XXVI

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La brisa nocturna se colaba entre las cortinas del palacete, William sentado al piano tocaba una suave melodía sin poder conciliar el sueño. Estaba preocupado por Phileas y la forma en que se había ido a dormir tan temprano. Muy dentro suyo había odiado a esa mujer por presentarse así y fastidiar todo el día.

Lo menos que deseaba él era ver a su amado triste, un puñal en el pecho sería menos doloroso. Acarició las teclas siguiendo la partitura a la luz de las velas, la presencia de otra persona le hizo detenerse. Phileas se acercó descalzo para no hacer ruido hasta donde estaba William quien hizo el banco hacia atrás, dejándole espacio para que tomara asiento.

Con mucho cuidado se sentó a horcajadas sobre Will, abrazándole, apoyó el rostro en su pecho y cerró los ojos, William volvió a tocar el piano cantando al oído de su amado. Sería una noche larga, lo presentía.

— Nos dejamos porque ella no me amaba, un día la vi besando a alguien más y discutimos demasiado —murmuró, abrazado a Will—, yo no quería llegar a la intimidad, me daba miedo que no me quisiera después.

Respiró profundo, Boldwood dejó de tocar el piano rodeando la cintura de su amado con sus manos, le besó la mejilla acariciando su cabello sin dejar de escuchar aquella historia.

— Ni siquiera sé porqué me gustaba, yo deseaba un poco de amor he de admitir, estaba solo y nadie me quería. Anelisse era todo lo contrario, pero ella quería algo más que sentimental, deseaba el placer físico —movió los pies, hurgando en su memoria—. Éramos jóvenes, le pedí tiempo para adaptarme a la idea del sexo, ella me dijo que era un cobarde y que estaba bien si me quedaba solo, y me terminó. Por aquél entonces odiaba perder mis cosas, creaba vínculos fuertes incluso con mis prendas de ropa.

Jugó con sus dedos soltando una risita nasal, había sido muy inocente en ese entonces y ahora se avergonzaba. Este lado suyo William no lo conocía, pero aún así quería saber más de él y estar al pendiente de cada detalle.

— Siempre que perdía mis cosas pensaba que era por ser un mal dueño, cuando Anelisse me dejó pensé que seguramente lo merecía, y me culpé por un tiempo. Luego entendí que no le importaban mis sentimientos, ella quería placer más allá del que yo podía ofrecer.

— Phileas todo viene a su tiempo —lo abrazó contra su pecho con ternura, apoyando el rostro en su cabeza—, no era el momento para ese tipo de cosas, y ella no respetó tus límites. Entiendo que no resolvieron todo en ese momento, lamento que hayas tenido que guardar tu dolor.

— Hay días que siento que no te merezco, eres tan bueno y me cuidas tanto, reparas lo que no rompiste —se aferró de su camisa, mirando aquellos hermosos ojos que le veían—. Te amo William, eres lo más preciado para mí, aunque sea un desastre no me abandones.

— Puedo sentir que me amas como yo a ti te amo, y me alegra que me ames de vuelta. Mi amado tú eres como un rayo de esperanza en medio de la tormenta, un oasis en el desierto, alimentas mi vida con tu amor, solo escuchar tu risa me hace saber que será un buen día.

Con lentitud sus dedos recorrieron la mejilla llena de pecas de aquél que amaba, con ternura besó sus labios y poco a poco lo fue calmando. Lo dejó dormir sobre su cuerpo en tanto tocaba una nostálgica melodía en aquél piano. Colocó sobre la cama a su novio ya dormido, y sentado a la orilla del colchón suspiró, le dolía ver a Phileas triste.

Desde su primer encuentro en aquella cantina algo había resonado en ambos, y William sin dudas quedó prendido de él. Los sentimientos se desbordaron como nunca, dándose la oportunidad de amar a alguien después de mucho tiempo. Pensaba que para lo único que serviría sería para guiar la hacienda y nada más, contrario a eso había encontrado el amor en la persona menos esperada.

༒El olor de las Mandarinas 〄༒Donde viven las historias. Descúbrelo ahora