Ocho

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Luego de dormir por la mañana y almorzar a deshora, pasó la tarde de compras con Giovanni. Necesitaba ropa nueva para el trabajo y también otras botas bajas. No llevó su nuevo anillo, lo dejó en su joyero en cuanto llegó a su casa por la mañana, no quería dar explicaciones y mucho menos mentir. También había guardado la bolsa -bien plegada-, la caja y el certificado de originalidad en el fondo de su cajón, sabía que nunca más podría acceder a un bien de lujo como ese, así que sólo le quedaba atesorar el que tenía, después de todo iba a ser la única herencia que le dejaría a su futura hija.

Le gustaba salir de compras con Giovanni, era un hombre práctico que la dejaba elegir lo que a ella le gustara para él con la única condición de que no interrumpiera sus movimientos cotidianos.

Después de las compras Giovanni se juntaba a jugar al fútbol con amigos y se despidieron con un beso apurado porque a él se le hacía tarde, y Diletta volvió a su casa con las bolsas de las compras.

A la noche se preparó para ir al trabajo después de cenar, y si bien tuvo algunas reticencias, terminó poniéndose el anillo Cartier en el dedo índice. Tenía que admitir que le encantaba y que se moría de ganas de presumirlo, pero tenía que ocultar su existencia lo máximo posible para evitar preguntas incómodas.

En el camino de ida al trabajo le llegó un mensaje de Lucía. Era una foto de ella, evidentemente desnuda, con emojis tapando los pechos y su entrepierna, con una leyenda que decía "soy una perra". Diletta sintió su corazón detenerse por un momento y llamó a su amiga inmediatamente.

Lucía lloraba a mares, su ex novio había hackeado su aplicación de mensajería y le había mandado esa foto a todos sus contactos, también la había amenazado, si no le pagaba 2 mil grandes en dos días iba a compartir los videos.

Diletta estaba en shock y su primer pensamiento fue tranquilizar a su amiga diciéndole que la ayudaría a conseguir el dinero.

— No, Letti, no voy a poder devolvértelo. — respondió, entre lágrimas, Lucía.

— No importa, yo lo consigo, no te preocupes. — afirmó, y se despidió de su amiga porque tenía que entrar al trabajo.

Saludó al guardia de seguridad, subió al primer piso y atravesó todo el salón casi corriendo para llegar lo antes posible a la oficina de Fiore, sabía que estaba en el lugar porque había visto su auto en la entrada y estaba tan apurada que entró sin golpear la puerta.

Fiore reía con Robert de algo, y al verle el rostro a su contadora supo que había pasado algo serio.

— ¿Podemos hablar? — preguntó ella, sabiendo que había entrado demasiado impulsivamente en la oficina de su jefe.

Fiore le palmeó el brazo a Robert para indicarle que los dejara solos y sin decir nada más que "buenas noches" aquel hombre tan serio se retiró de la oficina.

— ¿Qué sucedió? — Fiore no ocultaba que estaba preocupado, e invitó a Diletta a sentarse en los sillones.

— Lo siento, es que... sucedió algo y necesito que me adelantes 2 mil. ¡Voy a devolverlo con intereses! — se apuró a agregar.

— Confío lo suficiente como para prestarte dos millones. — confió Fiore, pero eso no hizo sonreír a Diletta y su instinto le dijo que algo grave había pasado. — ¿Para qué necesitás el dinero?

— Lo necesita mi amiga, se lo voy a prestar. — Admitió Diletta, y antes de que Fiore preguntará para qué -y porque tenía la necesidad de contárselo a alguien- le dijo lo que sucedía realmente con lujo de detalle, e incluso le mostró el mensaje que había recibido.

Fiore pensó un momento, con el ceño fruncido.

— Sabes que pagándole no van a hacer que el tipo se detenga, ¿no?

Sólo para contar dineroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora