VII

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Cosechar mandarinas se había vuelto su actividad favorita, a pesar de que ahora era un capataz y no necesariamente debía recoger frutas junto con los peones, pero sencillamente le animaba. Caminar entre los árboles recogiendo los cítricos de un color naranja envidiable, comer algunos, pero lo que más disfrutaba era pasar el rato charlando con los peones que siempre tenían algo divertido que contar.

Cierto era que Mason se estaba ocupando de la agricultura y Phileas de la ganadería, pero habían tomado la costumbre de ayudarse uno al otro cuando no tenían trabajo por hacer en sus campos. Ambos capataces conversaban sobre lo que habían hecho antes de llegar a la hacienda mientras recorrían el mandarinal, Mason llevaba un caballo con canastas para recoger el fruto, Phileas a su lado se acomodaba el sombrero.

— Yo trabajé desde joven para el padre del patrón, era un hombre tan amable como su hijo, me alegra que el joven patrón sea de un corazón humilde.

— Llevas varios años aquí, ¿conociste a la madre de Will? —preguntó con curiosidad—. ¿Cómo era?

— Si llegué a conocer al señorito Leonard, era maravilloso, ¿sabes cuándo dicen que una familia es tan buena que parece mentira? Pues realmente el señor Boldwood y su esposo Leonard se amaban, eran inseparables aún cuando tenían sus diferencias, y amaban al niño.

— Suena lindo, se siente como una familia agradable —tomó unas mandarinas depositando estas en la canasta—. ¿Y tu familia? Me dijiste que tienes un hermano.

— Mi familia era diferente, muy pobres y competitivos a la vez, vivíamos todos en una casa y dormíamos en amacas o el suelo, mi hermano se marchó de casa al no aguantar los maltratos, yo me fui un tiempo después —estiró su cuerpo sobándose la espalda adolorida—. Llegué aquí casi al mismo tiempo que el anterior patrón, cuando volvía de Gales, fui de los primeros trabajadores.

Phileas le escuchaba con atención, salieron del mandarinal rumbo al pozo a por agua, al llegar allí estaban Trinidad y algunos peones, unos sin camisa, otros empapados en agua, Phileas desvió la mirada de Trinidad quien brillaba por el agua y sudor. Mason agarró la cubeta con agua para lavar su rostro y el castaño se apresuró a también refrescar su cara. Los peones se dispersaron nuevamente dejándolos a solas, Mason se recostó al pozo mirando a Phileas que ahora tomaba un poco de agua.

— ¿Y tú? —los ojos del castaño buscaron los aceituna del otro—. ¿De donde llegaste? No saliste de la nada, vienes de algún lugar supongo.

— Es una historia aburrida —aseguró, sentándose en el suelo.

— Estoy dispuesto a oírla.

— Bueno vengo de un pueblo del otro lado del país, no conocí a mis padres pero fui a buenas escuelas gracias al orfanato en el que me crié de pequeño.

— Que sorpresa, no sabía que eras huérfano —se sintió avergonzado por preguntar—. Tú debiste sentirte solo en ese entonces.

— Si, era muy solitario —admitió, poniéndose de pie—. Pero ya no importa.

Mason agarró al caballo para continuar hacia la hacienda llevando las mandarinas donde las sirvientas, Phileas caminaba unos pasos atrás pensando sobre lo que acababa de contarle al otro.

_Si, demasiado solitario, algunas noches aún tengo recuerdos amargos_

No quería pensar en ello, habían sido tiempos feos pero ahora nada iba a hacerlo sentir mal, estaba decidido a que no importaba si las cosas habían ido mal en el pasado, ahora debían salir mucho mejor a toda costa. Caminó por los pasillos exteriores de la casona mientras Mason llevaba las canastas a la cocina, pensativo se entretuvo mirando las farolas colgantes cuando le jalaron del brazo hacia dentro de una habitación, soltó un grito del susto siendo cubrida su boca de pronto por las manos de Boldwood, este le sonrió. Estaba arrinconado entre la pared y el cuerpo del patrón, quien echándose a reír le quitó la mano del rostro.

༒El olor de las Mandarinas 〄༒Donde viven las historias. Descúbrelo ahora