Diecisiete

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— Entonces, cuando murió mi mamá viví con ellos desde los doce años. — contó mientras esperaba que el agua hirviera para colocar los spaghetti. Había servido dos copas de vino tinto antes de empezar a hablar y había bebido casi toda la suya. — No tenía más familia que ella, no tengo idea quién pueda ser mi padre, seguramente algún cliente, quién sabe... nunca me lo dijo. No sabía a dónde ir ni qué hacer, pero era muy bueno robando billeteras y sobrevivía gracias a eso, ya sabes, empujaba a la gente y deslizaba la mano por los bolsillos de los sacos, algo parecido a lo que hiciste con mi cocaína ayer. — Le guiñó un ojo y la hizo reír. — Viví en la calle un tiempo, no sé cuánto, algunos meses quizás, hasta que conocí a Battista, le había robado la billetera a uno de sus hombres y me estaban dando una paliza, creo que ahí perdí mis últimos dientes de leche. — rió por el recuerdo, que a Diletta le parecía atroz. — Me preguntó cómo me llamaba y dónde vivía, no respondí porque... bueno... Siempre supe que hay hombres que les hacen cosas horribles a los chicos, y aprendí a tener cuidado, ya sabes, pero uno de los hombres de Battista me reconoció y le dijo que era el hijo de Marietta. — Hizo una pausa, arrojó los spaghetti al agua y los removió con una cuchara dentada. — No sé por qué acepté irme con él, pero me trató como si fuera su propio hijo, creo que siempre tuvo la esperanza de ser mi padre biológico, creo que era una esperanza compartida. — Por un segundo, su tono de voz se había puesto melancólico, pero lo corrigió inmediatamente. — Pero, en fin, me crié con sus nietos, Doménico, Adriano y Regina, probablemente los tres chicos más idiotas que hayan nacido en esta tierra, pero al menos Adriano era bueno, buen corazón, ya sabes, teníamos la misma edad y nos divertíamos con las mismas cosas... pero nadie quería a Adriano, a él lo detestaban por... por ser diferente, y a mí por ser el preferido de Battista. Tenía diecisiete años y ya manejaba la agenda del viejo, sabía todos los movimientos, todas las claves, todos los nombres, recordaba números infinitos de cuentas bancarias, cada rostro, cada puto lugar... cada día que pasaba Battista confiaba más y más en mí, podría... podría haberlos dejado sin nada a todos, ¿sabes? podría haberme robado hasta el último centavo de esa familia... pero no lo hice, por lealtad. — Suspiró y sacó de la alacena una botella de vidrio con aceite rojo, vertió un poco en una sartén y el olor picante invadió la cocina. — La cuestión es que Battista se murió y Aldo, su único hijo, se convirtió en el líder de todo. Lo que pasó después fue obvio, yo sabía demasiado y todos me odiaban, sin la protección de viejo iba a ser un cadáver en poco tiempo. Acepté lo que me ofrecieron, ese casino de mierda en el extremo más pobre del territorio y que me quedara callado... obedecí, por respeto a un muerto de mierda; y ahora Aldo, mi única garantía de vida, se está muriendo y Doménico, que será el nuevo líder de la familia, quiere matarme, porque es un idiota, un inútil, no sabe pensar, te lo juro, destruye todo lo que toca y yo soy su único rival, no porque estemos a la misma altura, sino porque Adriano no puede ocuparse de nada, ni siquiera de él mismo, y por simple ecuación yo sería el siguiente en el mando. — Golpeó el mesón de mármol blanco con la palma de la mano, ahogando su rabia. — Por un momento creí que me merecía estar muerto, de verdad lo digo, creí que era mi destino y estaba dispuesto a aceptarlo, pero... — Miró a Diletta fijamente, que estaba sentada en la barra desayunadora, observándolo hablar y cocinar completamente embobada. — ...pero ahora me decís que hay que matar a ese hijo de puta y yo pienso: Tiene razón, tengo que matar a ese hijo de puta. Principalmente porque es un hijo de puta, segundo porque es un idiota, y tercero porque quiere matarme, y si esto es vida o muerte, que sea la muerte de él, que aparte de ser un hijo de puta es un inútil. — Juntó los spaghetti del agua y los colocó en la sartén caliente para saltearlos con el aceite picante. — ¿Sabes? Me educaron como un perro, órdenes, premios y castigos, nada más, no podía opinar, solamente en la soledad con Battista podía dar mis ideas y a veces era tan... peligroso que era mejor no decir nada, cualquier error, cualquiera, iba a ser mi culpa. Disfrutaba mucho de los premios, pero soportaba los castigos sin chistar. — Había picado velozmente perejil en una tabla mientras decía esto último. — A Doménico jamás lo castigaban... pero tampoco lo premiaban, porque siempre fue un imbécil, él no tiene idea lo que es el dolor, ni mucho menos luchar por su vida, siempre fue un consentido. — Sirvió los spaghetti en dos hermosos platos hondos, completamente blancos, pero enormes y con un amplio reborde. Los acomodó con delicadeza y presteza, les esparció el perejil y ralló queso sobre ambos platos. Le dio uno de los platos y antes de sentarse, volvió a servir vino en ambas copas. — Brindemos. — propuso. — Por nosotros, por tu inteligencia y por mis medios. — Chocaron las copas suavemente y bebieron un trago del vino tinto, que era delicioso, ligeramente dulce y perfectamente amaderado. Diletta le dio las gracias por la comida y se llevó el tenedor a la boca, la pasta estaba picante y eso le encantaba, principalmente porque lo había cocinado él.

Sólo para contar dineroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora