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William Boldwood levantó su vaso bebiendo de una aquella fuerte bebida que pasó por su garganta como fuego, lamió sus labios haciendo una mueca y volvió a pedir otro trago al cantinero. Se encontraba bebiendo desde temprano en aquella cantina, odiando un poco su desgracia, luchaba ahora por conseguir los papeles de una de las empresas que había heredado de su difunto padre. Malas gestiones hicieron que los documentos terminaran extraviados, y ahora debía sacar copias y traer más documentos a la ciudad, todo para que una herencia que ya era suya, pudiera ser legalmente de su propiedad.

La pérdida de su padre aquél año había sido devastadora, al menos los primeros meses, pero cuando aceptó que su padre había fallecido y no era su culpa, sino el transcurso natural de la vida, entonces se quitó un peso de encima.

Boldwood era un hombre de tez blanca, cabello negro rizado, sus ojos azules como perlas que aveces con la luz se veían más celestes y otras veces más verdes era de las cosas que más resaltaban en el rostro de Will. Su nariz perfilada y un poco alargada era lo otro que hacía que se viera guapo, tenía labios finos pero sabía usar su boca, lucía una barba corta y arreglada, rondaba sus cuarentas viéndose muy bien. No era bajo pero tampoco muy alto, uno con setenta y siete era su estatura, poseía excelentes modales y una serenidad admirable, eso si, su paciencia ya era otra cosa.

Estaba por pagar el último trago cuando vio entrar a un hombre delgado a la cantina, tenía un bigote medio chistoso y sonreía con alegría, iba bien vestido y peinado.

"Qué felices son algunas personas"

Llegó a pensar Boldwood tras ver al hombre acercarse a todos haciendo algunos malabares con sus vasos, se quedó sentado en la barra para ver qué haría aquél sujeto, sonriendo de forma inconsciente.

Phileas Fogg acababa de pasar un mal tiempo, estaba viviendo en la calle tras ser desalojado de su antiguo hogar, y no solamente eso, también había perdido su trabajo en un muy corto período de tiempo. El poco dinero que le quedaba lo usó para alejarse del poblado donde vivía, escapando de la persona que arruinó su vida allí. Había una brecha entre lo políticamente correcto y ser un hijo de puta, y el que le había echado de la casa donde había vívido casi toda su vida era un grandísimo hijo de... bueno, se entendía la frustración del pobre Fogg.

Ahora en la ciudad probaba suerte haciendo chistes e interpretaciones humorísticas en cantinas, aún cuando era malísimo en ello, su carisma y la forma en que sonreía contagiando a todos hacía que fuese más fácil conseguir unas monedas. Dormía en los portales, aveces en la estación del tren donde hacía menos frío, los últimos meses había vendido periódicos pero no le daba como para comer y alquilar una habitación, a penas podía darse el lujo de lavar la ropa y bañarse. Phileas era alto y delgado, tenía un bigote corto no muy llamativo y el cabello castaño, su nariz algo grande y sus labios finos le daban un algo que hacía a las personas verle atractivo.

Pestañas largas protegían sus ojos marrones, con manos grandes y dedos huesudos y largos, la delgadez no era un problema ya que tenía fortaleza. Su rostro estaba bañado en pequeñas pecas como estrellas en el cielo, sus hombros y espalda eran toda una galaxia llena de constelaciones. Tenía algo de vello en el pecho, lo cual era normal en aquellos tiempos, y al igual que William Boldwood, rondaba en sus cuarentas.

Aquél día no había probado bocado y decidió tentar la suerte en la cantina Roses, entró al lugar de manera tranquila y con algunos chistes hizo reír a los clientes para ganar unas monedas, y lo consiguió, luego fue acercándose a la barra para pedir hablar con el gerente, por desgracia no se encontraba.

Tomó asiento junto al hombre de barba que vestía un traje a la medida y acababa de pedir un Martini, contó las monedas y billetes pidiendo algo de comer al cantinero, le alcanzaba para lo más barato. William le observó de reojo, pidió otro trago; un extravagante cóctel a base de licor de mandarina, ofreciendo esto al delgado hombre a su lado, Fogg le observó de reojo.

༒El olor de las Mandarinas 〄༒Donde viven las historias. Descúbrelo ahora