XVIII

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Boldwood agarraba con firmeza a Phileas haciendo presión en su herida, procuraba no soltarlo, pensaba que la vida de Phileas se le estaba yendo en sus propias manos. Deslizando gota a gota, sus labios palidecían, William pensó por un momento que Fogg moriría y no podía evitar sentir un escalofrío recorrerle toda la espina dorsal, sus lágrimas se deslizaban como las cascadas por los riscos. Moon dentro de su preocupación sintió pena, nunca había visto a su patrón tan vulnerable, temblando y sollozando, hizo a los caballos ir más a prisa, acercándose a la zona donde vivía el doctor.

Detuvieron la carreta frente a la entrada del doctor, Will cargó en sus brazos el cuerpo de Phileas apresurándose a ir dentro, la asistente del doctor los vio desde el porche y corrió a llamar al hombre.

— Por aquí —indicó la enfermera abriendo las puertas—, por amor de Dios, está sangrando mucho. ¿Qué sucedió?

— Le dispararon —dijo Moon quien había entrado junto a Will—, ¿se salvará? —susurró a la enfermera, evitando que William lo escuchara.

— Si, creo.

— Vamos Phileas, no te vayas —suplicaba Will mirando a su amado, tan pálido como un papel—. Por favor, quédate conmigo, resiste... Te amo Phileas, tienes que quedarte conmigo, te amo.

En medio de aquél estado de nervios y desesperación William intentaba profesar su amor, la voz cortada por el llanto hizo a todos empaparse de aquél sentimiento y a la vez se contagiaban con el dolor de Will. No tardaron en llevar dentro al que parecía estar dando sus últimos respiros, acomodaron su cuerpo en la camilla mientras le quitaban la camisa y el doctor se preparaba para extirpar la bala.

— Sálvalo, te pagaré lo que sea necesario, no lo dejes morir... Por favor... Te lo suplico.

Will agarró el brazo del doctor, este asintió pidiendo a todos que salieran y así lo hicieron dejándole a solas con el herido. Phileas había perdido mucha sangre, aunque no la suficiente para morir, el doctor pudo sacar la bala que por suerte estaba del lado derecho y no había causado demasiado daño, detuvo el sangrado y selló la herida. Dejaría marca, estaba consciente de ello pero al menos viviría, que era lo que todos esperaban, con ayuda de su asistente lo trasladó a otra habitación esperando a que despertara, ella se mantuvo allí limpiando la sangre en su cuerpo y cuidando de que nada le sucediera.

Fuera de la casa del doctor se encontraban William y los muchachos, todos esperaban noticias, el doctor demoraba demasiado y Will parecía desesperar cada vez más. Sentía que su mundo se caía a pedazos, primero su madre, el año pasado su padre, y ahora ¿también Phileas? No era justo, nada justo, sentía una culpa horrible en todo su ser.

Trinidad también se sentía culpable, justo le había aconsejado a Fogg que se confesara y todo aquello pasaba, no tenía que haberle dejado solo. Diego se percató de la angustia en su pareja y se acercó abrazándole para consolarlo, William los miró de reojo y por un momento sintió una extrema y rara soledad, bajó la mirada clavando los ojos en la sangre seca había sobre sus manos. Se levantó de tirón dirigiéndose al lateral exterior de la casa para limpiar sus manos en el tanque de agua, observó su reflejo dándose cuenta de que se veía demasiado triste.

Enjuagó sus manos y rostro, limpió la sangre visible en su piel y volvió con los peones, Mason acababa de llegar con aquél criminal que había disparado a Phileas, William le miró sintiendo el rencor apoderarse de sí y sacó el revolver apuntando hacia el otro.

— Aquí está el muchacho patrón —anunció Mason, empujando a Edgar.

— Patrón, calma —Moon se interpuso, mirando a Will—. No cometa una locura.

— ¿¡Calma!? Este bastardo disparó a Phileas, ¿¡y quieres que mantenga la calma!? ¡Ganas no me faltan de pegar un tiro en su frente!

— A mi tampoco me simpatiza, y que haya disparado contra el señor Fogg lo hace peor, pero no vale la pena...

༒El olor de las Mandarinas 〄༒Donde viven las historias. Descúbrelo ahora