralizada por el miedo, era consciente de que Fiore no era el mismo después de tomar cocaína, y que su violencia ascendía de manera desproporcionada por cualquier cosa. No podía hacerlo enojar si quería salir indemne.

Fiore empujó la silla que había en la habitación para colocarla frente a ella y sentarse a mirarla, le goteaba la nariz e intentaba sorberla sin resultados, por lo que recurría al puño de su hoodie.

— ¿Sabes por qué no eres el tipo de mujer con la que saldría? — repitió, mirándola peligrosamente serio.

— ¿Por qué? — preguntó, forzándose a parecer dócil e interesada.

— Porque ninguna mujer como vos querría salir conmigo. — respondió, y su labio inferior tembló. — Porque a lo más alto que puedo aspirar en una relación es una stripper adicta... o a una mujer casada, en un año muy bueno.

No se esperaba esa declaración, ¿y ahora qué se suponía que tenía que decir? Pero él se encargó de continuar hablando.

— Adriano era todo lo que tenía. — Se limpió la nariz con el dorso de la mano. — Y nunca fui lo suficientemente valiente para decirle en voz alta que lo amaba. — una lágrima se le cayó de los ojos enrojecidos. — ¡Inventamos un código de mierda para decirnos en silencio que nos amábamos...! que nos necesitábamos... que nos extrañábamos. — Ya no ocultaba que lloraba, y Diletta dejó de sentir miedo para sentir una profunda lástima por él. — ¿Por qué fui tan cobarde de no decírselo? — preguntó, aunque no era una pregunta directa para ella, sino para sí mismo. — Lo peor es que creí que podía contártelo. — Sonrió con tristeza y sacó del bolsillo de su hoodie un revólver y lo apoyó sobre sus piernas. — Creí que serías la única persona que no me juzgaría, que me aceptaría. — Se aferró la cabeza con las manos, y apretó con fuerza, pero luego tomó rápidamente el arma y se la llevó debajo del mentón.

Sólo para contar dineroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora