Treinta y uno

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— ¿Por qué el Norte apunta hacia abajo? — preguntó, algo pícara, mientras acariciaba el tatuaje de debajo del ombligo de Fiore.

Estaban acostados en la cama, entrelazados y desnudos, oyendo la tormenta e iluminados nada más que por el tenue velador y las luces producto de los rayos.

Fiore le regaló esa sonrisa tan característica de él antes de responder.

— Apunta a donde quiero que se dirijan. — respondió luego de darle un beso en la mano.

— Qué ingenioso... — murmuró ella con sorna, y él río.

— No seas mala, era joven, tenía dieciocho años.

Diletta también rió, en realidad imaginaba el significado, pero quería oírlo de él.

— ¿Cuál fue el primero que te hiciste? — preguntó tocando el dedo los que tenía en el pecho, deteniéndose en la sirena despeinada.

Fiore lo pensó bastante, con el ceño ligeramente fruncido.

— Este. Tenía diecisiete. — dijo señalando el rosario de su brazo izquierdo.

Diletta lo miró con detenimiento, se veía bien a pesar del tiempo.

— ¿Eres creyente? — preguntó algo confundida y sostuvo entre los dedos el crucifijo de la cadena que descansaba sobre su pecho.

— Antes sí, ahora ya no. — reconoció.

Trató de imaginarlo como un joven creyente, pero no lo pudo visualizar, sencillamente no parecía de esos.

— ¿Y el último? — Por un lado no quería dejar de hablar con él, y por el otro sentía la necesidad de saberlo todo, de absorber por completo toda su historia.

Se destapó y flexionó la pierna derecha, señaló en su muslo el tatuaje de tres números romanos, el uno, el dos y el tres, en una línea vertical.

— ¿Y eso? — preguntó, sin encontrarle mucho sentido.

— Adriano tenía el mismo. — respondió, algo evasivo.

Adriano. Adriano estaba ahí, y Diletta no tenía más opciones.

— ¿Qué significa? — preguntó, seria, incapaz de ignorar el tema.

Fiore sacudió la cabeza, e intentó irse de la cama, pero ella lo retuvo sosteniéndolo del brazo.

— Si de verdad vamos a hacer un contrato necesito saber todo.

Se miraron a los ojos unos segundos, y Fiore se soltó de su agarre y se dirigió a la ventana. Diletta creyó que él la evadía, pero solamente abrió la ventana, buscó un cigarrillo y se sentó en un pequeño sillón al lado del ventanal a fumar y soltar el aire al exterior.

— El uno significa te extraño. — Mencionó luego de soltar la primera bocanada de humo. Miraba por la ventana, y con los dedos se tocaba la pierna ahí dónde estaba el número tatuado. — El dos te necesito. — siguió.

Pero luego se quedó en silencio, fumando, hundiendo los dedos en el número tres. Diletta salió de la cama y también encendió un cigarrillo.

— Está bien, creo que me lo imagino. — Le dijo, y soltó el humo ella también por la ventana. El viento frío le hizo dar un escalofrío, se le erizó la piel y también los pezones.

— ¿Qué te imaginas que es? — preguntó Fiore.

— ¿Te quiero? — intentó ella, y Fiore sonrió asintió con la cabeza.

— Era nuestro código... Vivíamos en un mundo que no entendía ni aceptaba estas cosas. — sonaba resignado y Diletta se contuvo de decir que ella tampoco entendía y que también le costaba aceptar, pero no lo dijo.

Sólo para contar dineroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora