Catorce

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Sabía que Fiore no estaba porque su automóvil no estaba aparcado en la puerta del negocio, pero en cambio estaba Gian, fumando un cigarrillo que arrojó lejos en cuanto la vio llegar y le sonrió luminosamente al verla.

— ¿Cómo durmió? — preguntó por lo bajo, como si ese fuera un secreto entre ambos.

— ¡Me desmayé por completo! — exclamó Diletta, también por lo bajo. — Nunca había dormido tan bien en mi vida.

Gian sonrió e infló ligeramente el pecho, le gustaba sentirse útil.

Entraron juntos al edificio y subieron al ascensor. Gian aprovechó ese momento y le dio su tarjeta.

— Ese es mi número. Si me necesita para algo sólo llámeme. — Dijo deslizando la tarjeta en la mano de Diletta, que la observó rápidamente antes de guardarla en su cartera. Era igual que la que le había dado Fiore aquella vez, pero de color negro y no tenía ningún nombre de pila escrito.

Diletta se encaminó a su oficina y Gian se quedó en el salón principal con los otros muchachos. En la soledad de su escritorio agendó el número de Gian y se puso a preparar todo para recibir el dinero.

Se mentalizó en ser eficiente en el trabajo, nada de llorar o hacer escándalo por pequeñeces.

El trabajo comenzó tranquilo, pero para las dos de la mañana los fajos de billetes llegaban unos detrás de otros. Estaba en pleno conteo, observando como las bolsas de mil se acumulaban a sus espaldas cuando Fiore entró a su oficina sin golpear.

Parecía agitado, ligeramente despeinado y con el botón superior de la camisa abierto. Diletta supo que su rostro delató demasiado y bajó la vista rápidamente, pero no pudo borrar la sonrisa por más que quiso.

— ¿Cómo está mi preferida? — preguntó, sin adentrarse en la oficina, le hablaba desde el marco de la puerta, con medio cuerpo fuera y la mano derecha apoyada en el dintel de la puerta.

— No lo sé, creo que no la conozco ¿cómo está? — preguntó, alzando la vista ligeramente, pero fue un error, porque sonreía poseído por el espíritu del dios Apolo.

Entró en la oficina escondiendo a sus espaldas algo, y Diletta cambió su postura inclinada sobre el libro diario para erguirse y colocar sus puños en la cadera.

— Cambia esa cara, Letti. — le dijo mientras se acercaba. — Me gusta más como te queda el cabello suelto. — reconoció deteniéndose frente a ella, con una mano en su espalda y la otra libre para gesticular.

Diletta ahogó el reclamo que nacía de su garganta, estaba a punto de retarlo por llamarla por su apodo y por atreverse a cuestionar su cabello durante el trabajo, pero sus palabras fueron asfixiadas antes de ser pronunciadas por la visión que Fiore le regalaba: la mano que ocultaba ahora estaba visible, con una bonita cartera de cuero negra con el logo triangular de Prada.

Contuvo el aire e impulsiva extendió las manos para tomarla, pero algo en su cabeza hizo click justo cuando estaba a punto de tocar el cuero negro con la yema de sus dedos e inmediatamente se cruzó de brazos para mirarlo fijamente.

— ¿Qué es eso? — preguntó intentando estar lo suficientemente seria y sin mirar el bolso que Fiore tenía en sus manos.

— Una bolsa Prada. — le dijo Fiore, mirando la cartera en sus manos, como si tuviera que comprobarlo.

Diletta no cambió el gesto, siguió mirándolo fijamente completamente seria.

— Es un regalo para mi contadora favorita. — agregó, y empujó la cartera hacia el pecho de Diletta, para obligarla a tomarla.

Sólo para contar dineroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora